Queridos lectores:
Sé que, al igual que yo, muchos han tenido que enfrentarse a situaciones que requieren atención médica urgente, y al llegar allí sienten como estar atrapados en una película de terror: los gritos desesperados de las personas, las luces parpadeantes, el frío que penetra en los huesos y el paso de las horas que se hace eterno.
Hoy quiero compartir con ustedes una experiencia personal que me dejó indignada. Por tercera vez en este año, tuve que acudir a urgencias médicas y me encontré nuevamente esperando durante seis largas horas, desde las 2 de la tarde hasta las 8 de la noche, después de ser llamada al famoso ‘Triage’. Para aquellos que no estén familiarizados, este concepto clasifica a los pacientes según la gravedad de su condición y la urgencia de atención que necesitan. En mi caso, fui catalogada como triage IV, lo que significa una cita prioritaria con atención en 4 horas. Durante esa espera, el dolor en mi cuerpo se intensificaba, los escalofríos, náuseas, sin contar la desesperación de no recibir una respuesta rápida
Tuve que levantarme y preguntar qué sucedía, y me informaron que pronto me llamarían. Pasaron veinte minutos y fui atendida nuevamente; el diagnóstico fue simplemente recetarme un calmante intravenoso, el cual no estaba disponible en la farmacia de la clínica. Tuve que salir y buscarlo en una farmacia comercial.
¿Es justo que en nuestros momentos de mayor necesidad nos veamos sumergidos en un mar de papeleo y protocolos? ¿Es razonable que el personal médico esté poco centrado en aquellos pacientes que agonizan ante sus ojos? Mi experiencia me llevó a reflexionar sobre nuestro sistema de salud.
Es hora de que Colombia abra los ojos y enfrente de frente el desafío de una reforma profunda. No hablamos aquí de pequeñas modificaciones, sino de una transformación radical que ponga a las personas en el centro de la atención.
En la salud, el tiempo es un recurso tan valioso como escaso. Mientras muchos pueden acceder al sistema de salud, otros se ven privados de ello debido a la falta de recursos para pagar los costos elevados. ¿Es esta la equidad que promete nuestro sistema de salud? Parece más bien una parodia de justicia.
Por ejemplo, el Sistema Nacional de Salud del Reino Unido (NHS) ofrece atención médica gratuita en el punto de uso para todos los residentes del Reino Unido, financiada principalmente a través de impuestos generales y gestionada por el gobierno británico. Este enfoque refleja el compromiso con la equidad y la universalidad en el acceso a la atención médica, proporcionando un modelo que Colombia podría considerar al abordar los desafíos en su sistema de salud.
Pero no todo es negativo en este escenario. Existe una luz al final del túnel, una esperanza de cambio que se cuela por las grietas del sistema. Sin embargo, para desenredar esta maraña de trámites innecesarios se necesita más que buenas intenciones; se necesita acción.
El Ministerio de Salud y las entidades territoriales deben abandonar el discurso vacío y asumir su papel como garantes del bienestar de todos los colombianos. Implementando medidas para simplificar los trámites, mejorar la eficiencia en la atención médica y garantizar que los recursos se asignen equitativamente para satisfacer las necesidades de la población.
Pero, ¿quién dijo que el cambio sería fácil? En este país de contradicciones y absurdos, incluso la lucha por una atención digna y equitativa parece una batalla perdida desde el principio.
Así que alcemos la voz: merecemos un sistema de salud que esté a la altura de nuestras necesidades, que no nos condene a esperar en vano mientras el reloj de la vida avanza.
La salud de todos está en juego.
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