El Chocó, que debería ser un emporio de turismo ecológico, hoy es un hervidero de ilegalidades y violencias, en medio de la corrupción de su clase dirigente, si es que la hay.
El departamento ocupa el primer lugar en explotación de oro en aluvión con 37.841 hectáreas, pero 33.938 de ellas, ¡el 90%!, son ilícitas y en zonas de reserva forestal.
Según la UNODC (2023), Chocó pasó a ser “zona de expansión” de cultivos de coca y su línea costera es ruta diaria de grupos narcotraficantes, lo que explica las luchas por el control territorial, principalmente entre las Autodefensas Gaitanistas y el ELN.
Adicionalmente, Colombia es el país más lluvioso del mundo y su región más lluviosa es Chocó, el más perjudicado por la ola invernal, con inundaciones en 22 de sus 31 municipios y 33 mil familias afectadas, en un departamento que encabeza la lista de pobreza monetaria, con el 67,7% de su población en esa condición.
En ese duro contexto, con la tinta fresca del comunicado de Caracas para encontrarle salidas a un proceso suspendido por el atentado terrorista contra una base militar en Arauca, que costó la vida a tres soldados y dejó heridos a 27, el ELN decreta paro armado en la zona más vulnerable del Chocó, dejando confinadas a más de 45.000 personas.
Por eso el paro armado no solo es un “acto de perfidia”, sino una infamia que el ELN, cínicamente, pretende legitimar con un “corredor humanitario”, como una concesión a su violencia inmisericorde. ¿Qué hay detrás de lo que es la antítesis de una manifestación INEQUÍVOCA de voluntad de paz?
Del VI Congreso del ELN (junio 2024) se esperaban compromisos con los diálogos, pero no se conoce el documento final, sino un comunicado con más de lo mismo: proclamas antiimperialistas, una reafirmación gaseosa de “su voluntad de paz y su compromiso para cumplir lo acordado en la Mesa de diálogos”, que se contradice con su violencia indiscriminada en los territorios.
No faltó la solidaridad con “los luchadores revolucionarios del mundo” y la “reafirmación que sólo (sic) la lucha y movilización creciente de las masas” logrará la transformación de Colombia, ¿hacia qué?, ¿acaso hacia una sociedad poscapitalista, es decir, socialista, como expresaron en el primer punto de su reciente declaración de principios?
El país conoció el documento final del V Congreso del ELN de 2016. ¿Cuándo conoceremos el del Congreso de 2024? ¿Acaso la unidad de mando no es tan monolítica como lo proclama el comunicado? ¿Con cuál ELN negocia el Gobierno, con el que se sienta a la Mesa a hablar de paz, o el que persiste en la guerra en los territorios? ¿Acaso hay una agenda oculta para seguir “dorándole la píldora” al Gobierno y al país, y así lograr “sus transformaciones” en la Mesa, pero bajo la presión extorsiva de las armas en los territorios?
A las Farc les funcionó esa especie de “paz a las malas”, que no es la paz que Colombia anhela y merece.
Comentar