Hola Víctor, me cuentan que te has ido unos días para Barcelona, lo cual no deja de darme cierta envidia. Esa ciudad con sus chipirones y sus buñuelos de bacalao, sus Miró, sus Ramblas, su barrio Gótico y hasta sus catalanes separatistas resulta ser una delicia para renovar los votos con la vida y declarar nuevamente que aún somos Humanos.
Yo por mi lado esta semana fui invitado a un panel sobre el futuro de la educación, y como lo anticiparás, la discusión odiosa no giró en torno a lo académico y las necesidades reales de Sofia, del conocimiento de las personas; sino, por el que contrario, se discutió sobre las afugias económicas por las que pasan las universidades. Al parecer la oferta de programas académicos no creció acorde con la solicitud de los mismos, y las demandas en investigación, en edificios, en tecnología no se compadecen con los niveles de personas matriculadas. Los presentes dedicaron entonces sus esfuerzos a buscar ese “santo grial” que son estrategias para captar estudiantes, esto en desmedro de lo esencial que es la reflexión sobre pedagogía, el currículo o las necesidades reales de formación que están buscando los futuros profesionales.
Las estrategias planteadas, créeme, resultaron más desesperadas que innovadoras: avanzadas de reclutamiento a los colegios, presencia en ferias que se parecen más a un showroom inmobiliario o uno de carros en los que se entregan sin cuota inicial y con la posibilidad de un pago diferido a saldos o a través de un plan referido que da un bono del 20% de descuento en la venta por traer dos o tres más compradores.
Es un asunto de negocio, o es qué… ¿cómo crees que se sostienen las Universidades?, no son centros de caridad. Sé que me replicarás y mi respuesta será ¿acaso no hay otra forma de hacerlo?, ¿por qué resistirse a entender que el modelo educativo cambió?, ¿por qué no reflexionar acerca de las necesidades de los seres Humanos?, ¿Por qué seguir atendiendo los requerimientos de las empresas tal como lo hacen las fábricas en Silicon Valley, o en Tokio?, ¿por qué no volver la mirada a lo esencial y formar personas para que se respondan sus propias preguntas?. ¿Por qué no entregar herramientas para que el hombre se encuentre consigo mismo, con su propósito mas profundo y con los otros?. Eso ya lo habían propuesto Humberto Maturana, Ortega y Gasset, Fernando González y Estanislao Zuleta, ¿por qué no volver a ellos también y rescatar sus pistas atemporales?
Romántico, sé que me acusarás de ello al leer esto, romántico, quizás, pero también consciente, reflexivo y preocupado, o bueno, ocupado (útil) como ha sido la enseñanza de mi padre. Prefiero ser fatalista y construir prospectiva juntando migajas de realidad y sensatez, y no con las métricas que ya perdieron su valor, pues Víctor, ¿cuándo comprenderemos que ya nunca seremos los mismos después de lo ocurrido en el 2020 y su pandemia?, o ¿es que acaso creemos que volveremos a colmar los salones de clase, los edificios de oficinas o las fábricas?, eso sí sería romanticismo.
El mundo cambió, para bien o para mal ya es otro, y no lo digo por eso de las máquinas y su poder, sino por el hombre y su relación consigo mismo y con los otros, relación que ya no gira en torno a lo natural, pues sus leyes de movimiento ya no son las de Newton, sus reglas de comportamiento ya no son las acordadas en el Renacimiento, su ética ya no está escrita en piedra, pues sus demandas desgraciadamente ya no son espirituales, sus búsquedas rondan por los solares de lo material y de las posesiones.
Confuso resulta vivir en nuestros días. Heráclito no se equivocaba la vida siempre ha estado en cambio, pero aunque no nos bañemos dos veces en el mismo rio, ahora el rio cambió. El salto que estamos dando en esta década no es menor, la velocidad adquirida por la vida y el triunfo del ego por la vía de la recompensa que nos da el exceso de dopamina no ha sido aún comprendidos por la academia, por las leyes de los estados o por los hombres. Por eso Víctor, detener el viaje o al menos ralentizarlo un poco sería un acto sensato de Humanidad, pues de no hacerlo lo que recogerán nuestras futuras generaciones -si es que las hay- serán solo cenizas, terrenos yermos para reconstruir y todo por la testarudez de no silenciarse, de parar y ver (también hacia arriba).
Deseándote un buen viaje, tu amigo, Felipe.
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