En su libro sobre el proyecto SETI para la búsqueda de vida inteligente extraterrestre, Un silencio inquietante, el físico Paul Davies cree que las razas alienígenas superiores, de haberlas, seguramente sean inteligencias artificiales con un potencial inconcebible para el cerebro humano que, además, estarían acopladas a máquinas capaces de resistir las extremas condiciones a que deben enfrentarse en sus exploraciones galácticas.
Según Davies, la inteligencia biológica es un fenómeno transitorio y fugaz en el contexto evolutivo del universo, lo cual responde a los criterios de la doctrina transhumanista.
Es así que, frente a la búsqueda de vida extraterrestre desde criterios biológicos, los científicos del SETI han apostado por centrarse en la detección de máquinas. Según Seth Shostak, astrónomo jefe del SETI, si existiese una máquina con la capacidad intelectual de un humano, de aquí a cinco años su desarrollo la llevaría a superar la inteligencia del conjunto de toda la humanidad. Una vez que una sociedad inventa la tecnología para entrar en contacto con el cosmos, dice Shostak, está, como mucho, a unos cientos de años de pasar de su paradigma cognitivo al de la inteligencia artificial.
Las máquinas extraterrestres serían no sólo superiores a quienes las crearon, sino que, además, serían inmortales y no tendrían que vivir en la zona de confort de un sistema solar, que es donde se centran las actuales investigaciones en busca de alguna huella que constate la existencia de vida ahí fuera.
Esta ampliación de las condiciones de vida significa que habría que emplear tiempo en buscar, según Shostak, en lugares hasta ahora discriminados por los científicos que, aunque intolerables para un organismo biológico, podrían ser de alto valor para una máquina, como regiones ricas en materia y alta energía con que abastecer su impensable, para nosotros, tecnología.
En los años sesenta, el físico ruso Kardashev clasificó los diferentes tipos de civilizaciones en virtud de su capacidad de consumo energético y, a partir de esta idea, un grupo de científicos decidió, a comienzos de este año, embarcarse en la búsqueda de mega-estructuras alienígenas usando los datos del telescopio Kepler.
Pero, como explica Davies, el proyecto SETI en particular, y la astrobiología en general, siempre han estado sometidos a una pesada losa: el antropocentrismo.
Los extraterrestres se muestran al imaginario colectivo en términos de la propia civilización que los concibe, como observará quienquiera que repase los tipos y caracteres de E.T. a lo largo de la Historia.
Pensemos, por ejemplo, en la posibilidad de una tecnología que, nos dice Davies: no está hecha de materia, no tiene forma, es dinámica y se ajusta a todas las escalas de espacio-tiempo. “O, a la inversa, no parece hacer nada en absoluto que nosotros podamos discernir”, puesto que no está hecha de piezas diferenciadas, “sino que es un sistema, una sutil correlación” a un nivel que se nos escapa.
El SETI surgió en los años sesenta bajo la creencia de que hay civilizaciones extraterrestres que envían al espacio señales de radio de banda estrecha, “una especie de equivalente galáctico del BBC World Service”, escribe irónicamente Davies.
Y en los últimos años se viene imponiendo el imaginario transhumanista. ¿Está el ser humano adentrándose en una nueva fase de evolución? Algunos creen que estamos a las puertas de la era post-biológica.
Como forma de transición hacia una era posthumana, el transhumanismo comprende diferentes fases intermedias: el cuerpo es el primer y más fácil elemento en ser unido a los componentes mecánicos, para luego dar paso a la transferencia de la mente a un elemento completamente artificial mediante un proceso denominado uploading.
La inteligencia no es, desde el punto de vista científico, una necesidad de la evolución; mucho menos lo es una mente racional. Y mucho menos lo es pensar, atrapados en esa mente racional, que es una fase de alto grado en el proceso evolutivo. Sencillamente, es lo único que conocemos en lo que a inteligencia se refiere porque en este minúsculo punto celeste, como lo llamara Carl Sagan, no hay con qué comparar.
El logos no tiene por qué ser la expresión de organismos evolucionados; es otra antropomorfización. “Sin unas mentes preparadas por los antecedentes culturales de la filosofía griega y el monoteísmo (o algo parecido), en particular la idea abstracta de un sistema de leyes matemáticas ocultas, tal vez la ciencia, tal como la conocemos, nunca hubiera emergido”, dice Davies. Son muchos los factores circunstanciales que determinan el nacimiento del método científico moderno, y no necesariamente los mejores.
Nuestro nivel máximo de manipulación se basa en la electrónica y en las comunicaciones nacidas de la manipulación electromagnética. Pero no es la única tecnología posible. Los alienígenas podrían estar manejando la información del universo de manera incomprensible para nosotros, pues no podríamos imaginar la “máquina” usada para ello.
La diferencia entre objetos naturales y artificiales es producto de una cultura. Unos están hechos por el hombre y otros son desenvueltos en el fluir de las leyes del universo.
Es a través de las leyes cuánticas que podemos atisbar cómo lo artificial se sirve de lo natural y se solapan. La manipulación a niveles cuánticos está en un nivel inferior a la distinción entre objetos de uno u otro tipo, pues se sirve de la materia en sus niveles más elementales. Y sólo cuando la computación cuántica alcance sus primeros logros efectivos seremos capaces de comprender cuán limitado es el actual “progreso” humano y apenas de intuir lo que queda por delante.
En palabras de Davies: “Estamos tan unidos al concepto humano de la máquina como pedazos de metal con botones y palancas, o como información que se procesa (como en los programas de ordenador), que se nos hace difícil conceptualizar una tecnología que implique niveles superiores de manipulación”.
Pero, si no se alcanza a distinguir la diferencia, el universo entero podría ser una manipulación, una simulación como sugiere el filósofo Nick Böstrom.
De seguir por aquí, esto nos alejaría de la «ciencia» y nos sumergiría en el mundo de la ufología… ¿dónde están los límites? Por ejemplo, la teoría parafísica de los ovnis sostiene que ciertas entidades de una realidad invisible han manipulado el mundo de los humanos desde tiempos inmemoriales.
Una civilización de tipo III, por ejemplo, sería capaz de dominar el tejido espaciotemporal a su antojo, no sólo para viajar libremente y aprovechar toda la energía disponible en el Cosmos, sino incluso para crear sus universos propios a la manera de universos paralelos. Los dioses en su estado puro, ni más ni menos.
En este punto, las civilizaciones extraterrestres adquirirían el rango de dioses, ángeles y demás criaturas celestiales. Y ya no estaríamos hablando de ciencia, sino de teología… Y, entonces, ya serían otras historias.
Sin embargo… ¿acaso no son los límites una mera cuestión de conveniencia cultural…?
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