Siempre hay que quitarse el sombrero para saludar a las multitudes
Winston Churchill fue un gran estadista, un gran orador y protagonizó, inopinadamente, un episodio muy estrambótico, que recuerda el periodista polaco Ryszard Kapuściński en su famosa obra Ébano, donde recoge relatos de su paso por África.
Paseaba tranquilamente Kapuściński por Zambia cuando se encontró a una vendedora de Serenje, una ciudad bastante anodina. La mujer, Leshina, de mediana edad, tenía dos cosas que en ese lugar destacaban entre todo lo demás: un gramófono y un disco.
Y el el disco contenía un discurso de Winston Churchill. En concreto, el que había dado en 1940 para motivar a los ingleses en uno de los momentos más difíciles de la guerra para ellos.
El disco, como podéis imaginar, estaba rayado, muy gastado, y en realidad cuando se escuchaba, solo se distinguían algunas palabras, gruñidos extraños (lo cual no es de extrañar, viniendo de Churchill), y sonidos que, en definitiva, parecían salidos del mismo infierno.
Pero esto le daba puntos extra.
A veces, Leshina y algunas personas del pueblo se juntaban en el patio de la vendedora y le daban a la manivela del gramófono para oír el disco. Lo que oían era extraño, pero desde luego, para ellos tenía algo mágico. No sabían decir qué, pero ahí estaba, entre los gruñidos y el ruido sin sentido.
Para ellos era la voz de Dios, y Leshina era su intérprete, en tanto que dueña del objeto divino.
El movimiento religioso fue a más. Cada vez más personas se arremolinaban en la casa de la señora, y un culto incipiente fue tomando forma. Como todo culto que se precie, se hacían unos ritos concretos para adorar la voz que salía del disco.
Y, por supuesto, no hay religión que se digna de tal nombre sin su lugar en el que orar o mantener dentro a la cosa/persona/lo-que-sea que se adora. Se construyó un templo de arcilla en la selva, en mitad de la nada, para que los fieles pudieran ir a entrar en comunión con la divinidad churchilliana.
Cuando tocaba oficio religioso, Leshina le daba a la palanca del gramófono y la voz de Churchill se deslizaba entre los presentes, sumiendo a muchos de los oyentes en trance. Leshina, como no podía ser de otra manera, empezó a ser vista de una manera distinta, y llegó a ser adorada, dado su papel de intérprete de Dios.
Pero el chiringuito se fue a la porra cuando toparon con la burocracia. Los ecos de la voz de Churchill llegaron a la alta política de Zambia. Kenneth Kaunda, presidente de la nación, intervino en persona para parar los pies a este nuevo culto extraño.
No le pareció suficiente con enviar a funcionarios o policías, así que en el pueblo se presentó el ejército, que no se anduvo con chiquitas. ¿Para qué razonar pudiendo disparar hasta al apuntador?
Kapuściński destaca que los militares asesinaron a cientos de personas y que los tanques dieron buena cuenta del templo en cuestión.
Este fue el final de uno de los cultos más extraños que conocemos. Y no solo porque se trate de la adoración de una voz que sale de un gramófono, sino porque parece casi de meme de Internet que esa voz fuera la de Churchill, y que llegase nada más y nada menos que a Zambia.
El caso es que no es la primera vez que la voz de Churchill aparece en contextos extraños. Ahí tenéis el mítico Aces high de Iron Maiden y la no menos mítica Fool’s overture de Supertrump.
BIBLIOGRAFÍA:
Kapuściński, Ryszard (2000). Ébano. Barcelona: Anagrama.