Hace un par de días terminé de leer el libro Cuando se rebosa la copa: luchas sociales en Colombia 1975-2015 publicado por el CINEP y escrito por el connotado historiador Mauricio Archila en coautoría con otros investigadores del centro. En el capítulo 3 titulado Visiones del desarrollo en las luchas sociales 1975-2015 escrito por la socióloga Martha C. García, comprendí que las visiones hegemónicas sobre el desarrollo denigran la vida humana, la empobrecen y la amenazan en puntos específicos y periféricos del planeta. De esta mezquindad humana en nombre del progreso sufre el medio ambiente, y el despojo material-territorial a comunidades campesinas y pequeños pobladores produce desplazamientos masivos y desarraigo cultural.
Avanzando en la lectura, recordé que en nombre del desarrollo los capitales trasnacionales han usurpado la soberanía de países del tercer mundo, que en su gran mayoría son atrasados y dependientes tanto a la banca internacional como a las potencias. ¿Y qué es la soberanía? Las aguas que nos bañan, las fértiles tierras que deberían fungir como vastas despensas agrícolas, los recursos naturales y, sobretodo, el espíritu de resistencia de nuestros pueblos. Hoy todo esto está siendo devorado rápidamente por las lógicas mercantil y consumista que rigen al mundo contemporáneo.
La hegemonía occidental del desarrollo, desconoce costumbres, tradiciones, saberes ancestrales, cosmovisiones y otras ideas sagradas que han forjado la historia y el camino de los pueblos aborígenes de Nuestra América. Hoy las comunidades indígenas en Colombia no solo están a punto de desaparecer por la perenne ausencia estatal, la conflictividad social que se vive en regiones como el Cauca sino también por la tentativa de implementación de megaproyectos mineros, ecoturísticos y demás iniciativas económicas que van en contravía de la protección de estos grupos humanos y de nuestros recursos hídricos. Por solo colocar un ejemplo: según el Consejo Territorial de Cabildos de la Sierra Nevada de Santa Marta, para el año 2017 existían alrededor de 132 títulos mineros vigentes en esta ecorregión y se encontraban otras 244 solicitudes en estudio.
Hoy, el mundo está enfrentando una pandemia que hasta el momento ha infectado a más de un millón de personas, de las cuales han fallecido más de 80 mil. El aislamiento preventivo decretado a nivel mundial ha terminado –como un efecto colateral- por favorecer a la naturaleza al disminuirse considerablemente las emisiones de CO2. Solo en China, que es uno de los países más poblados del planeta Tierra y donde se originó el COVID19, se han reducido en un 25% los índices de dióxido de carbono. Si bien muchos expertos (economistas, sociólogos, psicólogos, entre otros) anotan que nuestras vidas no serán iguales luego de esta emergencia sanitaria, es claro que el modelo económico capitalista es incompatible con el cuidado de la naturaleza y la preservación del entorno social. Es decir, cuando todo vuelva a la aparente normalidad, volveremos a encontrarnos –frente a frente- con la única y más seria amenaza de la humanidad: el ser humano.
Repensarnos individual y colectivamente después de la histeria generalizada, no solo nos debe llevar a la idea de que el Estado tiene que reafirmar su papel interventor en la sociedad, sino también nos debe exhortar a construir relaciones armónicas y horizontales con la Madre Tierra, quien es la única capaz de proveer lo justo y necesario para mantener en pie y equilibrio la vida humana sobre la faz de este mundo.