Cordón sanitario

“Rengueando y maltrecha, la democracia argentina logró esquivar la primera bala, pero sólo un voto informado y consciente en la segunda vuelta y un compromiso de las fuerzas democráticas con la reinstitucionalización del sistema político permitirá la supervivencia del régimen en el largo plazo”.


Para cualquier interesado por la ciencia política, y por la política en un sentido más amplio, las elecciones generales en Argentina constituyen posiblemente el acontecimiento más relevante de este año en América Latina. Lo que se juega en la Argentina es la supervivencia de la democracia frente al asedio de la extrema derecha populista, algo que debe interesar a cualquier demócrata, independientemente de su nacionalidad o su ideología política.

Aunque el fenómeno Milei se ha ido forjando desde hace algunos años, pocos esperaban la contundente victoria obtenida en las PASO de agosto, en las que superó en votación a los candidatos del bipartidismo. Debido a esto, pocos esperaban, también, que se le escapara el primer lugar en la primera vuelta de este domingo.

Por primera vez desde el retorno a la democracia, tres candidatos se disputaban codo a codo la presidencia y, más aún, el único con un lugar asegurado en la segunda vuelta era el candidato ajeno al bipartidismo. Lo que se definía en esta primera vuelta era qué candidato del establishment habría de enfrentar al outsider.

Y aunque con el paso de la campaña se fue haciendo evidente que Sergio Massa —el candidato del peronismo— superaría a Patricia Bullrich —la candidata de Juntos por el Cambio—, casi nadie preveía que le sacaría el primer lugar a Javier Milei.

El candidato libertario apenas creció entre las PASO y las elecciones generales; Bullrich ni siquiera logró captar la totalidad del voto de su coalición. Massa, en cambio, no sólo captó el voto de su rival en las primarias, sino que sumó otros tres millones de votos.

Elección atípica donde las haya, los votantes argentinos han debido elegir entre un psicótico populista antidemocrático, una ultraconservadora de pocas luces con pasado montonero y el ministro de economía de un gobierno acosado por la inflación y el decrecimiento económico.

En este escenario tan poco halagüeño, los argentinos se han inclinado por uno de los responsables de la actual crisis económica —lentamente gestada durante los últimos cuatro gobiernos— para evitar —de momento— el ascenso de un líder autoritario.

La pregunta obligada es ¿por qué la Argentina se encuentra en este escenario? Partamos de la economía.

A decir de Sebastián Mazzuca, desde 2007 Argentina ha sido el país de América Latina que más oportunidades ha desaprovechado para desarrollarse económicamente. Ni Cristina, ni Macri, ni Alberto han sabido poner a la Argentina en el rumbo de desarrollo que le corresponde dada su amplia frontera de posibilidades.

No sorprende, entonces, que un sujeto que durante años fue presentado en televisión como “experto económico” —a pesar de ser un economista austríaco—, y que hoy, como candidato a la presidencia, ofrece cambios radicales en el manejo económico, consiga ganarse el favor de una porción considerable del electorado. Pero esta es sólo una parte de la historia.

La otra pata de la explicación es eminentemente política. El sistema político argentino ha entrado en una profunda crisis de legitimidad. El bipartidismo colapsa, no por las virtudes —inexistentes, a mi modo de ver— de Milei, sino por sus innumerables vicios. El sistema de partidos que se constituyó durante la transición a la democracia, con sus méritos —sobre todo en una región donde los partidos políticos brillan por su ausencia—, ha sido, sin embargo, el puntal de un fuerte centralismo que ha alimentado durante años el descontento en las provincias; de redes clientelares de captación de votos; de “zonas marrones” donde el Estado reproduce la pobreza y la violencia; y de un patrimonialismo que recompensa a los menos a costa de los más.

Es por esto que el discurso incendiario de Milei contra la “casta política” ha tenido tan buena acogida. Más que su propuesta de dolarizar a la Argentina o sus amenazas de desmantelar el Estado, es su ataque permanente al sistema político lo que lo ha posicionado como el candidato favorito de muchos argentinos que no tienen la más remota idea de quién es Murray Rothbard.

De Milei no preocupa únicamente su absurdo programa económico —que difícilmente podría llevar a cabo íntegramente al no contar con mayoría en las dos cámaras legislativas—, sino que su discurso anti establishment es, en el fondo, esencialmente antidemocrático. Lo que preocupa, más que su miopía económica —grave por sí sola—, es que su odio a la democracia se está convirtiendo en la bandera de lucha de los olvidados por el sistema político. En palabras de Maristella Svampa: “Milei pasó de ser el payaso mediático que nadie tomaba en serio a ser el líder insoslayable de las mayorías silenciosas, que hoy se halla a cien metros de la Casa Rosada”.

Para un país que vivió una de las dictaduras más sangrientas de la historia de América Latina —blanqueada permanentemente por Milei y los suyos, pero también por Bullrich—, la defensa de la democracia es un principio irrestricto que debe anteceder a cualquier consideración ideológico-partidista. Para cualquier demócrata, la supervivencia del régimen es el valor al que debe subordinarse cualquier agenda programática.

Rengueando y maltrecha, la democracia argentina logró esquivar la primera bala, pero sólo un voto informado y consciente en la segunda vuelta y un compromiso de las fuerzas democráticas con la reinstitucionalización del sistema político permitirá la supervivencia del régimen en el largo plazo.

Massa debe ser lo suficientemente inteligente y responsable para comprender que el voto recibido no pretende exculpar al kirchnerismo de su pésimo manejo económico, sino defender al régimen democrático de quienes pretenden asaltarlo.

Massa es hoy el llamado a anudar un cordón sanitario que impida el ascenso de la extrema derecha en Argentina, lo que no sólo implica derrotar a Milei en las urnas, sino, fundamentalmente, sanear un sistema político enfermo y deslegitimado.

 

 

Juan Sebastián Vera

Sociólogo por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Estudiante de Política Comparada en FLACSO, Ecuador.

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