Para Rodríguez la fotografía narraba dos historias: una, la que cuenta la foto en sí; y otra, en donde se reflejan las circunstancias para tomarla.
La ciudad que, ante el lente fotográfico de Rodríguez, perdió el detrimento acumulado de la historia.
Entre las muchas formas de combatir la nada, una de las mejores es hacer fotografías.
Julio Cortázar
Carlos Rodríguez no sólo fue un modelo consumado de cachacos, sino el mejor retratista de Medellín. Ante el ojo poético de Rodríguez la ciudad asomó su rostro de muchacha de un brillo de incendio que calcinaba la lasitud de los días de invierno.
Los parques, carretilleros, artistas, detectives, emboladores, políticos, reinas de belleza… y los eventos culturales o políticos en Medellín pasaron por su lente fotográfico. En sus imágenes se evidencia la transformación de una ciudad cambiante, como el de una jovencita que se hace mujer.
En el archivo fotográfico de más de diez mil imágenes, que están en catorce libros en el Centro de Información Periodística de El Colombiano, se puede ver una Medellín en crecimiento y desarrollo.
Los primeros días
Carlos nació en 1913 en Yarumal, en una finca. Vivió allí los primeros años de la infancia hasta que murió su padre. Luego, Rodríguez emigró a Medellín. Estudió con Las Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús donde recibió su formación religiosa. También, en los institutos San Carlos y Pedro Justo Berrío, en este último aprendió tipografía y casi pierde el dedo corazón.
Las primeras fotos las tomó con una cámara Pochet que le regaló su madre. Después, a los veinte años incursionó en el mundo periodístico en periódicos como El Bateo donde conoció a Tartarín Moreira y El Correo de Colombia. En el periódico La Estrella Roja se ganaba doce centavos. Luego, laburó en la tipografía del Padre Ríos y en la Foto Club dirigida por Ciro Mendía. Pero fue en El Heraldo donde recibió la primera cámara contax alemana con capacidad para rollos de 36 exposiciones. Con esta cámara transitó Medellín y la fotografió con el mismo asombro que experimenta un pájaro que se asoma por segunda vez a un estanque.
La primera foto que se le publicó fue la de Alfonso López Pumarejo. La imagen salió como una caricatura debido a que en el revelado el negativo sufrió algunas deformaciones.
Carlos vivió la pasión por contar la noticia a través de sus fotografías y logró retratar una ciudad joven que lució esmoquin y sombreros; una ciudad que se enamoró de los tangos, la poesía y el comercio; una ciudad que abrazó las raíces del judío, el vasco y el arriero; una ciudad donde el sol parecía que se había rajado por la mitad y la luz caía en chispas de buen augurio, una ciudad donde la muerte se disfrazó de bailarina y bailó tango en una película a blanco y negro; una ciudad donde los negocios abrieron las puertas y los clientes entraron como una bandada de pájaros bullosos; una ciudad donde las personas eran piedritas que se hundían en el pozo de concreto que es la urbe. Una ciudad que, en el lente fotográfico de Rodríguez, perdió el detrimento acumulado de la historia. Entonces, se vieron de nuevo los balcones y las ventanas, las calles y los edificios, las personas y los objetos como presencias que sacan la cabeza desde la penumbra del olvido.
Por algo, para Rodríguez la fotografía narraba dos historias: una, la que cuenta la foto en sí; y otra, en donde se reflejan las circunstancias para tomarla.
También incursionó en la foto judicial. Tomó fotos de homicidios, sepulcros, cementerios y en 1939 fue nombrado jefe de fotografía del detectivismo.
En el lente fotográfico de Rodríguez, Medellín se estiró, alargó y emperifolló. Apareció el ferrocarril y las líneas del tranvía que conectaba al Centro con la periferia donde estaba la clase obrera; el tranvía iba a la América, Buenos Aires, Manrique, el Bosque (hoy el Jardín Botánico) y Moravia. Apareció la canalización del río para contrarrestar la inundación y los suelos pantanosos. Aparecieron edificios como La Naviera y el Hotel Nutibara. Aparecieron las construcciones de las obras públicas y las ampliaciones de las calles, que al final, hundieron en la bruma del pasado los edificios de los años 30 y los 40, entre ellos, el Teatro Junín.
Rodríguez gastó las suelas de los zapatos en busca del mejor rostro de Medellín, tanto el bello como el terrible. En este ejercicio fotográfico la ciudad, en panorámica, es una mujer que camina hacia el pasado ante la mirada de un hombre que la amó y la sufrió. En esta relación de amor y dolor se cimienta de variadas anécdotas. Como la de 1940 cuando Rodríguez fue encarcelado. Algunos afirman que fue porque le tomó fotos a unos detectives y otros porque fotografió a un policía borracho. El caso es que a Rodríguez casi le da un infarto porque al otro día se jugaba el clásico Medellín Vs Nacional. Sin embargo, en esa relación ambivalente entre Rodríguez y Medellín, sucedió que a las 24 horas dejaron a Rodríguez libre gracias a las influencias del gobernador de Antioquia y a las de su amigo Jesús Tobón.
El Bogotazo
Cuando ocurrió el Bogotazo, Carlos llevaba un mes y cuatro días de haber cumplido una década de casado con María Vélez Gonzáles. Algo sucede con el diez. La unión del uno y el cero encierran un misterio. Pitágoras se refería al diez como el símbolo del universo que expresa todo el conocimiento humano. Además, en La Biblia el diez es un número determinante. Ejemplos: diez son los mandamientos, diez son las plagas de Egipto, diez son las generaciones que hay desde Adán hasta Noé, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles después de diez días de la Ascensión de Jesús. Están también los números arábigos. Otro dato curioso, ya desde la biología, es que diez son los dedos de las manos. Tal vez ese diez a punto de sucederse el nueve de abril de 1948 cuando muere Gaitán —fecha histórica— llevó a Carlos a estar en las calles. En ese evento perdió tres cámaras, pero logró vender las imágenes a la prensa extranjera.
Rodríguez fue el único fotógrafo que captó en Medellín el Bogotazo como se vivió en la capital, con incendios y destrozos. Afirmó de ese episodio:
“Ese día la mayoría perdió su casa, y a mí me la dio”.
Con los 300 dólares que ganó se compró su vivienda. Tal vez, por seguir el instinto desarrolló el olfato periodístico, como él mismo lo dijo:
“No es lo mismo un reportero de prensa a un reportero independiente. El resultado del trabajo es distinto. Mientras el fotógrafo está sentado en el periódico esperando a que un redactor lo llame a tomar las fotos para ilustrar una noticia, yo me entretenía en la calle buscando la noticia”.
Así encontró la foto de “Los obreros”, una de las más recordadas del Bogotazo: unos obreros sentados en medio de los escombros rodeando una estatuilla de Cristo. Era una metáfora a la esperanza al igual que la representación de una guerra absurda.
Rodríguez fundó la agencia Foto Reporter con el periodista y amigo Arturo Puerta. Y fue la agencia preferida de los periódicos paisas como La Defensa, El Colombiano y El Correo; y de los medios nacionales como El Tiempo, El Espectador, Cromos, El Siglo, entre muchos otros.
Otras fotos
Carlos fue catalogado como unos de los primeros, si no es el primero, en incursionar en la fotografía deportiva. El 14 de diciembre de 1947 hizo un congelado a unos caballos milésimas de segundos antes de cruzar la meta. También, realizó otro congelado del portero Caimán Sánchez en febrero de 1955. El arquero quedó suspendido en el aire, con la mano estirada, deteniendo la pelota. Fotografió la primera vez que en Medellín el ciclismo era practicado por mujeres y fue un fiel seguidor de la vuelta a Colombia.
Carlos registró las primeras votaciones de la mujer en 1958. Además, entre sus fotos de retratos están las de León Valencia, Gonzalo Arango, Agustín Lara, Marta Felix, Fernando González. Este último retó a Rodríguez a que no era capaz de fotografiarlo, González no había acabado de retarlo y Rodríguez ya le había sacado el retrato.
Sus fotos aparecieron en Cromos, Semana, El Tiempo, El Espectador, El Colombiano. Fue uno de los fotógrafos más codiciados del país.
En sus fotos, que son un álbum de Medellín, se ven las calles que mutaron a avenidas. En esas calles esperó las manifestaciones de la llegada de Rojas Pinilla en el año 1953 y la del padre Camilo Torres en 1965. En esas calles resaltó los lustrabotas y los obreros de Guayaquil. Esas calles que ahora son grandes avenidas donde se trata de reducir al máximo el tiempo muerto de los semáforos.
Los últimos días
Antes de retirarse de El Colombiano intentó fundar a principios de los setenta un periódico que llamó Pregones del Chocó. Su empresa no llegó a la quinta edición. También, participó en la fundación del Círculo de Periodistas de Antioquia, la Asociación de Periodistas de Antioquia y Cicrodeportes.
Ya en los últimos días de su profesión, entrado en arrugas, se le presentaba un reto más, tal vez el más grande, competir con la fotografía digital. Esa pelea no la ganó; lo traicionó el temblor en las manos y el cansancio. Se retiró de su oficio. Aunque sus amigos lo recuerdan, hasta sus últimos días, con trajes elegantes y con una cámara Kodak retratando la ciudad.
“No puedo decir que fui o que soy un fotógrafo, fui un reportero gráfico y me siento orgullo de ello”, dijo Rodríguez.
Hasta que el 25 de abril de 2009, a sus 96 años, Carlos —el más antiguo de los reporteros gráficos antioqueños— cerró los ojos para siempre. Pero antes de hacerse sombra en el cuarto oscuro de la muerte, ante él, ante sus ojos, sus fotografías fueron fotogramas. Entonces, en una película a blanco y negro, Medellín se le presentó como una bailarina de tango. La cuidad le estiró la mano y lo llevó a bailar en un bar de Guayaquil.
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