Antes de Instagram y de las redes sociales, antes de la popularización de la cámara, la fotografía y los fotógrafos pensaron la imagen como una manera de ver y dejar una huella significativa de lugares, costumbres y sucesos, especialmente aquellos signados por la excepcionalidad (de la situación o de la persona). Después de la excepcionalidad, el fotógrafo, como ejecutor de un oficio, cronista o cuentista, se interesó por capturar la cotidianidad que pasó frente a su cámara.
El libro Archivo por contacto del artista Oscar Muñoz recoge una serie de fotografías tomadas en Cali entre 1950 y 1970 por foto-cineros (fotógrafos callejeros que utilizaban sobras de cintas de cine para vender las tomas a los transeúntes). Se trata de una recopilación de imágenes tomadas por fotógrafos de oficio en donde aparecen hombres y mujeres de a pie en sus tránsitos por la ciudad, para lo que Muñoz propone una curaduría temática y estilística signada por la aparición del ciudadano común.
Desde la visualidad que permite la fotografía y desde lo que hicieron los foto-cineros reverbera un interés por los anónimos. Entre aquellos hombres y mujeres anónimos puede leerse fragmentariamente a la clase media. Un ejercicio similar de la fotografía como documento puede hacerse en Bogotá durante el mismo periodo de tiempo, desde el trabajo de dos fotógrafos fundamentales para la historia de la fotografía y del periodismo gráfico en el país: Manuel Humberto Rodríguez y Nereo López.
Ellos, desde sus preocupaciones como reporteros, documentalistas y artistas, también retrataron al hombre común: los que no son los ricos en clubes o las personalidades de la vida pública, ni tampoco los desposeídos dignificados y exaltados en fotografías de una suerte de antropología de la pobreza. Hay una pregunta por otros cuerpos, dignos desde su apariencia y anónimos desde su lugar en la ciudad y que se relatan en la medianía entre ricos y pobres.
El fotógrafo bogotano Manuel Humberto Rodríguez Corredor (1920-2009), conocido popularmente como Manuel H, alcanzó la primera cúspide en su carrera como reportero gráfico al cubrir los hechos ocurridos el 9 de abril de 1948 para el diario El Tiempo. Sus fotografías del Tranvía en llamas bajo el cielo gris y los tumultos de personas en las calles, o sus fotos del cuerpo de Jorge Eliécer Gaitán momentos después de su asesinato el 9 de abril de 1948, le aseguraron un lugar en la reportería gráfica nacional. Durante la segunda mitad del siglo XX, Manuel H se dedicó a fotografiar a Bogotá con la mirada del reportero y del cronista interesado en los grandes acontecimientos, las personalidades, los eventos sociales (como las corridas de toros, por ejemplo), y en general de la vida en Bogotá.
Paralela a la carrera de Manuel H se encuentra la obra gráfica y artística del cartagenero Nereo López, quien nació en 1920 y falleció en 2015. Se cuenta anecdóticamente que estudió fotografía por correspondencia en un curso ofrecido en Nueva York, a donde viajó para presentar su trabajo de graduación y en donde vivió hasta su muerte. Su trabajo en Bogotá comenzó en el año de 1958 como jefe de fotografía de la revista Cromos, luego de haber sido corresponsal fotográfico de los periódicos El Espectador y El Tiempo en la ciudad de Barranquilla. Sin embargo, la importancia de su trabajo es de orden nacional.
Si bien el archivo de los foto-cineros curado por Oscar Muñoz puede leerse en clave histórica de los sujetos y el espacio, en las fotografías de Manuel H y de Nereo existe una intención documental del fotógrafo. Manuel y Nereo no hacían conscientes a las personas sobre el hecho de ser capturadas por sus cámaras. Rara vez miran al lente, y cuando lo hacen, la mirada delata una suerte de naturalidad y de intimidad que especialmente Nereo es capaz de capturar. Existe más la mirada de un autor que la de un repetidor del oficio. Este archivo de autores para leer a la clase media bogotana sirve como documento histórico, como documento estético y como mirada poética de los andares de la ciudad.
Ellos, desde múltiples ángulos y centrándose en las calles, retrataron en la vida cotidiana (el trabajo, la calle, el ocio, las compras…) a los ciudadanos de a pie, vistos acá entre 1950 y 1980. Hombres en la oficina, en el Parque Santander siendo atendidos por los antes populares lustrabotas, esperando el bus en el paradero de la Carrera Séptima, en los cafetines del centro de Bogotá que tanto alimentaron el mito del la Bogotá cachaca. Las fotografías tomadas en estas décadas por Nereo y Manuel H también presentan a las mujeres trabajadoras (no obreras, sino empleadas), como una operaria de un sistema de cómputo del supermercado Colsubsidio; también en las calles de la ciudad en las que su apariencia es fundamental y ciertamente homogénea: medias con el trazo vertical de la vena oscura desde los tacones hasta adentro de la falda de paño y a la altura de las rodillas, presentando un traje moderno aunque sobrio y pudoroso.
Hablar de la clase media desde las fotografías de Nereo y Manuel H es hacerlo desde unos sujetos en busca de un estar aspiracional en la ciudad, que se habita principalmente desde el cuerpo. Un cuerpo vestido, un cuerpo educado a partir de un repertorio de movimientos, un cuerpo que se ubica en determinados espacios (cafés, cinemas, restaurantes, puestos de trabajo, lugares para la familia). La clase se constituyó, entonces, desde el consumo de objetos y experiencias que permitieran leer a los sujetos como pertenecientes a algo, y por ende alejados deliberadamente de otras esferas. Para la clase media, la exclusión deseada fue la de la pobreza y la aspiración trabajada fue la de obtener una mejor posición social.
Para lograr este repertorio corporal y de estilos de vida, una gran fracción de la incipiente clase media bogotana de mediados del siglo XX debió recurrir a ciertos recursos. Una de sus particularidades económicas fue tener menos de lo que una vida cómoda costaba, y al tiempo desear por encima del salario. En la novela de Rafael Gómez titulada “45 Relatos de un burócrata con ocho paréntesis”, publicada en 1941, el protagonista, un empleado del ministerio público, apuntó:
- Si no nos endeudamos, dice el empleado, no tenemos nada. Los clubes, los vestidos, la ropa interior, el calzado, en fin […] se puede surtir solo a través de las deudas de las gentes del pueblo. Los empleados soportamos las deudas porque ellas nos visten bien, nos dan cache.
Se trató de la condición adulta y del modelo de la familia que se debe mantener, pues por supuesto la familia nuclear hizo parte de lo que se esperaba de los “ciudadanos de bien”. Más que una categoría política, la clase se refiere entonces a un repertorio de apariencias, comportamientos y estrategias que permitieron la pertenencia diáfana a ideales de tranquilidad, bienestar y comodidad.
Relato nostálgico de la ciudad
Excluyendo los retratos de la pobreza, las fotografías de Bogotá y sus habitantes tomadas por Nereo y Manuel H presentaron sujetos adultos o jóvenes que lucían como adultos. Trajes oscuros o en tonos más claros, pero siempre con la supuesta elegancia bogotana del sastre que con tanto hincapié se cultivó durante la primera década del siglo XX. Una ciudad moderna en sus calles y en sus prácticas, pero anquilosada en cuerpos nostálgicos del pasado elegante que se quería conservar. Esta mirada refleja más de la subjetividad de los autores que el pulso entero de la ciudad.
¿Dónde quedó la juventud? Estuvo apenas mencionada en algunas fotografías a través de los detalles: pantalones anchos, minifaldas, peinados amplios, hombres sin camisas de cuello de corbata y lo que pudiera entenderse como una paleta más amplia de colores gracias a la presencia de estampados (aunque todas las fotografías de este periodo son en blanco y negro). También en escenarios juvenilizados como cafés que no fueron los de los tinterillos bogotanos, o tiendas de discos recién inauguradas en una suerte de actitud de cambio y renovación generacional.
Nereo y Manuel H nos legaron fotografías que revelan la nostalgia adulta y madura de la ciudad que ya no es, así como la aspiración de elevar la posición social y la posición en la ciudad por medio del deseo de ser alguien expresado en la corporalidad. Son fotógrafos de una ciudad que estaba cambiando, pero retrataron desde su propia mirada la generación a la que pertenecieron y desde su propia condición de clase: hombres en construcción, en ascenso social; hombres de la clase media.
Así también miraron la ciudad, no para decir que sus miradas hayan sesgado la otredad, y más para resaltar la visión de la ciudad fría y elegante alimentada en las décadas anteriores. Así como sus fotografías se centraron en la Bogotá centro-Chapinero sin discurrir hacia otras latitudes (salvo en casos muy particulares), los personajes retratados no son aquellos que se pueden ver en los álbumes de familia o en la mirada de los foto-cineros – donde pueden verse las tensiones de cambio de la moda y el cuerpo –, lo que revelaría inconscientemente una intención particular como autores y como hijos de su tiempo y sus posiciones.
Ambos fotógrafos fueron documentalistas visuales, Nereo imprimiendo el ojo del artista y Manuel H el del cronista. A ellos les debemos y les pertenece gran parte de la memoria visual que tenemos sobre lo que fue Bogotá y sus ciudadanos de clase media (entre tantos temas), así como una mirada del país del siglo XX revelada en sus miles de negativos.
Si quiere conocer más sobre este proceso, consulte el álbum virtual creado por la Biblioteca Nacional en este enlace.
Este texto es parte de la investigación sobre la clase media en Bogotá entre 1950 y 1979, vista a través del archivo de los fotógrafos Manuel H y Nereo López que posee la Biblioteca Nacional de Colombia. Es uno de los proyectos ganadores del portafolio de estímulos 2016 ofrecido por el Ministerio de Cultura de Colombia.