Hace un par de décadas, el zorro le dijo al Principito: “Solo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible a los ojos”. Resulta que, a veces no somos esenciales para las personas que deseamos.
I’m in the corner, watching you kiss her / And I’m right over here, why can’t you see me? (Estoy en la esquina, viendo como la besas / Y estoy justo aquí, ¿por qué no puedes verme?) son los versos de una canción interpretada por Calum Scott. Me pregunté una y otra vez por qué no podían ver a Calum, y en última instancia, por qué alguien no podía verme a mí de la forma en que yo también veía. Hace un par de décadas, el zorro le dijo al Principito: “Solo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible a los ojos”. Resulta que, a veces no somos esenciales para las personas que deseamos.
Platón pensaba en la existencia de dos mundos: el inteligible y el sensible. El primero se conocía a través de la razón, en cambio, el otro por medio de los sentidos. Así, el mundo sensible refería más al cuerpo, mientras que el inteligible al alma. En ese sentido, el cuerpo sería la cárcel del alma, aquello que impedía que dos almas se encontrasen. A esto, los sentidos nos orientaban a juzgar lo aparente, mientras que el conocimiento nos llevaría a la esencia de la otra persona, a su alma o verdadero Yo.
Asimismo, uno no puede amar aquello que desconoce. A medida que conocemos más las cosas, más las amamos. No hay que amar la belleza simple, sino buscar la belleza esencial (en el alma) de las personas. Además, “belleza” es una palabra que queda muy corta al cuerpo, pues, belleza hay en la existencia y esencia. Y así como Platón nos invita al conocimiento también nos invita a salir de las sombras del desconocimiento, a cumplir con el propósito del amor y conocer a las personas para no solo desearlas, sino también amarlas.
Las ideas pueden idealizarse, pero las personas no. Hacerse una falsa imagen de una persona es ahogarse en la mentira y alejarse de su verdadera forma de ser. Si dos personas logran conocerse más allá del cuerpo, podrán convivir en alma con su verdadero yo. Y no hay nada mejor que desatar la esencia de uno mismo frente al otro, sin sentir miedo, culpa o incertidumbre.
Lo que hace daño, hace mal. Y el mal indica ausencia de lo que debe ser bien. La antítesis de ilusionarse será amarse. Por eso, la ilusión responde al engaño y la mentira no hace justicia con nosotros mismos, al contrario, nos debilita y aleja de la realidad. Si queremos ser esenciales para el otro, deberíamos dejar de mirar con los ojos y hacerlo a través del alma para llegar más allá de lo que el resto de gente ve.
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