Una de las propuestas más desarrolladas y menos puestas en práctica en la República de Colombia es la paz. Los intentos e interés por ella se han visto menguados por las decisiones que representan los intereses de quienes ejercen el poder y el control político-económico en la Nación. Lo que decide y piensa la élite se efectúa en el territorio y en la vida de la población. Si hay paz, es porque se decidió en los círculos del poder económico que así fuera, si no, no hay; si ellos desean enterrar cóndores todos los días, efectivamente se hace; multiplicarían los sepulcros, sin ninguna preocupación, por las heridas suscitadas en el firmamento donde cruzan los vientos. La decisión contraria a ésta voluntad, permitiría ver como surcan el amplio horizonte; atravesando las nubes sobre los profundos acantilados de los Andes, a medida que detallan la naturaleza entera; la libertad del extenso cielo. Al fin de cuentas, la élite no conoce la libertad. Ellos son los peones del poder, y los ciudadanos colombianos del común, a su vez, los suyos. Resalto, si quienes poseen el poder económico y político desean paz, se hará la paz, y de igual forma, se hará la guerra. La exclusión mayoritaria en la decisión de la vida y la muerte ha caracterizado la política, la idiosincrasia, la razón y la guerra en la tierra del realismo mágico.
Colombia ha sido un país envuelto en guerras precisamente por el provecho de la élite ver que así sea. Ésta ha sido su voluntad, pero no están solos. Los miembros de la sociedad civil; aquellos quienes no poseen la capacidad de decidir en instancias destacables en la sociedad, de diversas formas; directa e indirectamente, han sido cómplices y promotores del desarrollo de las guerras que han asolado nuestra Patria. Es algo paradójico notar que la sociedad civil colombiana, la que más ha promovido la guerra, la cómplice de la muerte y la soledad, sea a su vez, una de sus mayores víctimas; son sus propios victimarios. La política es paradójica en sí, no es extraño que quien se beneficia del poder, sea de la misma manera, el mayor perjudicado y dominado por éste. La libertad se le es arrebatada a quienes ejercen el poder, debido al mismo, y éstos se la arrebatan a los demás; al mejor sentido de que si el culpable cae, los inocentes también caerán. Pero algo es claro, inocentes en una sociedad como la colombiana, una sociedad de cómplices de la guerra, son pocos.
El asunto no queda ahí. Ya conociendo el actuar de la élite corrupta y abusiva que domina el territorio donde sobrevuelan los cóndores, donde se bañan las orquídeas con rocío dulce, es necesario reconocer la voluntad que yace dentro de los corazones de los colombianos, la capacidad de ésta voluntad en inclinarse hacia el perdón y la virtud, de alejarse; de rechazar la ambiciosa y corrupta voluntad de la élite. Queda el camino de la voluntad propia, pero sola no basta. La voluntad debe seguir la compañía de la conmiseración social, el camino del perdón, los buenos ojos de la libertad consintiendo el corazón de los colombianos. “Perdonemos, sólo así conseguiremos la paz”. Pero antes de perdonar a nuestros semejantes, es necesario perdonarnos a nosotros mismos y tomemos conciencia en beneficio de la libertad. El verdadero fin de la paz es permitir que los ciudadanos puedan ejercer, no sólo el derecho de sus plenas vidas, sino el derecho de su plena libertad. Sin libertad, la paz es una quimera, una palabra vacía y fría. La paz es la sincera libertad, tanto en el espíritu del individuo como en la sociedad civil. Es una palabra cuyas lágrimas robarán el corazón de todos los colombianos y acompañarán su virtud en la búsqueda de la alegría, del bien común, de la felicidad social. La paz es el primer paso y base para “crear ésta alegría, la alegría sana, madre de la benevolencia como decía Rafael Uribe Uribe. Éste Sería el mejor servicio que puede prestarse a los colombianos que, en medio de una risueña naturaleza, son un pueblo melancólico y huraño, que parece rumiar a toda hora un tedio incurable. La paz es lo que hace que valga la pena vivir bajo la esfera celeste donde cruza la esperanza de los Andes. ¡Qué el cóndor de la libertad despliegue sus alas sobre Macondo!