La mayoría de la gente se considera moderada políticamente. Es muy raro encontrar a extremistas que se identifiquen a sí mismos como tal. En el extremo siempre está el otro; el ideologizado nunca es uno. Incluso en la Alemania nazi la mayoría de la población nunca se consideró parte de una ideología extrema. Siempre guardó una distancia frente a los discursos oficiales. Los alemanes de la época llevaban vidas burguesas comunes y corrientes. No se veían a sí mismos como monstruos sedientos de sangre, a pesar de que en la práctica participaban de una ideología absolutamente desquiciada. ¿Cómo explicar, entonces, su nazismo? La respuesta está en la interpasividad.
Slavoj Žižek ha observado un fenómeno muy usual en las series estadounidenses: la risa enlatada. En sus palabras, “después de un comentario supuestamente gracioso o inteligente, uno puede escuchar la risa y el aplauso. Así que si, después de un día duro de trabajo, toda la tarde no hicimos sino mirar bobamente la pantalla de la televisión, podemos decir después que, objetivamente, a través del Otro, pasamos un buen rato”. En este caso, como en tantos otros, emociones internas pueden tener una existencia exterior. Uno delega la risa en el Otro, es decir, no tenemos que reírnos nosotros porque el Otro ya lo hace en nuestro lugar. La interpasividad consiste precisamente en este placer delegado.
La interpasividad es un fenómeno cultural muy común. Lo podemos observar en Youtube, por ejemplo. Allí la gente entra para ver a otros jugar videojuegos, abrir cajas de productos que no comprarán, etc. En todos esos casos, el placer se delega al Otro. No importa que yo no tenga para comprarme el último iPhone, con ver a otro abriéndolo puedo sentir un placer similar al que experimento cuando el Otro se ríe en mi lugar. Como Freud lo había observado, en el vudú haitiano, el asesinato simbólico de una persona (por medio del muñeco, etc.) tiene el mismo valor para el asesino que el asesinato real. El placer interpasivo tiene el mismo valor simbólico que el placer activo. Por esa misma razón, hay quienes gozan con el hecho de que su partido político ocupe ciertos puestos como si ellos mismos los estuvieran ocupando.
Por supuesto, la interpasividad se basa en una ilusión: nadie cree en que la risa del Otro equivale a la risa propia. Pese a eso, todos actúan como si ese fuera el caso. ¿No sucede lo mismo a nivel político? Podemos identificarnos a nosotros mismos como personas moderadas que no creen en ningún extremo político, pero por medio de la magia de la interpasividad la creencia extremista se delega al Otro. “Yo mismo no creo que los alemanes sean superiores a todos los demás, pero creo en el Otro que sí cree”. Toda ideología, de hecho, funciona mediante esta lógica: los individuos transponen su creencia en el gran Otro que cree por ellos. Como individuos permanecen sanos, moderados, racionales, “buenos burgueses”, mientras el Otro cree en ideas extremas. Mientras nadie diga que el emperador no tiene ropa, que el gran Otro no cree en lo que creemos que cree, todo puede funcionar como si nosotros no creyéramos.
Tenemos que los centristas en realidad pueden ser extremistas objetivamente (a nivel de lo que delegan en el Otro), aunque subjetivamente se crean moderados y racionales. La pregunta no es si la mayoría de los colombianos se consideran subjetivamente moderados sino cuáles son las creencias que delegan al gran Otro. Mi apuesta es que el Otro colombiano tiende al extremo, pero ese es el tema de otro escrito.
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