“…De cada problema resuelto surge un enjambre de nuevas preguntas. La inspiración, cualquier cosa que sea, nace de un perpetuo “no lo sé”…” Wislawa Szymborska (Fragmento del discurso de recepción del Premio Nobel 7 de diciembre de 1996).
Esta semana, específicamente el 21 de marzo, se cumple un año de la publicación del tomo I del libro “100 preguntas y respuestas para comprender el conflicto colombiano”, un esfuerzo pedagógico que tuve la alegría de coordinar y en el que me acompañaron un grupo de académicos (John F. Arboleda, Leidy Valencia, Juan M. Serrano, Carlos A. Gómez, Oscar Ulloa) que pusieron sus conocimientos al servicio de este proyecto. Un reto que nos llevó a preguntarnos y a tratar de responder de una manera sencilla para que cualquier persona pudiera acercarse y aprender sobre cuestiones que en muchas ocasiones resultan complejas.
Tenemos claro que 100 preguntas con sus respuestas no pueden abarcarlo todo ni satisfacer a todos, pero el deseo de quienes trabajamos en este ejercicio es que sus lectores se motiven a seguir leyendo y estudiando sobre el tema. Por ello y como motivación para quienes asiduamente leen este espacio, reproducimos a continuación algunos apartados de una de las preguntas, con su respectiva respuesta, la cual nos lleva a recordar aquel 9 de abril de 1948 del que en este 2018 conmemoraremos 70 años.
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¿Qué sucedió el 9 de abril de 1948 en Colombia?
Conocido popularmente como el “Bogotazo”, el 9 de abril de 1948 es recordado en la memoria nacional como una fecha trágica, no solamente por el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, sino esencialmente por los sucesos que acontecieron como consecuencia de aquel magnicidio. Levantamientos armados que intentaban derrocar el Gobierno, destrucción, caos y una “masa descontrolada y sin Dios”, como la llamaría un año después Monseñor Builes, fueron algunos de los fenómenos que asolaron varias ciudades del país por aquellos días.
El “día del odio”, como lo definiera el novelista José Antonio Osorio Lizarazo, propagó su flama por varias regiones del país y generó desde movilizaciones populares hasta gobiernos alternos que, aunque constituidos por el furor del momento, no alcanzaron un posicionamiento institucional, pero en cambio sí generaron un conjunto de acciones que desestabilizaron de alguna manera al gobierno conservador de turno.
Ese mismo día, los liberales “Gaitanistas” se tomaron los micrófonos de diferentes estaciones radiales de la capital (Radio Nacional y Radio Nueva Granada) para invitar al pueblo y a la turba callejera a tomar las armas contra los conservadores e incitar a la Fuerza Pública para unirse en una toma del poder, que según algunos liberales era tan inminente como la caída del presidente (Braun 341 – 345). Desde la radio se llamaba a la revolución y se exageraban los sucesos con el fin de alentar el odio de la masa:
El gobierno ha asesinado a Gaitán, pero a estas horas ya el cuerpo de Guillermo León Valencia cuelga de la lengua en un poste de la plaza Bolívar. Igual suerte han corrido los ministros Montalvo y Laureano Gómez. Arden los edificios del gobierno asesino. El pueblo se levanta grandioso e incontenible para vengar a su jefe y pasean por la calle el cadáver de Ospina Pérez […]. (Alape 1983 255)
Minutos después y bajo el grito “¡A Palacio!” “¡A Palacio!”, Una muchedumbre de Gaitanistas, que arrastraba el cuerpo del asesino del caudillo, se dirigió hacia el palacio presidencial con unas cuantas armas en sus manos. Ante esto, la llegada de la Guardia Presidencial se hizo inminente y las palabras del teniente Silvio Carvajal exigieron a la turba que se dispersara. No obstante, la multitud avanzó decidida y recibió, como respuesta las balas de los soldados. “El ataque del contingente de Carvajal había sido el primer acto oficial de violencia contra el pueblo de Bogotá […] Su protesta espontánea no sólo había tenido como respuesta el silencio oficial, sino también la mortífera acción de la Guardia” (Braun 293).
Así entonces, las cosas tomaron otro rumbo, pues el posterior desorden de la turba, el saqueo, la toma de licor y la reunión en palacio entre liberales y conservadores, llevada a cabo entre los días 9 y 10 de abril, no exenta de reclamos por parte de los liberales al Gobierno, terminó sellando un acuerdo que no solo evitaría la intervención militar en el Ejecutivo, sino que a su vez le permitió a los conservadores mantener el poder y a los liberales vincularse al Gobierno gracias al ofrecimiento de una serie de ministerios en el gabinete gubernamental (Braun 353 – 362); fue representativo el nombramiento de Darío Echandía como ministro de Gobierno.
Además, por aquellos días, específicamente desde el 30 de marzo de 1948, se llevaba a cabo también en Bogotá la IX Conferencia Panamericana a la cual asistían diferentes dignatarios del continente, entre ellos figuras como el militar norteamericano George Marshall. Dicha conferencia, cuyos objetivos se enmarcaban en promover la unidad regional y buscar apoyos por parte de los EE.UU (Sánchez 2000 39 / 41 / 60) terminó, debido a quedar en medio de las turbulencias del 9 de abril, orientando su interés hacia la firma de una declaración en contra del Comunismo Internacional, el cual fue acusado en primera instancia de ser el responsable del asesinato de Gaitán (Sánchez 2000 42 / Sánchez 1983 25).
En relación con el saldo de las acciones de aquel 9 de abril en Bogotá, la mayoría suele asociar un balance de 2.585 personas muertas, 65 cadáveres sin identificar (Braun 334) y aproximadamente 157 edificaciones destruidas en toda la ciudad (Id. 322).
Sin embargo, la capital del país no fue la única afectada, pues en zonas como el departamento de Antioquia, la turba liberal enfurecida buscaba “aplanchar” a los conservadores. “Habían matado a Gaitán. A partir de ahí fue que se empezó a escuchar el término ‘aplanchar’, que no era otra cosa que matar al enemigo político a punta de machete” (Jairo Augusto Beltrán ctd en Gómez Pérez 2008 7). De igual manera, la revuelta se trasladó al centro de la ciudad de Medellín donde un grupo de liberales tomó el Palacio Municipal (hoy Museo de Antioquia), otro puñado de hombres arremetió contra la sede del periódico conservador La Defensa (ubicado en la calle Boyacá a un costado de la Iglesia de La Veracruz) y otro buen número de personas vociferó a las afueras de la Iglesia de San José y La Candelaria, consignas como: “Abajo los curas, viva Gaitán”.
El centro de Medellín era un hervidero, luego de saquear almacenes y edificios, la turba, encolerizada, procedía a incendiar lo que quedaba. En el barrio Coltejer, la carrera Carabobo, en los bajos del edificio Álvarez Santa María, en la calle Junín, en el Parque Berrío y en el barrio Guayaquil, desde el Palacio Nacional hasta la Plaza Cisneros, ni un solo almacén, licorera, café o joyería corrió con suerte. Todos terminaron con las vitrinas rotas, vacíos y echando humo. (Henao 2013 20)
De igual manera, en lugares como Cartagena la situación no fue diferente. Los acontecimientos vividos tras el asesinato de Gaitán no fueron tan pacíficos en la zona como han querido mostrarlo algunos historiadores. Los Gaitanistas cartageneros tomaron las calles (Kalil Bermúdez y Lambiz Herazo 45), fueron incitados a la revolución por el famoso poeta Jorge Artel (Id. 48 – 49) y destruyeron instalaciones entre las que podían contarse la sede de “El Fígaro”, un reconocido periódico conservador de la región (Id. 51 – 52).
Tal vez uno de los casos más emblemáticos y a su vez el más diferente en relación con el resto de los acaecidos en el país, fue el ocurrido en Barrancabermeja (Santander). Allí un grupo de simpatizantes Gaitanistas, liderados por Rafael Rangel, desplazaron al gobierno municipal y organizaron el poder popular durante aproximadamente diez días, en tres componentes: la junta revolucionaria, el alcalde y las milicias obreras armadas (compuestas por los trabajadores y los líderes sindicales de la USO, la Tropical Oil Company y la Shell) (Díaz Callejas 98). Entre sus primeras resoluciones se cuenta el decomiso de las armas y provisiones de las Fuerzas Armadas y la declaratoria de ley seca en la zona (Id. 102), todo con el fin de evitar el desorden que había sido característico en otras regiones del país.
Pero la revolución popular de Barrancabermeja fue efímera, pues tras la estabilidad de la capital y el cerco militar que se preveía sobre la región santandereana, algunos líderes populares optaron por negociar, mientras que otros como Rafael Rangel y José Recaredo Silva prefirieron vincularse a la lucha guerrillera.
Así entonces, los diez días de poder popular, como los denominó Apolinar Díaz, terminaron con una negociación liderada por el entonces liberal Darío Echandía, convertido para ese momento en ministro de Gobierno de Mariano Ospina Pérez, Gobierno que traicionó posteriormente los acuerdos al militarizar la zona, capturar a los involucrados y realizarles consejos verbales de guerra (Díaz Callejas 131 / 164 – 167).
Finalmente, el 10 de diciembre de 1948 el Gobierno firmó la Ley 82 por la cual concedió “amnistía a los procesados o condenados por delitos contra el régimen constitucional y contra la seguridad interior del Estado, cometidos con ocasión de los sucesos del 9 de abril” (Arias 1998 44 – 45). Estrategia que en palabras de Gonzalo Sánchez, era una contraprestación del gobierno de turno para los liberales que apoyaron el retorno al orden nacional (Sánchez 1983 152).
(Fragmentos tomados del libro “100 preguntas y respuestas para comprender el conflicto colombiano”)