Estimado Elector:
En estos momentos en los cuales nos preparamos para decidir en las urnas nuestro futuro y bienestar, deseo como padre de familia, ciudadano y profesional, realizar unas breves consideraciones, que creo pertinentes, para que nuestro derecho al sufragio no sea -como muchos otros- un derecho abortado, sino un derecho real que nos permita abrirnos hacia un horizonte:
a. El 27 de mayo, el próximo domingo, usted y yo elegiremos, a quien regentará los destinos de nuestro país los próximos cuatro años. Significa que elegiremos a quien tenga las mejores, y más probadas, capacidades para enfrentar un destino que se cierne complejo y nebuloso. Quien gane no puede ser una persona que tenga ánimos revanchistas, ni con una prosa épica en los discursos; necesitamos a un mandatario que afronte la realidad nacional con los pies en la tierra y que sea el primer ciudadano en todos los aspectos. Vana pretensión sería elegir a quien tiene por compromiso dar prebendas, ejercer la vendetta o peor creerse capaz cuando no lo es.
El poder que se obtiene al ser presidente no es un poder unipersonal sino un poder pluripersonal, dirigido a todos los que habitan a lo largo y ancho el territorio; es un poder que va encaminado a la realización de los fines consagrados en la Constitución y el ordenamiento jurídico. Por eso, quien sea por el cual votaremos usted y yo, no puede sufrir de soroche ni mucho menos de esquizofrenia.
b. Votar no es una expresión de la democracia, no estaremos haciéndole un favor al país si ejercemos el derecho al voto. Votar es sinónimo de dictadura de unas minorías que deciden sobre unas mayorías, eso creo. Creo, eso sí, que al votar estamos sentando una posición soberana que ora el no conformarnos con el establecimiento y querer un futuro mejor. Pienso que la democracia es un juguete ideológico liberal (no del partido) para hacer creer que todo está bien e impedir el bienestar general a contraprestación del particular. También creo que el socialismo y el comunismo son “rasca encías”, opio, para instigar una lucha de clases inadecuada con propósitos espurios, es decir, donde ganan los azuzadores y pierden los azuzados.
Votar no alienta la verdad material sino la verdad ficta o presunta; pero el no ejercer el derecho al voto implica la instalación de un silencio propio y en las actuales circunstancias guardar silencio es ser cómplice directo de quien logre el poder y desate sus “intenciones”.
c. Al escoger por quién votar, no pensemos en la figura, pensemos en su programa. Pensemos si es tangible lo que promete, si es posible, si no acarrea obstáculos o sino acarrea más polarización. Colombia no necesita un presidente que defienda tesis enjutas o que sea guiado por agitadores de pacotilla; Colombia necesita es un presidente que al momento de realizar y ejecutar lo haga con la convicción de servir a ese país que administra y no con la convicción de estar pagando los favores que “unos” le prestaron en la campaña.
Es evidente, que los grandes círculos de poder de la derecha, del centro y de la izquierda, desean imponer a su candidato apelando a las más ruines tácticas, pero aquí quien lo impone es el pueblo, el pueblo carente de propósitos aciagos y lleno de propósitos elementales. Ese pueblo que se quita la bandera de tal o cual partido o movimiento para reclamar lo elemental: vivir.
Por eso cuando de escoger el candidato se trata no piense: en la dádiva económica, en el tamal, en el “contratico” o en el “trabajito”; piense en usted, en sus hijos (si los tiene), en su familia, en sus vecinos, en el país.
Estimado Elector: En los momentos difíciles es que el hombre debe sacar a relucir su talante y no dejarse sumergir en el lago de la incertidumbre. Nosotros podemos hacer una diferencia, una diferencia que no va enmarcada en un partido o candidato, sino en lo que queremos ser y a dónde queremos llegar; este país no será algo, si quienes lo habitamos, lo dejamos librado a la suerte de intereses unipersonales. Este país, esta república, será algo cuando nosotros -los de a pie- asumamos con inteligencia la escogencia de nuestros líderes y no lo hagamos ahogados por la pasión a un color, persona o untada de mermelada.
Lo único que alimenta la pasión es la ira y la ira es madre de todas las revueltas. Este país no admite, ni se merece, más revueltas por culpa de la política de intereses, otros cincuenta años sumidos en el dolor es intolerable; iniciar un conflicto, donde habrá miles de muertos y afectados, para luego acabarlo a la topa tolondra con el fin de lograr un premio internacional, no puede ser un vocacional ni mucho menos una aspiración legítima a escoger. El país se merece una decisión inteligente, pero esa decisión no la toman los medios, los influenciadores, los líderes de opinión, no; esa decisión, solamente, la tomamos usted y yo.