Gran cantidad de brasileños y peruanos se trasladan hoy a Japón, que acoge bastante bien a los nacionales de estos países, sean o no descendientes de quienes salieron hacia Suramérica en las lejanas y duras épocas de la, ahora, potencia oriental. ¿Es esta la norma general, o la gratitud y la memoria son escasas? Muchos se preguntan esto a propósito de la llegada de miles de venezolanos por las mismas fronteras que cruzaron años antes los colombianos en busca de los petrodólares.
Justamente en el libro La diáspora latinoamericana a España1997-2007. Incógnitas y realidades (que se puede leer en www.colombiaemigra.com), los miembros del Grupo de Investigación UN-Migraciones, de la Universidad Nacional de Colombia (UN), estudiamos el fenómeno de emigración multitudinaria ocurrido entre 1997 y 2007 a ese país por parte de ciudadanos latinoamericanos, especialmente ecuatorianos, colombianos y argentinos, aunque también migraron venezolanos, bolivianos, peruanos y centroamericanos.
Al principio fueron muy bien recibidos –al igual que los que llegamos allí por razones de trabajo o estudio–, sobre todo porque España estaba en su mejor momento económico mientras que los países de donde procedían los tres grupos de ciudadanos en los que se enfocó el estudio experimentaban serias crisis por distintos motivos.
Tanto la dolarización en Ecuador como la caída del precio del café y el terremoto ocurrido en el Eje Cafetero, en Colombia, además del “corralito” o la congelación y robo de los ahorros de los ciudadanos en Argentina, presionaron a cientos de miles de personas a trasladarse de continente aprovechando las facilidades aéreas y la inexistencia de visas.
Sin embargo es bien sabido que –por presiones de la Unión Europea– España pidió visas durante muchos años a los latinoamericanos, olvidando la deuda histórica que tenía con sus excolonias americanas, muchas de las cuales, después de un siglo de independencia, recibieron con los brazos abiertos a sus exiliados de la Guerra Civil de los años treinta, especialmente México, o enviaron comida a una población que físicamente pasaba hambre en la posguerra, como fue el caso de Argentina.
Se trata de una situación que ya no es tan urgente de dilucidar porque ahora existen las mejores relaciones entre los países de acá con la vieja España, y la mayoría de los emigrantes latinos se quedaron allá, pesa a la crisis de 2008. Incluso por este mismo motivo llegó a Colombia y otros países latinoamericanos un número importante –aunque no masivo– de emigrantes españoles cualificados desde entonces hasta ahora.
La pregunta que todo el mundo se hace hoy es: ¿cómo deben ser recibidos estos vecinos venezolanos recién llegados a nuestro suelo, y muchos de los cuales son colombianos que habían emigrado antes, o sus hijos y nietos? Por supuesto la respuesta es: de la mejor manera posible y con una política de Estado clara sobre su proceso de admisión, incorporación y adaptación, para lo cual Colombia –con cinco millones de nacionales por fuera– no está bien preparada porque además atraviesa un difícil momento económico.
Los estudios apenas están en camino y no hay conclusiones definitivas de un proceso aún en marcha. Sin embargo existen cuestiones que se pueden medir, como lo señaló el politólogo de la UN Diego Leal (miembro de UN-Migraciones) en el programa radial “El rostro humano de la migración colombiana”, cuyo espacio tenemos por invitación de la emisora Scalabriniana Internacional, Radio Migrante.
Leal aclaró que –según cifras del Banco Mundial– la migración colombiana a Venezuela fue realmente masiva, ya que el 90 % de los colombianos que se fueron a otro país latinoamericano entre 1970 y 1990 lo hizo a Venezuela. También dijo que en muchos aspectos esta fue una mano de obra calificada, debido a los grandes salarios que se ofrecían a profesionales y técnicos de los que carecía ese país en volumen en el momento del boom petrolero.
En cambio ahora, añadió, aunque llegan personas de todas las clases sociales en esta pequeña diáspora del querido país vecino, son muchos los que vienen sin conocimientos específicos a buscar empleos sencillos, lo que genera alguna dificultad en un país con pocos profesionales y mucho desempleo, por lo cual es necesario idear políticas públicas específicas muy bien elaboradas.
Por su parte María Clara Robayo, coordinadora del grupo UN-Migraciones, en otra emisión del mismo programa de radio respondió a esta misma pregunta señalando la necesidad de observar el elemento cultural positivo de este fenómeno migratorio. Expresó que, por ejemplo, los venezolanos en Bogotá están modificando el sentido de vivir en algunos escenarios urbanos como un placer y no solo como una obligación.
También señaló que, así como sucedió en otros tiempos con la llegada de caribeños colombianos en gran número a la capital, este grupo humano variado, pero al mismo tiempo tan idiosincrático, les está enseñando a muchos bogotanos la importancia de disfrutar el tiempo libre después del trabajo, en una sociedad en la que la mayoría se desplaza de sus puestos laborales a su casa sin hacer pausa alguna de socialización. Incluso están transmitiendo su obsesión por utilizar prendas vistosas pero de gran calidad y diseño, como parte de esa reivindicación por el disfrute de la vida aún en medio de dificultades.
Con estos y otros comentarios de nuestros invitados en varias sesiones, concluimos que la migración de venezolanos a Colombia requiere de una aproximación académica urgente y desde múltiples enfoques, porque ella, como todo fenómeno migratorio, está llena de dificultades pero también de oportunidades de codesarrollo para ambos países.
Via: unperiodico.unal.edu.co