Atravesamos por momentos aciagos, deprimentes para el país, viviendo una nueva oleada de violencia que de alguna manera parece estar justificada en causas romanticonas de lucha contra una opresión que no existe, y legitimada por un montón de imbéciles que ven en la piedra, la capucha, el bloqueo, las molotov y el asesinato, el medio para lograr lo que no entienden.
Este parece ser un logro comunicacional de los terroristas, que vemos como una y otra vez salen del anonimato, y se abanderan de unas causas que parecen nobles, pero que solo son la excusa para llegar y quedarse en el poder de forma permanente. Finalmente, esas causas melifluas, terminan siendo la prisión emocional y mental de gran parte de la población que no supera un complejo de inferioridad de magnitudes liliputienses.
Esas causas los vuelven ciegos, sordos y en instrumentos de los verdaderos arquitectos del discurso trasnochado de la lucha de clases; los verdaderos líderes en la oscuridad que sacan provecho de una generación de cristal tan ensimismada en su propia idiotez, que llegan a justificar lo que no tienen justificación, y a crear discursos paranoides que en el fondo saben que son excusas para flojas seguir alimentando el caos.
Insisto, este es un logro propagandístico que se repite una y otra vez; pasó en Cuba, en Venezuela, en Nicaragua, en Argentina, en Chile y en Bolivia. El crimen parece seducir, y ciertamente hay personas abocadas por la violencia, y cuando le dan una razón «noble», se excusan en esta para acudir sin vergüenza al terrorismo, enarbolando banderas y causas que de verdad ni entienden.
Imbéciles, idiotas útiles y cobardes, eso son estos malandrines, instrumentos de narcolibretistas y sicarios de vocación. Increíblemente, su pequeñeza espiritual, moral, intelectual y vocacional, tienen eco en medios y redes, que sirven como instrumentos de propagación de un mensaje sin sentido, pero la verdad sea dicha, también desnuda, a la luz del sentido común, las verdaderas intenciones detrás de un supuesto estallido social.
Basta ya de justificar a estos terroristas; basta ya de causas mentirosas disfrazadas de nobleza inexistente; basta ya de tratos diferenciados con estos delincuentes. La ley y la justicia debe recaer sobre estos vándalos y sus condenas deben ser ejemplarizantes a tal punto, que sirva como elemento disuasor para futuros jóvenes con la tentación en creer en líderes de estiércol y causas mefistofélicas.
No hay causa más noble en Colombia que dejar de creer cuentos chinos, o más bien chimbos, y ponerse a trabajar, a generar empleo, a dejar laborar, estudiar, emprender, y cuando haya algo por lo que levantar la voz, entender que se debe hacer desde la legalidad y respetando el derecho de los demás.
La cómoda imagen del joven incomprendido que acude a la violencia por un mejor país se debe acabar, debe ser aplastada por una sociedad y por un Estado que tiene dentro de su misión, hacer cumplir la ley, hacer respetar a la autoridad, así como respetar la protesta pacífica, pero enfrentar con ahínco cualquier asomo de vandalismo.
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