“Decía Jorge Manrique de Figueroa, un poeta español, “cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando”, años antes de que el genocidio a las comunidades indígenas por parte de las tropas españolas asolara las tierras americanas, como si hubiera predicho el asesinato infame de millones y el silencio macabro de tantos, haciendo creer que lo que pasó fue el viento civilizador de la cristiandad rozando los rostros de los nativos como un soplo salvador de almas.»
Con este escrito se pretende exponer y mirar con criticidad la sociedad contemporánea y la falta de desarraigo que expone del eurocentrismo con la fuerte influencia occidental que aún rige en los contextos sociales colombianos; se narra y contextualiza en algunos puntos los causales que han hecho que la existencia de los indígenas y etnias minoritarias en Colombia hayan tenido tantos momentos adversos y una existencia tan poco digna desde la creación de los estados nacionales; se abordarán las problemáticas o razones por las cuales las comunidades indígenas se ven transgredidos en su cultura, espiritualidad y hábitat por parte de los sistemas estatales y la amenaza que la sociedad misma representa para todas las comunidades indígenas existentes; se enunciará con el mayor respeto y admiración por la resistencia de estos pueblos, algunos aspectos contextuales que han acaecido trágicamente y han hecho heridas históricas imborrables; se acepta y enfatiza la deuda histórica que se tiene con los pueblos versus las acciones de reconocimiento que debemos afrontar para mitigar el daño, posicionar la importancia en lo más alto de las necesidades reales, y concienciar los pensamientos para un reconocimiento de las raíces nacionales; se enunciarán los componentes y se desglosarán más a fondo incluyendo en ellos una mirada ecologista, suficientista[1], filosófica, crítica y abstractiva, intentado generar consciencia en quien lo lea y aportando elementos que contribuyan a un crecimiento racional, cognitivo, proporcionando miradas diferentes que posibiliten la inclusión y el reconquistar de los conocimientos que fueron arrancados de la mente y del espíritu a la fuerza por el colonialismo agresivo y la enajenación propiciada por el sistema.
Una vez empezó esta atroz gesta jamás culminó, aun después de la “liberación e independencia” consumada en 1819 con la batalla de Boyacá, Colombia nunca se pudo emancipar de los influjos costumbristas europeos, de su legado bárbaro y erróneo, de su falsa idea de progreso, de su brutalidad y su barbarie.
Como lo indica (Rodriguez, 2017), Colombia queda envuelta en una estructura política y económica que en ese momento permitía tener un sostenimiento viable a base de la extracción y comercialización de recursos naturales o políticas extraccionistas, los gobiernos siguientes arraigaron esos procedimientos como base sustancial del producto interno bruto guiado por sistemas Neoliberales. Es obligatorio aclarar que estas políticas son y deben ser utilizadas en todos los países, pues siempre han sido necesarias para satisfacer necesidades, mantener las relaciones comerciales, generar ingresos, empleos y movimiento económico, sobre todo después de la instauración de la revolución industrial y el capitalismo con su forma agresiva de producción en masa; en cierta manera estos procedimientos puede ser aceptables consumándose con responsabilidad ambiental, lo desgarrador y realmente decepcionante es que jamás se desarrollaron contingencias que mitigaran el daño al planeta y mucho menos, sistemas de producción para el uso de lo extraído, teniendo la materia prima en las manos, esperando en la puerta de la casa.
El esquema de sociedad impulsa un modelo para suplir los estándares de “civilización” o más bien barbarie, impuestos por los colonizadores, inspirado en el progreso europeo para un territorio que no es Europa, intentando mantener en las mentes enajenadas un estatus vacuo, hablando en términos de objetos de valor, cosas, que, para el grupo humano y temática que se abordara a continuación como aspecto central (los pueblos originarios, los nativos, las comunidades indígenas) no han sido, ni son importantes.
Desde los contextos de independencia fueron cuestionables las ventajas con las que estarían beneficiadas estas comunidades una vez en el territorio se inhibiera el título de colonias de ultramar española, en estos espacios de la eliminación y la creación de las fronteras de los países emergentes no había espacio para ellos, en el esquema de las jóvenes repúblicas nacientes no estaban contemplados, ni llamados a su organización política, económica o social, al no hacer parte del esquema del ciudadano, siendo este título un concepto que propicia la desigualdad en su forma pragmática.
Los nativos en su vasta multiplicidad, tienen, y siempre han tenido un aspecto espiritual y menos banal de la existencia, donde lo importante es la tierra, la cultura, la idiosincrasia, el legado y el honor de sus respectivas ideologías mantenidas durante generaciones con sistemas de manejos internos transmitidos por generaciones; a estas premisas el sistema general impone cambios obligatorios y “mejoramientos” a porciones de su sociedad, donde culpabilizando a estas minorías durante tantos años de la condición de atraso, presuponen una situación sin salida, donde además de lo que se indica en la conferencia (Rodriguez, 2017) como “modos de salvar el agro” con la implementación de la industrialización de las formas de trabajo, o el laborar como mano de obra barata, se le suma la expropiación, el destierro y el desplazamiento de sus territorios, propiedades inmateriales, de manera violenta, con sangre y muerte, para lograr el mismo objetivo capitalista, egoísta y avaro, la adquisición del lucro elitista.
La problemática actual en Colombia haciendo más amplio el contexto de violencia, radica en que la gran mayoría de comunidades se encuentran en zonas de guerra y conflicto, donde agentes externos a la cultura, se reparten sus tierras y los ponen entre la espada y la pared, entre ejércitos privados que se matan entre sí; sucede una guerra que no es de ellos, que no les pertenece, que no es generacional, ajena, en sus territorios; se enfatiza en sus territorios pues son pueblos milenarios que habitan estos pagos mucho antes que llegaran los españoles, cuya tierra siempre ha sido el don más grande y más preciado.
Se puede inferir entonces que los acontecimientos históricos en términos de legados y las decisiones gubernamentales nocivas o poco visionarias, han influido completamente en el contexto actual, cada vez pauperizando más a esas minorías étnicas que desesperados solo ven sus tierras, sus culturas y su existencia sucumbir.
Hay muchos ejemplos escabrosos, se puede tomar para argumentar estas ideas los tratados de libre comercio, son una muestra en donde a las tribus que tienen inferencia en el mercado derivado del contacto con otras culturas, no podrán competir y quedarán destinadas a morir de hambre y en el olvido, y donde las probabilidades de supervivencia son nulas con el esquema económico actual planteado.
(Camacho, 2013)muestra que a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX empieza el estallido de la extracción y venta del caucho; la casa Arana [2]se constituyó como un sistema de explotación de las comunidades indígenas a manos y por órdenes de Julio César Arana del Águila a través de instituciones del caucho, en un total exabrupto más de 40 mil indígenas fueron asesinados de la forma más aberrante y vil, Uitotos, Ocainas, Boras, Bora-Mirañes, Muinanes, Nonuyas Y Andokes fueron quemados en las malocas, cazados, torturados, sometidos a condiciones de esclavitud y vivencias inhumanas; sufrieron la suerte negra de haber nacido indígenas, de haber nacido en un tiempo donde su riqueza infinita era asesinada por el arribismo y la indecencia.
Según (friede, 1973, págs. 32-34) en la Explotación Indígena En Colombia, muestra como los Arhuacos en la Sierra Nevada de Santa Marta, perdían sus tierras vilmente utilizadas para la creación de granjas experimentales, dándole paso a la crianza de ganado bovino y caballar, con la complicidad y gestión de Santiago Tirado inspector de policía y J.M Carrillo el secretario de la alcaldía de Valledupar en ese momento, prácticas que a hoy día por el contrario de arreciar, son cada vez más comunes, ahogando cualquier tipo de resistencia.
Según (cejil, 2018) al menos 66 de los 102 pueblos indígenas que hay en Colombia o el 65% se ven enfrentados a la extinción, esto se le acredita al conflicto armado que los a victimizado en proporciones insondables y al modelo de desarrollo económico que apetece de manera voraz las materias primas y los recursos naturales que desgraciadamente se encuentran en su hábitat, esto en gran medida se hace con el aval y abandono gubernamental que permite y apoya estas condiciones de pauperización, vulnerabilidad y desdén con el transcurso del conflicto armado.
En varias ocasiones en la era contemporánea ese descontento e indignidad han hecho que muchas etnias salgan a las calles a clamar pacíficamente por sus derechos, demostrando un hito de resiliencia, solidaridad, respeto que denominan Minga indígena o trabajo comunitario colectivo voluntario para la sociedad, que pretende justamente mejorar las condiciones de coexistencia para esas comunidades, mitigar el impacto desfavorable del trasegar costumbrista del siglo, de la vulneración que sufren a causa del desarrollo económico insaciable, y petición de preservación de su mundo, nuestro mundo nativo.
El clamor de estas multitudinarias movilizaciones deja ver cuán es el grado de sin sabor, la gravedad de las transgresiones a estos grupos humanos, cuan ignorados e invisibilizados están los grupos étnicos minoritarios en el país, la malignidad que hay en el manejo de los entes gubernamentales, la incapacidad para enfrentar una situación que se generó desde las decisiones políticas hace más de 200 años, la complicidad en conjunto con grupos al margen de la ley y la poca importancia que suponen estos temas para la nación colombiana.
Partiendo desde una visión más filosófica y ecologista, lo importante debería ser para todos los seres humanos lo esencial, lo vital, lo necesario para la subsistencia, evitando la desmedida, el derroche, el desequilibrio, el gasto; se debería ejecutar una decolonización de todo tipo de estructuras sociales, educativas, costumbristas, apelando a la epistemología del sur, al reconocimiento de las raíces de nuestros antepasados y al ejemplo que puede dar su legado.
Se deben propiciar espacios que llenen el bache, las grietas, y esclarezcan las situaciones que han causado heridas imborrables por las atrocidades cometidas en el pasado y a través de la historia a las distintas poblaciones indígenas en el país y alrededor del continente, generando identidades y obras literarias como la vorágine de José Eustasio Rivera, grupos de investigación, formaciones como ONIC (Organización Nacional Indígena de Colombia), acciones políticas, ponentes gubernamentales.
Se debe buscar integrar a las etnias minoritarias en la construcción y la narración de los hechos históricos con las diversidades de la América latina, se debe adicionar para formar parte en todo lo que está en vía de transformación, para entendernos a nosotros mismos, para comprender a la sociedad desde lo indígena, desde la afro-descendencia y desde todos los componentes que crean el mestizaje, nuestra naturaleza, lo que somos en realidad.
Estas formas de olvido es solo una muestra de transgresiones a las herencias culturales, en la cotidianidad se han rezagado, regalado y extinto nuestras raíces, nuestro legado, nuestra herencia autóctona, como el cultivo, el respeto a la naturaleza; algo tan trivial que vale la pena mencionar es la compra en un establecimiento como Starbucks que, aunque puede parecer sin importancia, pagar un café 3 veces más que el precio que cuesta en la esquina donde lo vende una señora humilde en un carrito, que no tiene trabajo estable y con lo que debe mantener a su familia, es una muestra de la preferencia por el estatus o moda de la compra de una marca extranjera igual o inferior a los productos nacionales, acciones que pauperizan cada vez más el trabajador y la gente de a pie.
Hay que entender que desde un proceso histórico vil se establece la palabra raza como un determinante para un patrón de poder que debía tener un elemento diferencial por unas cualidades biológicas si se quiere ver desde una episteme antropológica; fue un modo de otorgar legitimación a un modelo de conquista marcada por el estatus, relación de trabajos, o privilegios según el beneficio de esas características fenotípicas de quien quería dominar.
Aun se debe lidiar con el exabrupto donde indio es un insulto, un término peyorativo con el ánimo de ofender, y hay personas que se aluden con esos términos; yendo por la misma vertiente de la idealización del actuar cultural como hitos históricos, vemos lugares emblemáticos que son tratados como lugares sagrados, riquezas inmateriales, se visitan y se exhiben rezagando al individuo propio de esos lugares. Las deudas historias que tenemos con las comunidades indígenas es insondable, es menester el reconocimiento de esta cara de América para muchos desconocida.
A fin de cuentas, la destrucción y ocaso de estos pueblos, es el reflejo de la desmesura en que la humanidad se encuentra sumida; estas comunidades siguen buscando un lugar donde se les de su especificidad, donde se valore y proteja su diversidad y se reconozca como tales. El reconocer debe tomarse no solo en ellos, sino en la formación de nuestro aspecto histórico, el reconocernos en la parte indígena y sentir que forman nuestra sangre, descendencia y herencia. La condición de ignominia en la que se encuentran es la imagen y semejanza de la importancia que se le da al medio ambiente, y es muestra que la sociedad de no llegar al punto de concienciar y repensar el rumbo de la historia, va directo al vacío, al abismo, a la extinción.
Nota: licenciado Ciencias Sociales en formación, Tecnólogo en sistemas, ambientalista, consciente. Miembro activo de Cofradía para el cambio. Crítico y opinante. El cambio es posible.
[1] Se toma como una filosofía de vida, donde se plantea tomar solo lo que se necesita del medio en que vivimos, es una visión bastante ecologista y racional donde se expone que toda compra, consumo, adquisición que no se necesita, empeora la vida en vez de contribuir al su mejoramiento.
[2] Entidad empresarial comercializadora de caucho, que en su momento tuvo su auge de comercialización y estuvo situada en la chorrera, amazonia colombiana, fue el lugar de la desaparición de más de 40.000 indígenas al ser esclavizados, torturados y asesinados vilmente en ese lugar por sus propietarios, uno de ellos llamado Julio César Arana. La comercialización del contexto fue la cadena de montaje estadounidense e inglés para la comercialización en masa de vehículos.
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