“Las luces de los postes anticipaban la inevitable llegada de la noche”
El sol había dejado de pintar las calles de ese naranja melancólico y los automóviles pasaban raudos esquivando a los peatones, las luces de los postes anticipaban la inevitable llegada de la noche, el tráfico iba disminuyendo paulatinamente; mientras, el sueño se apoderaba de Javier, un hombre que había empezado en esta profesión hace apenas una semana, la oscuridad ya acechaba la ciudad.
Había sido un día tranquilo, pocos clientes, pero ninguno enojado, o con ganas de que el taxista sea su psicólogo de turno.
Faltaban un par de horas para terminar la jornada, Javier pensó que podría hacer dos o tres servicios más, llegó hasta el obelisco y se detuvo unos minutos para beber café de su termo.
Bebió sosegadamente, y guardó el termo, se disponía a encender el automóvil cuando una voz interrumpió:
- ¿Buenas tardes, me podría llevar a esta dirección?
Era una mujer joven, tal vez veinte o veinticinco años, traje formal, estatura promedio y cabello negro.
La joven le dió un papel
Javier miró el papel, hizo un cálculo mental raudamente.
- Por supuesto – dijo
La joven subió al taxi.
Transcurrieron unos minutos de viaje; cuando la joven bostezo estirando los brazos
- ¿Día cansado? – preguntó Javier
- Mucho trabajo y poca ayuda – dijo ella
El destino estaba cerca.
Pasarón por uno de los viejos cementerios que había en la ciudad; entonces, Javier recordó, la historia que le había contado un primo suyo, que también era taxista, sobre un hecho paranormal:
Eran casi las once de la noche, el primo terminaba de hacer un servicio, y ya se dirigía a casa para descansar; entonces, unas cuadras antes de llegar a un cementerio, una mujer pálida y delgada hizo la señal, el primo se detuvo, la mujer solicitó el servicio a unas pocas cuadras del lugar, el primo pensó que, ya que el destino estaba bastante cerca, podría hacer un último servicio y aceptó.
La mujer subió.
El viaje fue silencioso e incómodo.
Luego de varios minutos llegaron al destino.
– Llegamos señorita – dijo el primo
Pero nadie respondió.
El primo miró atrás, y estaba vació, se le escarapeló el cuerpo, bajó del taxi, abrió las puertas, no podía creer lo sucedido.
En la esquina había un puesto callejero de golosinas, se acercó para comprar una botella de agua; no pudo ocultar su horror, y le contó a la vendedora todo lo ocurrido. La mujer dijo que eso sucedía constantemente por esos lugares.
Javier estaba recordando la historia de su primo, cuando, instintivamente miró por el espejo retrovisor.
No vió nada.
Dió un grito de horror
Se oyó la voz de la joven
- ¡Qué pasa señor!
La joven solo se había quedado dormida echada sobre los asientos.
Pasado el susto, ambos rieron, la joven se bajó y Javier se fue a casa convencido de que su aprendizaje en esta profesión apenas estaba empezando.
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