A principios del siglo pasado el fundador de la Sociología Política, Max Weber, dijo que al igual que las preferencias religiosas, las orientaciones sobre el sistema político son también creencias. En esta Semana Santa de 2018 vale la pena preguntarnos cómo logran convivir ambas creencias, las políticas y las religiosas.
En un mundo en el cual la mayoría de la gente quiere vivir en una democracia, aunque sea imperfecta, como clasifica The Economist a muchas de las existentes, podría pensarse que las creencias religiosas fueron desplazadas por las creencias políticas, ya que la democracia moderna es por esencia secular y excepcionalmente con tendencias teocráticas.
Pero no ocurre esa ruptura entre religión y política, ya que de los siete mil quinientos millones de habitantes del mundo, los ateos no llegan ni a mil quinientos millones en todos los estudios que hay sobre el tema. Eso significa que seis mil millones de personas creen en lo sobrenatural.
Mejor dicho, al llegar a la edad de la razón, casi toda la humanidad acepta voluntariamente que existe un Dios creador del universo, rodeado o no de dioses menores o de santos. Consideran además, que la divinidad ha enviado de diversas formas instrucciones al homo sapiens sobre como debe comportarse en este mundo, las cuales deben ser obedecidas, y que en general, pero no siempre, se mueven en la lógica del bien y del mal de la que hablaron por primera vez en la historia los seguidores de Zoroastro.
Y la mayoría de ellos al mismo tiempo tiene valores democráticos como código de conducta, porque vive en una democracia o cree en ese modelo político y lo desea, aunque no pueda tenerlo aún. Pero este sólo existe hace 300 años como idea (Atenas no cuenta porque no era realmente democrática), 200 años como práctica real y menos de cuarenta como sistema ya prácticamente globalizado.
Mejor dicho, a las creencias religiosas, que llevan 5000 años, por lo menos en su tendencia monoteísta, muy recientemente se le sumaron creencias políticas de tipo democrático, inscritas en el racionalismo post renacentista, por lo cual ese desplazamiento de las primeras por las segundas es bien difícil, aunque se haya vaticinado así con frecuencia durante los dos últimos siglos.
Esto quiere decir además, refiriéndonos a la religión católica, que es mayoritaria en Colombia, y en la cual fuimos educados con más o menos intensidad más de cuarenta millones de colombianos, que también los ciudadanos de este país, en general, tenemos al mismo tiempo creencias religiosas católicas y creencias políticas democráticas.
Lo de ser demócrata es difícil de medir, porque hay algunos que dicen serlo pero tienen sueños ocultos o manifiestos de gobiernos autoritarios de derecha o de izquierda. De todos modos son poquitos, y la mayoría son en realidad pasivamente democráticos, aunque creyentes del modelo, cometiendo algunas falticas y sobre todo muchas omisiones, pero en el fondo aceptando la democracia liberal con sus contradicciones.
Igual pasa con la religión mayoritaria en Colombia, el Catolicismo, pues en general todo el mundo solicita los sacramentos para sus hijos o para sí mismos, pero la mayoría es también pasivamente creyente. Aunque hay un fervor de un buen número, cuya intensidad sólo la he visto en Filipinas de manera similar, lo cierto es que poca cantidad del total se confiesa, la mayoría no va a misa todos los domingos y días que toca, y en general viven con sus dudas y pecados, como ha sido siempre.
Pero de que creen, creen. No lo quepa duda, aunque algunos aceptan unos dogmas y otros no, y exista un cierto número de bautizados que son creyentes anticlericales o temporalmente ateos. Justamente, parte de la dinámica religiosa consiste en romper pública o privadamente con alguna parte o todo el conjunto de creencias en que se fue educado y regresar casi siempre a ellas total o parcialmente.
Así las cosas, los católicos de Colombia y del mundo, y también por supuesto los que creen en Cristo sin ser católicos, llamados evangélicos, protestantes o cristianos, creen que Jesús de Nazaret resucitó al tercer día, pues este es un aspecto esencial de este conjunto de creencias, y en esta Semana se afirma esa aceptación. Pero simultáneamente consideran que el orden político debe ser regido por elecciones democráticas, división de poderes, y por supuesto, por una posición neutra pero protectora de parte del Estado de las creencias religiosas.
Esto quiere decir que las disputas entre grupos políticos por cuestiones religiosas son finalmente peleas entre minorías enfáticas, pero finalmente minorías. La prueba es que en las elecciones del domingo 11 de marzo muchos primero comulgaron y luego votaron o al revés, pero los candidatos vistos como abiertamente teocráticos no tuvieron especial éxito en las urnas por ello, y no había ateos haciendo campaña basados en esa calidad o por lo menos no insistían en ella.
La cuestión es que, si se mira bien, las confluencias son muchas entre ambas creencias y las diferencias son pocas y puntuales. Además, ya en muchos temas cesó la confrontación. Por ejemplo, el divorcio o la paternidad extramatrimonial dejaron de ser trincheras de disputa como en otros tiempos y se llegó a una especie de armisticio de mutuo respeto.
Pero incluso en los temas más delicados, referentes al aborto, los matrimonios del mismo sexo, o la adopción de niños por parte de esas parejas, hay una tregua tensa mientras se llega a algún tipo de arreglo que deje a ambas partes por lo menos igualitariamente insatisfechas, pues una fórmula transaccional parece imposible de momento.
Esto deja despejado el camino para lo que de verdad importa: modernizar las democracias para hacerlas más legítimas y eficaces, y en eso definitivamente no hay discrepancias entre los ciudadanos en todos los niveles de creencia religiosa, desde el ateísmo militante hasta el casi fundamentalista, por lo menos en las mentes democráticas.
Una cosa sí debe quedar muy clara al respecto, y es que la aceptación de las reglas de la democracia supone el derecho ciudadano no sólo a no creer en nada, lo cual fue una dura conquista, sino también a expresar públicamente su Fe y practicarla para quien quiera hacerlo. Esto, algunos no creyentes erróneamente a veces lo califican como contradictorio con las creencias democráticas, lo cual es una acusación injusta porque ambas creencias son compatibles. Y si bien es un simple error conceptual, una especie de “pecado venial”, forzando las comparaciones, no deja de ser una falta al fin y al cabo, un “faul” en las reglas de la democracia.