Conversación con Víctor Gaviria de la campaña No Copio

Me ha dolido tanto lo que hay alrededor del asesinato de un adolescente.

El hecho es que se cercenó una historia tibia, tibia de sangre, de piel, de los pequeños ríos de vida y de sueños entibiados con el frío de desasosiego y tantos, tantos ardores sin resolver y los que no podían ser resueltos.

¡Es muy barato!

 

Muy barata esta ciudad con los costos que le impone al homicidio y asesinar a un adolescente popular es muy barato.

Movimos el eje de responsabilidad hacia el asesinado y vamos más lejos justificando y aclamando. Esa maldita pregunta de por qué lo mataron y esa maldita repuesta, clasificación también, es lo que rodea la muerte, y lo que rodea es el espacio del homicidio, su trama. Y realmente la violencia no existe, lo que existen son asesinos.

Me gustó mucho escuchar a Víctor en el patio de Morada diciendo que esta ciudad nos había empobrecido tanto y nos había arrinconado tanto que los criminales se volvieron en la única forma de rebeldía y hasta la única expresión no mediada. Luego, en una historia que conocemos y que quizá arranca con Escobar, se volvieron a incorporar a un orden, a lo establecido, a nuevas pirámides o intereses. Pero Víctor dice algo muy cierto: hoy se espera de nosotros como ciudadanos sólo que seamos espectadores y consumidores. Nuestra falta de participación en amores y odios (esa indiferencia y tibieza) le da todo el campo a la atrocidad.

Víctor Gaviria nos enseña que hay una herida que desvía rumbos tan profundos que puede hacer que estos pelados hagan cosas atroces y se hagan cosas atroces. Ahí están los futuros asesinos diciendo “pa’ las que sea”. “Esa inmensa generosidad” en una ciudad tan calculadora, tan codiciosa. Y ese muchacho no tiene la esperanza de encontrarse con el gobernante de Antioquia o el líder autorizado de Medellín, sino con “un duro”. Nosotros no tenemos nada para él.

Finalmente un adulto, un viejo, “el duro”, “el cucho” –que nunca lo va a querer, pero sí va a ser querido por él que no calcula y no codicia igual– sí lo usa. En ese uso este pelado encuentra sentido a una vida que estaba como terminada y que ya es vivida como en tiempo prestado.

Hay que proteger del homicidio incluso al asesino, pero hay que hacer algo más: cuidar su alma. Y eso implica arrebatarle un rol, el de asesino, mediante el rechazo de esa faceta. El asesinato es inadmisible y por esa fuerza de la imaginación y la mirada, a partir de hoy los homicidas dejan de existir.

Hay que romper el círculo desde donde estamos, con las tretas del débil, con los expuestos en nuestra cotidianidad, con la cultura del centímetro, con nuestras campañas de ladera y quebrada.

Tenemos que encontrar otras formas de ofrecer vidas al límite, que esta ciudad no sea tan angustiante para los adolescentes populares y llegar antes que la heridas totales.

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