Si Colombia viviera en paz, sería el país perfecto. En serio. Colombia tiene prácticamente todo para ser el mejor país del mundo: diversidad, geografía, climas, recursos y belleza; pero no lo es porque no conoce la paz.
¿Qué significa que no hay paz? Simplificar la paz al enfrentamiento entre guerrilla y Estado es mirar a muy corto plazo y pretender resolver un problema, cortando tan sólo una rama de todo un bosque que hay detrás. Que no haya paz en este país significa conflicto y muchas cosas, pero ante todo, significa que no se puede vivir tranquilamente. Desde que uno se levanta hasta que se acuesta (y algunos ni entonces) en este país al ciudadano común le toca sobrevivir todo tipo de atropellos, obstáculos y agresiones cada día sin llegar a alcanzar nunca esa preciada tranquilidad del vivir que muchos llamamos paz. Gran parte de esos atropellos a la paz son estructurales e históricos, comenzaron con la patria misma y ya nos hemos acostumbrado tanto a ellos, que ni nos damos cuenta de que existen. Si no hemos podido cambiar el país, es porque dichos atropellos constituyen las instituciones mismas sobre las que se ha edificado.
Cuando digo instituciones, no me refiero solo al gobierno o al Estado. Me refiero también al matrimonio, a la vida en pareja y en familia, al proceso educativo y laboral y en general a todas las instituciones públicas y privadas enclavadas en una sociedad. Tan importantes son las instituciones y el tipo de valores, costumbres y comportamientos que fomentan y permiten, que es de acuerdo a ellas que se determina el nivel ético, político y social de una sociedad. Un nivel alto es cuando las sociedades lograron desarrollar instituciones que propician valores y comportamientos de confianza, respeto y apoyo mutuo y por ende hay desarrollo y buen gobierno. Un nivel bajo es cuando las sociedades se quedan en el recelo, la agresión y la trampa, ya que no logran cosechar suficientes valores y capital social para poder poner en marcha un proyecto consensuado de estado-nación y por ende no construyen instituciones que traigan desarrollo ni democracia.
Cuando me preguntan por qué no hay paz en Colombia, suelo recomendar varios libros que a mí me lo dejaron claro; mis preferidos son “Por qué fracasan los países” de Daron Acemoglu y James Robinson y “Ciudadanos y Caníbales”de Eli Sagan. La razón por la cual la mayoría de colombianos no entiende realmente por qué no hay paz en Colombia es porque no puede o no quiere leerse uno o dos libros para comprender el contexto en el que le toca vivir. Y como no lo comprende, no puede transformarlo; y así la serpiente se muerde la cola y Colombia se queda sin conocer la paz. Pero no menciono los libros para decir que lo que nos falta es educación, sino porque juntos sintetizan factores clave para entender por qué en Colombia no hay paz.
“Por qué fracasan los países” explica por qué Colombia inició con instituciones extractivas, verticales, centralizadas y mojigatas. El racismo y todas las otras formas de discriminación y desprecio de lo propio, incubadas por el rechazo de españoles a otras razas en épocas de la colonia fueron heredadas inconscientemente por los criollos, que si bien son mitad indígenas, usan la palabra “indio” como insulto sin molestarse por la contradicción implícita. Este simple ejemplo, sumado a una larga lista de taras culturales que cunden en la cultura popular, impide la unidad nacional y el consenso en torno a un mismo proyecto de país. De forma similar, la mita y la encomienda dejaron como legado la sumisión del pueblo ante altos niveles taxativos a cambio de pésimos servicios por parte de un Estado. En el caso de Colombia, recibimos del régimen pasado una oligarquía blanca, elitista y snob en el poder, siempre más preocupada por mirar hacia afuera que hacia adentro y por esto nuestro territorio y sus riquezas no los hemos aprovechado para nuestro desarrollo, sino que han sido entregados poco a poco a extranjeros a cambio de más poder y dinero para la élite, que se gastan en gran parte en fuerza militar para evitar y contener revoluciones.
“Ciudadanos y caníbales” muestra la otra cara de la moneda explicando por qué fracasan la mayoría de revoluciones de los países que buscan llegar a la democracia. Sagan demuestra que todas las naciones que hoy son democracias exitosas, alcanzaron su sistema por medio de una revolución. En este caso analiza la revolución francesa, comparándola con otras que sí fueron exitosas en alcanzarla, como la independencia de los Estados Unidos, así como los liderazgos e ideologías de cada una. Su conclusión es que las revoluciones que conducen a naciones democráticas de bienestar, justicia y paz, desarrollan desde el inicio valores de confianza, respeto y compromiso que les permiten construir instituciones y organizaciones verdaderamente democráticas, eficientes y sostenibles. Por otro lado, las revoluciones que conducen a “Estados fallidos” o intentos fracasados de democracia, son incapaces de desarrollar dichos valores y por ende se hacen incapaces de aceptar como legítima la oposición, por lo que se la persigue como “traidora”, anulando así cualquier chance de democracia o de legitimidad de la ley entre la sociedad, pues para hostigar a la oposición es necesario abusar del poder. A esto, Sagan lo llama “terror ideológico” y lo considera una etapa muy difícil de superar para una joven nación que se ha vuelto violenta y que intenta una y otra vez revoluciones sin éxito. Cualquier parecido con la realidad colombiana es pura coincidencia.
Si queremos cambiar el rumbo de nuestros 200 años de historia necesitamos: 1. Iniciar una revolución sin terror ideológico, que desarrolle valores y capital social y guíe ciudadanos hacia una verdadera democracia y 2. Convocar a una Asamblea Constituyente que permita transformar valores implícitos y rediseñar instituciones y organizaciones sociales, económicas y políticas, tanto públicas como privadas, para escribir una nueva historia nacional, la historia de ese país mítico y anhelado que sería “Colombia en paz”.
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