Una cosa, y solo una cosa, motiva este texto, a saber, pretendo poner a prueba la justificación estándar sobre la que descansa la ampliación de la cuarentena y la creencia generalizada de la superioridad moral de esta medida sobre su alternativa, que es levantarla. A pesar de la amplísima cantidad de argumentos que se podrían ofrecer en contra de la cuarentena, dada la poca capacidad de esta medida para resistir a un examen racional exhaustivo; a pesar de esto, ofreceré un único argumento de corte filosófico, el cual reza así: la cuarentena es injusta, o por lo menos, más injusta que el hecho levantarla, en tanto distribuye los daños de la crisis mediante un sistema que no representa de forma igualitaria los intereses de todos los afectados, esto mientras el virus sí lo hace, lo que significa, en resumen, que el virus distribuye el riesgo y el daño de una forma justa, mientras la cuarentena no.
Para comenzar, quisiera plantear un experimento mental que refleje el marco de nuestras condiciones actuales y nos permita determinar con claridad el tipo de problema al que nos enfrentamos en relación con la decisión de mantener o levantar la cuarentena. Podríamos representarnos que usted y yo, y adicionalmente, todas las demás personas que pueda imaginar, estamos en un barco que se hunde de forma inevitable. Sin embargo, existen botes salvavidas para la mitad de los ocupantes, lo que significa que la mitad podrá salvarse, mientras la mitad restante será condenada a muerte o a un naufragio que será, por lo menos, devastador. ¿Cuál será el criterio que utilizaremos para distribuir los botes, o lo que es lo mismo, la posibilidad de vida y muerte? ¿sobre la base de qué norma determinaremos quién merece ser salvado?
Una multitud de respuestas acuden para solucionar estos interrogantes, veamos algunas. Habrá quien diga que uno u otro atributo personal de las personas en riesgo será un criterio suficiente para distribuir el derecho a ser salvado; ya sea la excelencia moral, la aptitud física, las posibilidades de una futura vida valiosa o la intensidad con la que otros quieren que sea salvado ya sea por amor o interés, podrán ser características por sí mismas suficientes para justificar la prioridad de su vida sobre la vida de los que deja atrás, condenados al naufragio. Por otra parte, existe la posibilidad de una democratización de la decisión, es decir, de someter a una decisión mayoritaria la determinación de quien deberá ser salvado, de forma que tras una votación se logre disponer que aquel que cuente el atributo X merecerá ser salvado, aún a expensas de la muerte de aquellos que no poseen este atributo.
Estas perspectivas cuentan todas con el mismo desafío fundamental, este es ¿cómo se puede justificar ante aquellos que deberán morir un criterio que los condena a muerte pero que no eligieron? ¿Quién tiene la autoridad para imponer criterio para distribuir la muerte? La respuesta es bastante sencilla, no hay forma en la que una fijación arbitraria de los criterios para distribuir la salvación pueda ser legitima, solo un consenso unánime sobre este criterio lo podría hacer moralmente aceptable.
Siguiendo con nuestro experimento mental, supongamos que una mayoría religiosa intenta determinar que la filiación a su devoción sea lo que determina el derecho a acceder a uno de los botes salvavidas ¿qué razones tendrían los no creyentes para aceptar eso?, supongamos también, que una mayoría determina que sus familiares más débiles deberán tener derecho a estos botes en razón de su debilidad, suponiendo que los náufragos, en tanto son fuertes, podrán nadar para salvarse. En ambos casos, ¿qué razones tienen los náufragos para asumir la posibilidad de muerte? ¿cómo podremos justificar que realicen un sacrificio por principios que no comporten o buscando obtener ventajas para personas que no tienen razones para valorar? Dudamos que los potenciales náufragos puedan aceptar realizar un sacrifico por el que no reciben una compensación que valoren, de esta manera, podremos decir con un alto nivel de certeza, que en ausencia de consenso unánime sobre los principios que habrán de usarse para distribuir el derecho a ser salvado, los ocupantes del barco deberán optar por una solución imparcial, es decir, una solución que tome en cuenta y de forma igualitaria, el interés de todos a salvarse del naufragio; y, en este sentido, optaran por una solución que seleccione de forma aleatoria quien merecerá recibir el asiento que lo salvará de la muerte, optarán, de esta manera, por usar un sorteo donde todos tengan la misma probabilidad de obtener el muy deseado salvavidas y la misma posibilidad de muerte, o al menos, esta será la única solución justa en tanto toma en cuenta, de forma igualitaria, el interés de todos a recibir el decisivo privilegio.
Las circunstancias descritas en el experimento mental reflejan la disyuntiva que nos impone el virus, esto es, una crisis inevitable crea una circunstancia en la cual competimos por recibir un beneficio que preserve nuestros intereses, por esta razón, pretendemos crear una regla general que, o bien nos evite el contagio y de esta forma, la posibilidad de una eventual muerte por enfermedad, o bien, nos evite la pobreza, y de esta forma, una eventual muerte por hambre. La cuarentena responde a este dilema asignando protección (el bote salvavidas) en razón de una potencial fragilidad física a expensas de los costes igualmente peligrosos para los de mayor fragilidad económica. De esta manera, la cuarentena privilegia la protección y asigna salvación a aquellos que tienen razones para valorar un sistema de seguridad orientando a evitar el contagio, sin tomar en consideración los intereses de aquellos que podrán preferir un sistema de protección que privilegie la protección económica. ¿Cómo pueden justificar los de mayor fragilidad física tener este nivel de prioridad sobre los aquellos de mayor fragilidad económica? ¿Cómo pueden ser obligados los frágiles económicos a asumir los costes de salvación de los físicamente frágiles? ¿Cómo pueden los náufragos aceptar la salvación de otros a expensas de su tragedia?
En ausencia de razones de peso por las cuales aquellos que no valoran una prioridad de la protección física sobre la económica estén dispuestos a asumir los costos de este sistema, necesitaremos un mecanismo que pueda tomar en cuenta, de forma igualitaria, los intereses de ambos grupos a la hora elegir la regla por la cual distribuiremos el daño de la crisis, de forma que la solución sea igualmente aceptable para todos los afectados. En la medida en la que no contamos con un principio para dirimir la cuestión, es decir, no tenemos una regla fundamental que dicte que la fragilidad física debe tener prioridad de protección sobre la fragilidad económica, y no es posible crear un consenso al respecto, deberemos entonces optar por un sistema igualitario de distribución del riesgo, dado que no es legitimo que exista una regla que privilegie el interés de los físicamente frágiles sobre el de los económicamente frágiles sin el consentimiento de estos últimos, no podemos elegir quien será el náufrago por un procedimiento que él mismo no pueda consentir.
En resumen, la cuarentena refleja una distribución del riesgo que asigna protección de forma privilegiada a los intereses de unos a expensas de la satisfacción de los intereses de los demás, privilegia los intereses de aquellos que prefieren la protección física sobre los intereses de aquellos que prefieren la protección la económica, esto sin que aparezca ningún procedimiento que permita justificar esta elección ante aquellos que preferirían el segundo esquema de protección. Por otra parte, la imparcialidad de la que carece la cuarentena es una virtud del virus, el cual no crea un marco de selección fijo, no permite prever cuáles serán los afectados en tanto todos cuentan con la misma probabilidad de contagio, aunque algunos tengan diferentes razones para temerlo, de la misma forma que todos pueden ahogarse en el naufragio, aunque algunos puedan nadar mejor.
De esta forma, vemos cómo el virus respeta el criterio de imparcialidad en la distribución del riesgo, y por ende es justo, mientras la cuarentena refleja un privilegio sobre un marco de intereses específico (proteger la fragilidad física sobre la económica) que no puede ser justificado ante quienes no comparten el mismo esquema de prioridades. Conservando nuestra analogía, el virus equivale al sorteo igualitario de los botes salvavidas, mientras la cuarentena equivale a asignar los botes con un criterio arbitrario.
Así las cosas, y para responder a la pregunta si deberemos mantener o no la cuarentena, diré que mientras el virus respeta las condiciones para ser juzgado como un procedimiento de distribución del riesgo que es justo, la cuarentena supone la creación de una institución arbitraria que selecciona con criterios injustificados quien deberá sufrir el daño sin otorgar, para aquellos que disienten, compensaciones equivalentes a los sacrificios exigidos, de la misma manera que en la que un grupo pudiera apoderarse y distribuir a gusto los botes salvavidas, sin ninguna justificación que pudieran aceptar aquellos a los que condenan a la devastación.
De esta forma, si buscamos la preservación de la justicia en nuestras instituciones comunes, si deseamos la preservación de la igualdad fundamental de los hombres, deberemos optar por un esquema imparcial en la distribución del riesgo, y, por esta razón, deberemos optar por levantar la cuarentena, entendiendo esto como una opción moralmente preferible en relación con la posibilidad de mantenerla, de la misma forma que es moralmente preferible asignar los salvavidas en arreglo a un principio universal y no sobre la imposición arbitraria del derecho a salvarse o la obligación de morir.
[…] Es imperativo aclarar al lector, que este texto antes de ser un ensayo, es una contestación a un argumento postulado en anteriores días en este mismo portal. Así, la razón fundamental no va más lejos que el cuestionamiento a una proposición defendida no solo por aquél que cedo en referenciar, sino también a todos aquellos que bajo el mismo planteamiento pretenden quitarle un peso moral al dictamen del confinamiento. El texto en cuestión se desarrolla en el siguiente ensayo: Contra la cuarentena: un argumento filosófico […]