Considero que las dicotomías en las que nos sumerge el fanatismo suelen ser inútiles, hablar con un religioso sobre la posibilidad de que dios no existe es además de irrespetuoso con su cosmovisión, una tontería. Pero ante las palabras que expresa la columna “Yo firmo por Colombia” publicada en este mismo medio por la señora Paula Santander, me siento con la necesidad de decir algo, no sé si resulte inútil.
Tendré que decir que mi compromiso no es con la verdad, en tanto me resulta epistemológicamente difícil sostener que ésta puede existir unívocamente. Tampoco diré que pertenezco a los buenos o que mi accionar es el políticamente correcto, por lo mismo porque no puedo sostener una verdad única. Siento la necesidad de decir alguna cosa frente a lo que se expresa en esa opinión, en defensa de la lógica, porque acepto la invitación de la columna y no puedo guardar silencio ante lo que parece una contumaz muestra de cinismo o de ingenuidad, tal vez las dos.
Por otro lado la reivindicación por el derecho a la expresión de ideas, debe aceptar la réplica y considero que hay varias ideas expuestas en la columna que requieren alguna replica.
En primer lugar es necesario defender la lógica de ciertas demagogias, nada tiene de mala la resistencia civil, ni más faltaba, pero ¿Cómo hace uno para hacerle resistencia civil a la paz? La resistencia civil se afinca fundamentalmente en la negación de la violencia y decir resistencia civil contra la paz se constituye en un oxímoron en sí mismo.
Por supuesto que el derecho al disenso está en la base de la democracia pero ¿Por qué mientras estaban el gobierno era imposible disentir? No puede olvidarse que quienes hoy son los más acérrimos opositores del gobierno y acusan a los demás de perseguidores de la oposición, tienen como germen el gobierno que normalizó la más horrible de las noches por las que ha pasado el país en la que la oposición fue fustigada por la más firme de las manos y el más indolente de los corazones.
Creo que la opinión es un derecho, pero el cinismo no.
Firmar para ponerle condiciones a la paz, me recuerda a algunos amigos del colegio que en una ocasión quisieron recoger firmas para que tumbaran el colegio. No existe lógica en una defensa de la institucionalidad que busca destruirla y con este me refiero a que la paz es el principio deontológico del Estado, es decir, las instituciones modernas tienen como objetivo la paz e invocarlas para buscar que continúe la guerra o, mejor, para que la paz tenga condiciones inalcanzables es pretender que no existan.
Lo que se busca es una firmatón por la hecatombe –les recuerda algo esa palabra- es destruir el estado. La democracia no admite al interior de sus instituciones la posibilidad de autodestruirse y, por tanto, no existe un instrumento democrático para que la paz sea inviable. Esa fue una pelea que ya perdieron los nostálgicos, que como la señorita que escribe la columna a la que respondo, se sienten extraños ante la posibilidad de que el enemigo no sea exterminado.
Como Laureano Gómez, Uribe y sus áulicos, destruirán el país antes de poder aceptar que el enemigo puede no ser exterminado. Otros 60 años de guerra no serán suficientes para superar la nostalgia.
Para cerrar diría que todos los colombianos tenemos una deuda con la historia, en especial si hacemos parte de la clase que ha gobernado siempre ¡Todos! Lo que hace necesario que podamos perdonarnos los castigos y mirarnos a la cara diciéndonos la verdad. Esa a la que se resisten los nostálgicos que parecen no extrañar la guerra sino la posibilidad de poder enterrar sus pilatunas entre muertos.
La paz la construimos todos, pero sin cinismos, tienen derecho a oponerse a una verdad que no les conviene pero no en nombre de las instituciones y la democracia, otra vez no.
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