Asiento de marihuaneros, poetas y otros malandros
No hay música, solo las voces nuestras y de otros
Que dicen de la ciudad y sus metamorfosis
Gabriel golpea en el rostro a una marica
La pobre, un exvarón, se revuelca en el piso y llora
La noche avanza con sus hedores a orín y sudor agrio
La Playa, donde cantamos bajo las sombrías ceibas,
Nos acoge con sus neones y sus muchachas luminosas
La ciudad me zarandea de una calle a otra, de un bar a otro
Y camino cantando, para mis adentros, Balada para un loco.
Ahora estoy en Maracaibo, la luna de plata (y plátano)
Corona la cumbre del Pandeazúcar y comenzamos a bailar
Iván pasó de Goyeneche a la Billo’s Caracas Boys
Porque era mejor sentir los pechos de las muchachas
Y sus cinturas calientes entre nuestras manos ebrias
La Boa guarda palabras viejas, de escritores muertos
Y después del baile, en la calle, con un ajedrecista
Cantamos, de cuadra a cuadra, Bajo un cielo de estrellas
La luna no es tan brillante ahora y parece más alta.
Un cometa de alcohol nos transporta al barrio Antioquia
Luces y banderines en los techos y Gardel en la pared
El Gordo, que antes cantaba, abre espacio a dos señoras
Que comienzan a berrear “Gaviota traidora”, imposible
Cómo nos vas a hacer esta involución, se piensa
Y vasos y copas caen alrededor de las que gritan
El Gordo saca el revólver, balbucea, tal vez dijo: “¡hijueputas!”
No sabe de dónde salieron los proyectiles de vidrio
Se oye el rumor de una quebrada y pasos que se alejan
La noche con boleros embriaga un cuartito azul
Paredes con cuadros de una exposición y a media luz
Un merendero maltoca una guitarra y malcanta
“No toqués más o te la ponemos de ruana”
Se arma una trifulca, con guitarra rota y botellas volantes
La ciudad de los bohemios parece no asustarse ante las balas
Ni ante los carros bomba, ni por los tiroteos en cantinas
Camino ahora por la Oriental, hay una explosión
Otra más de una sucesión de lo interminable
Cerca de mí caen pedazos de gente y de metralla
Mi camino, que no se birfurca, apunta al norte
El día tiene color de sangre y de fresas con crema
En Versalles hay jugo de mandarina y café cantante
En el Astor olor a té y conversaciones de viejos
La brújula imaginaria me señala el punto cardinal de los pistoleros:
El de la generación perdida, y los niños que disparan bien
Camino hacia el encuentro con un destino azaroso de balas
Veo a un policía joven que persigue a dos sujetos
Doblan por Maracaibo y se entran al parqueadero de una clínica
Reciben al policía a balazos, inerte está sobre el asfalto
Sigo caminando porque no puede detenerme ante el espanto
Explosiones por aquí y por allá, amenazas, muertes
Corro por Argentina, porque han matado profesores
Llego a la acera ensangrentada, cadáveres con sábanas blancas
Junto a los dos muertos (otro está en un ataúd) alguien llora
Ciudad con lluvia de sangre en el valle y las montañas
“La sangre llueve siempre boca arriba, hacia el cielo”
No estoy herido todavía, como sí lo está todavía Miguel
Me recojo junto a la pared de una iglesia neogótica
Mientras suenan los disparos por la calle Ayacucho
Ciudad de asfalto caliente y siempre con algún cadáver
Apareció por Santa Elena, por Loreto, por la represa
La voz va diciendo de los arrojados a las cunetas
Ciudad perfumada con dinamita, con otras pólvoras y polvos
Y mientras el norte me avisa que ya no hay chimeneas
Se acabó, señor de la nada, “mi pequeña Detroit”
Mi gran puta, la de los conservadores, los dones y los curas
No hay barrigones en el atrio y los necios están en Brooklyn
Y yo sigo caminando y paso junto al monumento broncíneo
El del señor de la sotana grande, monseñor Caycedo,
A cuyos pies están sentados tres travestis de sonrosado pelo
El tiempo me acompaña, con sus alaridos y desmembrados
La década ha llegado a su final y se prolonga tres años más…
¿Dónde quedaron mis amigos, mis parientes y mis sueños?
(Se me olvidaba decir que después encontré un pulgar en una cornisa).

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