El origen del Conflicto Armado Interno en Colombia es difícil de datar, podemos asegurar que durante los últimos sesenta años no hemos conocido un solo día de paz. Esto ha llevado a que todas las dinámicas personales, sociales, económicas y culturales se adapten y respondan a un contexto marcado por el dolor, el desarraigo, la violencia y la muerte. Como resultado tenemos un tejido social profundamente herido al que nos acostumbramos, redujimos la zozobra de tantas víctimas a la frialdad de las estadísticas y las condenamos al olvido.
La firma de los Acuerdos de Paz en 2016 llenó de esperanza a un país que no quería que su siguiente generación naciera en medio del conflicto y sus horrores. Los jóvenes, que no adolecemos de resignación, ante la inconformidad con la realidad que nos heredaron y reconociendo que tanto sufrimiento no se puede repetir, decidimos apostarlo todo por la paz, no en vano fuimos los primeros en respaldar los acuerdos y hemos hecho seguimiento y apoyado su implementación durante estos seis años.
Sabemos que no basta la buena voluntad, se debe trabajar con persistencia para reconciliarnos y unirnos como país. Con este propósito común los jóvenes lideramos en nuestros territorios y con nuestras comunidades procesos educativos, artísticos y deportivos, espacios de participación ciudadana donde fomentamos el respeto, el diálogo y la convivencia, bases fundamentales para consolidar una cultura de la paz.
Precisamente, de la mano de algunos de estas iniciativas juveniles, la Comisión de la Verdad ha posibilitado una serie conversaciones entre víctimas, responsables y sociedad civil que el ruido de los fusiles nos había impedido escuchar. El pasado 28 de junio la Comisión le entregó a los colombianos un informe que reúne las conclusiones de estas conversaciones, mostrándonos las verdades que subyacen tras el Conflicto, es un intento de explicarnos por qué nos pasó lo que nos pasó. Sin duda será la radiografía de un país destrozado por la violencia que nos debe movilizar para vencer la indiferencia, hacer memoria, abrazar la verdad y asumir las recomendaciones que nos hará la Comisión.
El legado de la Comisión es una invitación a cambiar el rumbo, dejar de transitar por los estériles caminos de la guerra y encaminarnos juntos hacia la paz. Los jóvenes queremos contribuir a la reconciliación y construir un futuro mucho más esperanzador para Colombia, recordando que la paz es una victoria colectiva, la mejor forma dignificar y honrar nuestras víctimas.
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