Campo sin espacio

En la misma semana fui testigo de dos ironías superlativas: el video del corrupto más famoso de Colombia criticando la corrupción y la foto del expresidente más dañino para el campo subdesarrollado dando consejos en el congreso mundial cafetero.

Por su puesto, Bill Clinton fue un muy buen presidente de Estados Unidos, precisamente porque su trabajo no era trabajar para Colombia o para ningún otro país. Lo triste es que nuestros gobiernos trabajen mancomunadamente con el gobierno de EEUU para mejorar las ventas de ellos, dejando a nuestros campesinos, literalmente, sin espacio.

Para nadie es un secreto que nuestros campesinos están en vía de extinción, no por fenómenos globales, porque en este mismo mundo hay campesinos ricos que son cada vez más ricos, sino porque nuestros gobernantes han trabajado a favor de productores extranjeros que son la competencia de nuestros productores.

Como en todo productor, el ingreso del campesino colombiano depende por un lado de sus costos de producción y por el otro lado de sus ventas. Si el costo de producción es menor y las ventas son mayores, el campesino colombiano tendrá más ingresos, y viceversa.

Por el lado de los costos, el estado colombiano ha firmado acuerdos comerciales donde prohíbe a sus campesinos usar semillas no certificadas. Resulta que las semillas certificadas son producidas y vendidas por compañías extranjeras de países desarrollados y tienen la particularidad de necesitar abonos, fertilizantes y fungicidas de sus mismas marcas. De esta manera, y debido a la creciente monopolización de estas multinacionales, los costos de producción para el campesino son dominados totalmente por sus proveedores, al precio más alto posible.

Por el lado de las ventas, el Estado colombiano ha decidido enfocarse en el aumento de la producción y la productividad de las materias primas de bajo valor agregado que las entidades multilaterales les dictan, las mismas que las grandes empresas necesitan. De este modo muchos campesinos de países subdesarrollados producen grandes cantidades de lo mismo para ser vendido a compañías que son pocas en el entorno nacional e internacional y que, por lo tanto, definen el precio de compra hacia el mínimo posible.

Así, los campesinos colombianos se encuentran entre la espada y la pared: los costos de producción definidos por monopolios internacionales como BASF, Dow Chemical, Bayer, y Monsanto; y los precios de venta definidos también por otros monopolios como Starbucks, Unilever, Nestle, Coca Cola, Mills, y PepsiCo. Como resultado el ingreso de las familias campesinas es cada vez menor, dejando el campo sin espacio como alternativa económica.

Ha-Joon Chang, uno de los mejores economistas del mundo en temas de desarrollo explica muy bien la alternativa para economías como la colombiana: “No hagas lo que los países ricos te dicen que hacer, haz lo que ellos en realidad hacen en sus propios países”.

Los buenos gobernantes de países desarrollados tienen discursos muy convincentes para hacer a los nuestros trabajar para ellos. Nuestros campesinos tendrán alguna alternativa cuando el pragmatismo de nuestros gobernantes sea mayor a su profundo arribismo económico internacional.

Esta columna fue realizada por uno de los miembros del IBSER.

 

Juan Pablo Durán Ortiz

Economist and Master of Science in Finance. Eafit University (Colombia).
Master of Science in Urban Studies and Planning. MIT (US).