“El arte tiene la capacidad y la posibilidad de trabajar desde la alegría y la belleza o desde el dolor, la indiferencia y la grieta. El escalador busca en donde se fisuró la montaña para subir hasta la cima, el arte debe, desde este punto de la ciudad y desde esta generación, ascender desde las grietas”. María del Rosario Escobar, directora Museo.
El Museo de Antioquia cumple 137 años y quienes más lo conmemoran son los ciudadanos que circundan el museo, los transeúntes de Calibío, los vendedores de Carabobo, las mujeres de Cundinamarca o los habitantes de León de Greiff. El Museo ha permutado con el tiempo, y con él las personas de la periferia que paulatinamente se acercaron y que hoy logran vislumbrar y sentir el arte como un proceso interdisciplinario que contrario a erradicar la multiplicidad se enriquece a través de ella.
No a todos les gustan las esculturas o las pinturas, pero si tú sabes de agricultura y tú bailar encontramos la forma de integrarlo al museo así surgen las huertas o El cabaret, asevera Carolina Chacón curadora del Museo mientras acompaña el recorrido de las Vitrinas Cundinamarca con las mujeres de El Caldero.
De forma que no solo las mujeres de Cabaret o de El Caldero han hecho parte de procesos de transformación, también dan cuenta de ello los hijos de prostitutas, de vendedores ambulantes del sector y toda la población en general que se ha integrado a los proyectos del museo avizoran como aquel edificio del siglo XIX no solo se transforma a sí mismo sino todo a su alrededor.
Para este año se preparó una programación que comenzó desde las 11:00 am con visitas guiadas y dos dispositivos que permanecieron en la plaza: uno que intercambiaba plantas por historias y la Banca azul, un módulo itinerante de libros.
El Museo de Antioquia a través de procesos de articulación entre arte y ciudad enalteció temas que acaecen a los habitantes de la ciudad en la cotidianidad y los vinculó con la curaduría de forma que temas como la agricultura, la sexualidad, la gastronomía, la historia, la violencia, la raza cobraron protagonismo en exposiciones como Polis y La casita de arroz hasta los performances y la huerta que se instauró en la calle Calibío.
“La actividad más importante del museo en los 137 años son las visitas guiadas gratuitas que permiten que las personas se acerquen a las reflexiones que se tejen entre la historiografía, el arte y las mediaciones entre ciudad y ruralidad”. Área comunicaciones.
Mujeres y arte
El cumpleaños número 137 del museo coindice con la reunión semanal de las mujeres de El Caldero que entran por primera vez anonadas a ese edificó que conocen desde que eran jóvenes y que ven diariamente desde la Veracruz, las calles en donde trabajan.
“Amor, pues he aprendido mucho. Yo no sabía que a una mujer casi la sacan de la iglesia por pintar”. Exclama una de las mujeres de El Caldero ante las pinturas de Débora Arango.
El Caldero comenzó en las calles con las mujeres de la Veracruz que veían aquel edificio de arte como un lugar inasequible al cual solo se acercaba gente muy estudiada o turistas.
“Lo que más rabia me da es cuando estamos en la Plaza Botero y los policías dicen “¡ey¡ quitesen de ahí, ahí no se pueden sentar o permiso que los gringos se van a tomar una foto y ustedes no puede salir” asevera Pinky, trabajadora sexual desde los 12 años miembro de El Caldero.
El Caldero surge gracias a la identificación que se le da a la alimentación como elemento unificador. “Muchas veces no entramos con confianza, pero nos ofrecen algo de tomar y uno se sienta y por lo menos escucha” asevera la mediadora de El Caldero y Diálogos con sentido llamada La Toya; mujer trans, mediadora del museo que reconoce la importancia de visibilizar, no sólo proyectos sino historias como la de ella que permiten cambiar imaginarios.
Comprender el museo desde las Vitrinas de Cundinamarca implica comprender que los recorridos no se dan netamente desde el interior, sino que hay un paisaje que acompaña el edificio desde cada esquina y que cada parte, aunque esté conectada a las demás, contiene una realidad que puede estar a las antípodas de la otra.
Carolina Chacón, curadora del proyecto “Las guerreras del centro” afirma que uno de los antecedentes que las llevaron a trabajar con las mujeres del sector fue la obra del artista mexicano Héctor Zamora en el cual se les permitió a varias mujeres montar un bar en el museo. Identificamos a las líderes y ellas invitan a las demás desde las calles, lo bares y así comienzan a llegar aquellas mujeres a las que le llama la atención.
Los hijos de la ciudad
Hijos de paramilitares o prostitutas, hijos de vendedores ambulantes, niños de comunas en estados de vulnerabilidad y que han encontrado en espacios del museo una reconciliación, no solo con el territorio en el que crecieron y viven, sino con ellos mismos.
El proyecto Diálogos con sentido busca enseñarles a aquellos niños que el arte implica también una trascendencia, que no se remite netamente a una socialización que se pierde en la inmediatez, sino que puede transformar realidades, reencontrarse con el pasado y aprender a encarar la vida a través de las dificultades pensándose desde el reconocimiento y la apropiación.
“Aquellos niños que en muchas corporaciones no aceptaron, nosotros los recibimos” afirma Carolina Giraldo, coordinadora pedagógica.
Saberes vivos
La Biblioteca Saberes vivos se tomó la calle Calibío para realizar una huerta, así mediante un trabajo desde la red de huerteros de Medellín, mujeres de Cundinamarca y demás personas del sector se comenzaron a sembrar plantas y a crear actividades en torno a los saberes populares. Esta dinámica se hace con las comunidades en un horario fijo, pero para la celebración de los 137 se diseñó un dispositivo que permite que las personas que se acerquen tomen una planta a cambio de contar una historia.
El aniversario del museo se celebra desde la vinculación del arte con la comunidad para enaltecer los procesos arduos que pasó el museo cuando estuvo a punto de cerrar y así trabajar no solo desde las grietas del edificio sino de la ciudad y las personas que habitan la periferia desde el dolor, la violencia, la guerra y la mendicidad que se vive alrededor del edificio desde el cual se pueden avizorar las más opulentas obras de arte o la drogadicción de la avenida Greiff.
Si en algo coincidieron las personas del sector y los miembros del museo es que el Museo de Antioquia es un actor vivo. No solo por la naturaleza que allí se instaura sino por la vida de quienes lo recorren y por el espíritu que insuflan quienes trabajan allí.