En 1798, el economista británico Thomas Malthus, en su libro de Ensayo sobre el principio de la población, sostuvo que un siglo después la raza humana, que para entonces rondaba los mil millones, se extinguiría como resultado de la sobrepoblación. Según Malthus, la población del mundo crecía en una progresión geométrica mientras que los recursos para su supervivencia solo lo hacían en progresión aritmética, de manera que el colapso era inevitable.
El capitalismo, sin embargo, destrozó la hipótesis maltusiana. El crecimiento de producción de alimentos ha sido descomunal. La Revolución Verde, el desarrollo de maquinaria agrícola, de técnicas de procesamiento y conservación de alimentos, y en general la industrialización de la agricultura, el uso de fertilizantes y pesticidas, la introducción de variedades de alto rendimiento y de modificaciones genéticas que las hacen más resistentes a las plagas y al clima, condujo a enormes aumentos en la producción de alimentos y en particular de cereales como el arroz, trigo y maíz. Más recientemente, las mejoras se han extendido a la ganadería y a la industria avícola y porcina. Para tener una idea en cifras, solo entre el 2000 y el 2022, el valor agregado agrícola aumentó un 89%, la producción de cultivos primarios, como los cereales, creció 56% y la de aceites vegetales 133%, la de carnes un 55%. Como resultado del progreso alimentario y de los colosales avances en salud pública, si a principios del siglo XX algo más del 80% de la población era pobre, hoy algo menos del 10% vive en pobreza extrema. Es verdad que el desarrollo ha sido desigual, que aún hoy cerca de 800 millones de personas pasan hambre y que aún hay zonas en África, Asia y América Latina muy rezagadas, pero es indudable el salto hacia adelante.
De la mano de la producción de alimentos y las mejoras en saneamiento, agua potable y la salud pública, la población mundial se disparó. Si en 1900 era de cerca de 1.650 millones, creció exponencialmente después de la segunda guerra, llegó a algo más de 6.000 millones en el año 2000, en el 2011 alcanzó los 7.000 millones y, apenas once años después, en el 2022, el mundo tenía ya 8.000 millones de habitantes según Our World in Data.
Desde fines del siglo XX, diversas voces han alertado sobre los peligros de lo que se ha denominado “sobrepoblación mundial”, en particular las medioambientalistas que resaltan los impactos en el cambio climático, la degradación ecológica y la contaminación, la pérdida de biodiversidad y la escasez de recursos como el agua. Algunos sostienen que la presión sobre el planeta es insostenible.
Ocurre que, sin embargo, la acelerada curva de crecimiento poblacional ya no es tal y que también acá se equivocó al malthusianismo. Aunque se espera que hacia el 2080 se llegue a 10.300 millones, a partir de ese momento el número de habitantes en el planeta empezará a descender. Si seguimos como vamos, será antes. De hecho, ya en 63 países del mundo la población empezó a disminuir. Si la tasa global de fecundidad era de 2 en el 2000, ahora es de 1,1. América Latina está sintiendo el cambio. Si en 1950 el promedio de hijos era de 5,8 ahora es de 1,8, por debajo del 2,1 que se estima necesario para mantener la población actual.
Colombia no solo no es ajena a este fenómeno sino que lo vive de manera más aguda. Si bien la caída de nacimientos empieza en el 2010, se agravó de manera notable después de la pandemia. Entre 2021 y 2022 fue del 7%, y para el 2023 del 10%. Y el año pasado hubo 445.011 nacimientos, no solo una cifra 14% inferior al 2023 sino, en números absolutos, menos que en 1950. Nuestra tasa de fertilidad es la más baja del América Latina e incluso es menor que la de todos los europeos excepto España. En nuestra caso, a esas cifras hay que agregar las de migrantes al exterior.
Es probable que hoy en Colombia haya menos habitantes que los 52 millones de las cifras oficiales. De hecho, según el Banco de la República, el decrecimiento empezó en 2022, 30 años antes de lo que preveía el DANE. Y todo muestra que la población seguirá bajando. Al mismo tiempo, el mundo envejece. Para el 2050, una de cada seis personas tendrá 65 años o más. En Colombia deberá ser parecido.
La combinación de la caída de la natalidad y del aumento de los adultos mayores plantea desafíos inéditos. Entre otros muchos efectos, la base de la pirámide disminuirá de manera ostensible, habrá muchas menos personas en edad de trabajar, escaseará la mano de obra y caerá de manera importante el número de aportantes al sistema pensional y de salud. Además, con tasas de crecimiento tan bajas como las nuestras, corremos el riesgo de un rápido envejecimiento de la población sin aumentar de manera sustantiva la riqueza, de manera que las vulnerabilidades serán mayores.
Los retos estructurales y estratégicos son gigantescos. Y, entre escándalo y escándalo, muy pocos los están pensando. El próximo gobierno, el de la reconstrucción, no solo tendrá que enfrentar una policrisis como nunca en la historia sino que deberá trascender las urgencias y proyectarse a mediano y largo plazo. Nos jugamos el futuro.
Comentar