Caesar Augustus, Primus Inter Pares

La lucha por el poder está lleno de historias de traición, de guerras, de muertes, de enfrentamientos entre colosos y de alianzas que se diluyen como agua en las manos, y si le damos una mirada al pasado, encontraremos que poco ha cambiado nuestra naturaleza.

Roma, por ser tal vez uno de los imperios que más influencia tuvo sobre la configuración actual del mundo, es un cuadro que estamos obligados a repasar una y otra vez como si fuera un espejo, para entender en su reflejo los momentos convulsos que hoy vivimos.

En época del Imperio Romano, destacados hombres fueron determinantes y cambiaron para siempre la cosmovisión de la humanidad. En algunos de ellos, como Julio César y César Augusto, existió la mezcla perfecta entre la ambición, el momentum y los designios del destino para dejar una huella imborrable en el espíritu mismo de la historia.

El primero de ellos, Julio César, Conquistador, Dictator e Imperator, edificó las bases del Gran Imperio Romano; el segundo, César Augusto, consolidó su legado.

Octavio, el heredero de Julio César

Cayo Octavio Turino admiraba a su tío abuelo Julio César, quería ser como él, de hecho, quiso unirse a sus tropas en la campaña de África, pero desistió al enfrentar la férrea oposición de su madre. Después, en el año 46 a.C., obtuvo el permiso para acompañar a César en Hispania, pero de acuerdo con el historiador Nicolás de Damasco, cayó enfermo y no pudo viajar.

Cuando se recuperó, navegó hasta donde estaba César, pero el infortunio persiguió al joven Octavio y naufragó, pero esto no le impidió llegar al campamento de su tío abuelo, no sin antes atravesar territorio enemigo.

Esta muestra de coraje y valentía, impresionó de tal manera a Julio César, que le permitió compartir su coche y en secreto lo nombraría su heredero.

Después Octavio fue enviado a Grecia a estudiar y a seguir con su entrenamiento militar, y fue allí donde se enteró del asesinato de Julio César (44 a.C). Pese a que su madre le pidió no inmiscuirse en la gresca política, partió hacia Roma.

Al llegar a Italia, específicamente a Brindisi, se enteró de que Julio César lo había hecho su principal heredero, situación que impulsó aún más a Octavio en su objetivo de llegar a Roma.

Allí se encontró con la anarquía, el caos, las intrigas entre cesarianos y republicanos, además de un Marco Antonio (fiel General de las tropas de César) que intentaba maniobrar políticamente para sostener para sí mismo el poder, mientras se enfrascaba en una amarga disputa entre la muerte y el indulto contra los asesinos de César.

Octavio no la tenía fácil, pues él, con apenas 19 años, era un completo desconocido para el pueblo romano. No era reconocido por los Senadores, ni por los cesarianos y menos por Marco Antonio, quien en ese momento era Cónsul de Roma.

Pero esta situación, que parecía una desventaja, terminó siendo su gran oportunidad de ingresar al mundo político de la convulsa Roma, pues los Senadores Republicanos, liderados por Marco Tulio Cicerón le temían a las intenciones dictatoriales de Marco Antonio, viendo en Octavio un mal menor e incluso alguien que podían manipular para dividir las fuerzas cesarianas y quitarle respaldo a Antonio.

“Le alabaremos, le rendiremos honores y luego nos desharemos de él”, habría dicho Cicerón, refiriéndose a Octavio; el Senado accedió.

Para ganar reconocimiento, Octavio no solo se hizo llamar el heredero de César, sino que adoptó su nombre: Cayo Julio César Octaviano.

Asimismo, y aprovechando que Julio César fue elevado a la categoría de Dios tras su muerte, se hizo llamar también Divi filius, el hijo de Dios.

La mentira, el engaño y la traición

Cicerón emprendió una dura campaña de difamación contra Marco Antonio, y en plaza pública no desperdiciaba la oportunidad para atacarlo. Lo tildó de inmoral e incapaz; mientras tanto Marco Antonio respondió, señalando que Julio César había adoptado a Octavio a cambio de favores sexuales.

Cicerón contraatacó, dijo que Antonio atacaba a Octavio basado en su propio comportamiento, lentamente ese discurso fue calando hasta crear el imaginario de que Marco Antonio era un político borracho, incapaz y entregado a la lujuria.

Con el Senado en contra, perdiendo respaldo popular y en vísperas de terminar su consulado, Antonio intentó aprobar una serie de leyes que le otorgarían el control de la Galia Cisalpina, donde se encontraba Décimo Bruto, uno de los asesinos de César.

En ese momento Octavio, junto con la ayuda del Senado, empezó a reclutar un ejército privado, compuesto en su mayoría por los veteranos de César y de igual forma, gracias a ofertas económicas, obtuvo la lealtad de dos de las legiones que le eran fieles a Marco Antonio.

La situación de Marco Antonio no podía ser peor, pero finalizar su consulado fue un respiro y se dirigió con su ejército hasta la Galia Cisalpina, pero Bruto, envalentonado por el Senado, se negó a ceder su poder.

Antonio entonces empezó el asedio contra Bruto y el Senado en respuesta, le exigió a Marco Antonio cesar la violencia.

Como era de esperarse, Marco Antonio no dejó que su proconsulado en la Galia le fuera arrebatado tan fácilmente y decidió ignorar las órdenes del Senado. Tras este acontecimiento, Octavio se dirigió a los senadores y prometió explotar el nombre y la herencia de Julio César para proteger a Roma de la Anarquía y la Dictadura; al Ejército de César le ofreció su legitimidad a cambio de su lealtad. El Senado accedió convencido por Cicerón y le dieron la investidura de Senador a Octavio y la misión de derrotar a Antonio.

Antonio y Octavio se enfrentaron en dos batallas, la del Frorum Gallorum y la de Mutina, tras las cuales, el antiguo General fiel a César fue derrotado y huyó hacia la Galia Narbonense.

Esta noticia fue recibida con regocijo por los Senadores y creyeron que así se salvaría la República de una nueva dictadura, pero no contaron con los deseos y ansias de poder de Octavio.

Tras la victoria de Octavio, el Senado le exigió que le entregara sus legiones a Marco Bruto. Octavio se enfrentó a dos opciones. La primera era dejar que su ejército se disipara, con lo que perdería el poder, o mantenerlo unido y fiel a su figura para desafiar al Senado. Evocando la decisión que tuvo que tomar Julio César al cruzar el Rubicón, Octavio decidió volver al sur con sus tropas unidas y entró a Roma.

Apoyado por su ejército, exigió ser Cónsul y mandó a su centurión Cornelio al Senado con las demandas, y ante la duda del Senado, desenvainó su espada y dijo: “Si ustedes no le hacen Cónsul, ella de seguro que sí lo hará”. Al Senado no le quedó otra opción más que obedecer.

Subestimaron a Octavio, y en el proceso, perdieron la República.

El Segundo Triunvirato.

Octavio entendió que, para permanecer en el poder, iba a necesitar de un aliado poderoso, un aliado con el que tuviera objetivos en común, y ese no era otro que Marco Antonio, ambos tenían la deuda de vengar la muerte de Julio César.

Junto con Lépito, quien fue comandante de las legiones de César en las Galias, formaron el Segundo Triunvirato y entre los tres se dividieron Roma para eliminar a la oposición bajo medidas brutales y sangrientas; cientos de Senadores fueron asesinados y otros tantos obligados a huir.

Marco Antonio se aseguró que entre los asesinados estuviera Marco Tulio Cicerón y expuso su cabeza y manos en el mismo Foro donde tantas veces se lució con su reconocida oratoria.

Al respecto, el historiador romano Dion Casio escribió: “Y cuando les enviaron la cabeza de Cicerón (pues cuando huía fue apresado y degollado), Antonio, después de dirigirle muchos y desagradables improperios, ordenó que la colocaran en un lugar destacado, más visible que las demás, en la Tribuna de Oradores, allí desde donde había pronunciado tantas soflamas contra él, desde allí se podía ver junto con su mano derecha, que le había sido amputada; Fulvia (esposa de Antonio) cogió la cabeza con las manos, antes de que se la llevaran, y enfurecida con ella, la escupió, la colocó sobre las rodillas y abriéndole la boca le arrancó la lengua y la atravesó con los pasadores que utilizaba para el pelo, al tiempo que se mofaba con muchas y crueles infamias”.

La sed de venganza de Octavio y Antonio, los llevaron a luchar hasta Grecia, en las dos batallas de Filipos donde se enfrentaron a los asesinos de Julio César, Marco Bruto y Cayo Casio Longino, quienes murieron junto con la gran mayoría de sus seguidores, y con ellos, los ideales republicanos que defendían.

Después del éxito militar en Filipos, los triunviros se dividieron el imperio. Lépido recibió el oeste, Antonio el este y Octavio se quedaría en Roma, pero tras un desencuentro entre ellos, entre Marco Antonio y Octavio decidieron privar a Lépido del gobierno de cualquier provincia.

Así las cosas, tras el nuevo reparto, Marco Antonio quedaría a cargo de la Galia Narbonense, la Galia Cisalpina, la Galia Comata, mientras Octavio se quedaría con Roma y las provincias de Hispania, Numidia y África. Lépido fue relegado y solo se encargaría de los aspectos religiosos del Imperio bajo el título de Pontifex Maximus.

Para consolidar la alianza, Marco Antonio ofreció a Claudia (hijastra de su tercer matrimonio con Fulvia) en matrimonio a Octavio, y en retribución, Octavio le dio la mano de su hermana Octavia a Antonio.

Ahora Marco Antonio y Octavio tendrían que lidiar con Sexto Pompeyo, hijo de Pompeyo Magno, antiguo rival de Julio César, mientras enfrentaban el problema de recompensar a los soldados, a quienes se les habían prometido tierras a cambio de su lealtad.

El fin del Triunvirato

Sexto Pompeyo empezó a ser un dolor de cabeza, pues se había establecido en Sicilia donde comandaba una flota de piratas que interrumpían el comercio, cuyos efectos se sentían en Roma.

Mientras Octavio trataba de buscar una alianza con él, se enfrentó al problema de darle tierras a los soldados que habían luchado a su lado, la dificultad era que el Imperio ya no poseía territorio disponible, por lo que decidió privilegiar a sus legionarios por encima de muchos ciudadanos romanos, a quienes le fueron confiscadas sus propiedades.

Esto obviamente tuvo efectos en la popularidad de Octavio, situación que aprovechó el hermano menor de Marco Antonio, Lucio, para alentar a los Senadores en su contra, y en respuesta, Octavio rompe el lazo matrimonial con Claudia.

Fulvia, deshonrada y humillada se unió junto con Lucio y decidieron formar un ejército para conspirar contra Octavio, pero fueron fácilmente derrotados en la guerra de Perusia. Lucio y sus soldados fueron perdonados debido a su alianza con Marco Antonio, mientras Fulvia fue exiliada de Roma.

No obstante, como respuesta ante la traición, Octavio mandó a ejecutar a 300 Senadores que se habían aliado con Lucio. De esa forma le mandaba un mensaje claro al Senado y a cualquiera que osara oponerse a su gobierno.

Ante la ruptura con Claudia, y mientras proseguían las negociaciones con Sexto Pompeyo, Octavio decidió contraer nupcias con Escribonia, hija de Lucio Escribonio, quien era un partidario de Pompeyo.

Sexto Pompeyo, quien había amenazado a Octavio con llevar la hambruna a Roma al evitar todo tipo de comercio por el Mediterráneo, había logrado que el Triunvirato lo aceptara como Cónsul para el año 35 a.C, pero esta alianza se rompió tras el divorcio de Octavio con Escribonia, el mismo día del nacimiento de su única hija Julia.

Tras el rompimiento de lazo matrimonial, y el casamiento de Octavio con su tercera esposa, Livia Drusila, el Triunvirato decide actuar conjuntamente contra Sexto Pompeyo. Marco Antonio le concedió 120 barcos a Octavio a cambio de la promesa de que este le cediera 20 mil legionarios para la guerra con el Imperio Parto.

Octavio y Lépido trazaron la ruta con la flota de Marco Antonio, y quien materializó la victoria sobre Sexto Pompeyo fue el General octaviano, Agripa, quien acabó con las fuerzas de Sexto Pompeyo, que huyó a Oriente tras la derrota, y un año después fue capturado y ejecutado por las legiones de Antonio.

Tras esta victoria, Lépido exigió para sí a Sicilia y en respuesta, Octavio lo expulsó del Triunvirato. Octavio también incumplió la promesa hecha a Marco Antonio, pues solo envió la décima parte de las legiones prometidas a Antonio para la guerra contra el Imperio Parto.

En consecuencia, la guerra contra los partos fue un desastre militar para Marco Antonio, sumado a esto, el matrimonio de Antonio con Cleopatra (sin haberse divorciado de Octavia), marcó el principio del final de las relaciones entre los dos triunviros.

Actium

Cleopatra vio en Marco Antonio al legitimo sucesor de Julio César, y empezó a alimentar en él ambiciones políticas que reñían con los intereses de Octavio. Cleopatra quería para ella los ejércitos de Marco Antonio para erigir un nuevo imperio regido desde Egipto.

Octavio utilizó esta situación para exhortar al Senado a quitarle su apoyo a Marco Antonio, diciendo que este se había aliado con una extranjera. A su vez, Antonio le respondió a Octavio diciendo que Cesarión, hijo de Julio César y Cleopatra, era el auténtico heredero de Roma.

Octavio inició entonces una batalla dialéctica y lo tildó de apátrida, de haber traicionado a sus dioses, de adoptar las costumbres de los bárbaros y dijo públicamente que nadie debería seguir considerando a Antonio un ciudadano romano sino egipcio.

Ante este panorama, los Senadores romanos que eran allegados a Antonio, le abandonaron y quedó aislado de la política romana. Octavio remató diciendo que su rival pretendía adueñarse de Roma y llevar la capital a Alejandría, y de esta forma, ganó el apoyo popular y político, autoproclamándose salvador de las tradiciones romanas. La guerra entre los dos colosos era inminente.

Octavio tardó cuatro años en construir una flota y en el 31 a.C. partió tras Antonio. La rivalidad entre Octavio y Marco Antonio alcanzó su punto más álgido en la costa occidental de Grecia, en la Batalla de Actium.

El poeta Virgilio escribió: “De un lado Octavio lideraba a los romanos en batalla con el Senado y los dioses de su lado; al otro lado, Marco Antonio con una riqueza barbárica, armas de todo tipo y su vergonzosa esposa que le concebía todos los poderes de oriente”.

El General Agripa de las tropas de Octavio ganó la batalla naval, pero el precio fue muy alto. Mucha sangre romana se derramó.

Séneca escribió “las aguas Actium quedaron manchadas con sangre romana”. Las tropas que se habían unido a Marco Antonio, habían perdido la vida.

Tras esta derrota, Marco Antonio vuelve a Alejandría al lado de Cleopatra, y se suicidó.

Cleopatra, temerosa por su vida, se reunió con Octavio, y le recordó el amorío que había tenido con Julio César, pero Octavio no se inmutó, le hizo saber que planeaba exhibirla como trofeo de guerra, hacerla prisionera y someterla a la humillación pública en las calles de Roma en señal de triunfo.

Alejandría pasó así a ser parte oficial de Roma y Octavio se apropió de todas sus riquezas. Ante tal derrota y humillación, Cleopatra se suicidó dejándose morder por una serpiente. Octavio ordenó el asesinato de Cesarión quien apenas tenía 14 años.

El poder absoluto

Octavio volvió a Roma a los 33 años y se dio cuenta de que, si quería seguir ostentando el poder, no podía tomarlo de una manera tan abrupta como lo hizo Julio César, sino que debía ir sopesando los equilibrios de poderes. El dilema al que se enfrentó Octavio fue ¿Cómo ser el único mandatario y sobrevivir? ¿Cómo ser un Emperador y no parecerlo frente al pueblo que jamás aprobaría tal cosa?

Entonces Octavio decidió recompensar a la aristocracia romana con puestos influyentes en el Gobierno, sedujo a los soldados con recompensas y al pueblo en general con el incentivo de la paz.

Los hombres que se arrodillaban ante Octavio, eran recompensados. Pasó de ser brutal y despiadado, a ser algo totalmente opuesto. Sabía que Roma quería un líder pacífico y estable que respetara los valores de la República, entonces interpretaría ese rol que quería el pueblo.

El gran dilema era que los ciudadanos romanos no querían dictaduras, monarquías ni emperadores, sino un líder que respetara las estructuras republicanas y Octavio quería serlo todo.

Cuatro años después de Actium, a manera de maniobra política, le delegó todo su poder al Senado, pero los Senadores, temiendo una nueva guerra civil por el poder, rechazaron su oferta y logró lo que pretendía, que el Senado reafirmara su posición. En otras palabras, la base de su poder era no tener que aferrarse a él, sino hacer que el pueblo lo necesitara, de esa forma, él no sería nunca un tirano que se había apropiado del trono.

Adoptó el título de Primus Inter Pares, el primero entre iguales, que después se conocería como Princeps que significa, Primer Ciudadano, posteriormente en castellano se traduciría como príncipe.

El título de Primus Inter Pares le evitó usar el cargo de Dictator, pero tras esa fachada de igualdad, poco a poco Octavio estaba consolidando el poder absoluto.

Años después, el filósofo Tácito escribió: “el mandato de un solo hombre era necesario para un país tan conflictivo”.

Octavio empezó por reforzar su control sobre el ejército. Como Comandante en Jefe hizo a la unidad de élite de pretores, sus guardia personal, y para evitar cualquier tipo de ambición política, limitó el cargo de comandante de las 28 legiones a dos años.

Además, los Gobernadores y Generales que se encontraban en las Provincias, se escogían entre los familiares y amigos de Octavio.

El historiador romano Dion Casio explicó casi un siglo después, que esa estrategia obedeció a una estratagema para evitar que los Senadores estuvieran armados y listos para la batalla. La guerra se evitaría si él controlaba las armas y los ejércitos.

Octavio también entendió que era vital que el pueblo lo apoyara e inició una serie de obras públicas, como la limpieza del río Tiber, la mejora de las reservas de agua, la creación de un cuerpo de bomberos, la reparación de 82 templos y todo esto acompañado de una enorme campaña de construcción a lo largo y ancho del imperio, conectando las Provincias con Roma. “Nací en una ciudad de ladrillo y os lego una ciudad de mármol” dijo.

Octavio también gobernó con quienes le eran opositores y la forma que utilizó fue recompensándolos. El mismo Senado que alguna vez planeó usarlo contra Marco Antonio, lo alababa y se rendía a sus pies; le dieron un nuevo nombre: Augusto, el venerado.

Octavio se había convertido en el Primus Inter Pares Caesar Augustus; no tenía rivales, era el líder del Imperio Romano y fundador de la Pax Romana, también conocida como la Pax Augusta.

La Pax Augusta

Bajo el mandato de César Augusto, Roma alcanzó una prosperidad y una opulencia inigualable, fue el comienzo de dos siglos de riquezas para el naciente Imperio Romano.

Con César Augusto, no solo Roma, sino todas las provincias del imperio se empezaron a ver beneficiadas gracias a las obras como acueductos, carreteras y puentes, lo que a su vez facilitó la llegada de impuestos de las provincias. El comercio prosperó y la agricultura floreció.

Dentro de su estrategia para seguir ostentando el apoyo popular, practicó la austeridad; se decía que dormía en un catre y comía alimentos sencillos. Presumía de la vida sencilla y de defender las tradiciones romanas.

También se aseguró de que se erigieran monumentos de él a lo largo y ancho del Imperio, bustos, estatuas, monedas y joyas con su imagen fueron enviadas a Hispania, las Galias, Grecia, Judea y a todos los rincones de Roma.

Los sacerdotes ofrecían sacrificios en su honor y se le adoró cual si fuera un Dios.

Horacio y Virgilio, dos de los poetas romanos más destacados, recibieron la orden de alabar las proezas de Augusto, porque este entendió que esa imagen casi mística y divina que quería irradiar, tendría que ser reforzada no solo con monumentos y obras, sino también a través de las artes y la literatura.

Augusto entendió que en la práctica era un rey, un emperador y entonces empezó a pensar en crear una dinastía, pero no había tenido hijos con Livia y tan solo tenía una hija de su anterior matrimonio. Entonces en aras de conseguir descendencia, casó a su hija Julia con Agripa; de ese matrimonio nacieron cinco hijos, Augusto adoptó a dos de ellos: Cayo y Lucio.

Cuando Agripa murió, Augusto dio su hija en matrimonio al hermanastro de Agripa, Tiberio, pero Julia se reveló y según cuenta Séneca, en un acto de rebeldía y venganza contra su padre, se entregó al libertinaje y  la inmoralidad, deshonrando así al Emperador. César Augusto en castigo, la desterró de Roma y la condenó a vivir una vida miserable.

No obstante, existe la teoría que detrás de aquel destierro, estuvo la mano de la esposa de Augusto, Livia Drusila, para que el heredero del Imperio fuera su hijo, Tiberio.

Por su parte, los nietos de Augusto, Cayo y Lucio, quienes lo iban a suceder, fallecieron siendo muy jóvenes.

La suerte dejó de sonreírle, y a los 66 años, en una campaña para fortalecer las fronteras del Imperio en las cercanías del río Elba, tres de sus legiones fueron masacradas por una tribu germánica en lo que se conoció como la Guerra de Teutoburgo; este evento lo traumó a tal punto que se dejó crecer la barba, murmuraba constantemente diciendo “devolvedme a mis legiones”, y le recomendó a Tiberio no expandir más los rincones del Imperio, no sin antes pacificar la zona.

Para ese entonces Tiberio era ya un General y Augusto lo adoptó como su hijo y heredero. Ya se había instaurado una dinastía imperial.

Augusto, el Dios

Bajo el mandato de Augusto, Roma expandió su territorio con las conquistas del norte de Hipania, las regiones alpinas de Recia y Nórico, Iliria, Panonia y las anexiones de Siria, Galacia y Alejandría.

Reformó el sistema tributario y económico, acabó con la hambruna, fue mecenas de las arte, transformó a Roma física y espiritualmente; al final de sus días, llevó a cuestas una cruzada personal por recuperar la moral del Imperio.

En el año 14 d.C., cayó enfermo; llamó a su familia y sus consejeros, y les dijo “ya que he cumplido con creces mi parte, aplaudidme todos, despedidme todos de este estrado con una ovación”.

Augusto murió con Livia a su lado a la edad de 76 años.

En su funeral se soltó un águila que simbolizaba el alma de Augusto ascendiendo a los cielos. Después de su muerte, al igual que a su tío abuelo, se le declaró un Dios.

El logro de Augusto fue la creación de unas estructuras gubernamentales y de defensa que mantuvieran la paz que impuso y sus descendientes no dejarían de estudiar su obra como faro para sus propios gobiernos, pero su legado trascendería fronteras, idiomas y a la historia misma.

Fue un conspirador, un rebelde, un dictador disfrazado, un absolutista del poder y al mismo tiempo un hombre de Estado; pactó alianzas que luego traicionó, llevó su vida y obra a un estado de deificación tal, que inspiró gran parte la configuración actual del mundo.

Caesar Augustus fue un tirano que le trajo la prosperidad a Roma, gobernó con violencia, pero también con astucia, y paradójicamente esto le significó al Imperio el más prolongado tiempo de paz. Buscó siempre el apoyo del pueblo, tal como lo aprendió de Julio César, y acompañó su obra de la mano de diestros hombres de letras para que contaran la historia de un Augusto casi divino a todas las generaciones y a la posteridad.

Fue un déspota en tiempos de guerra y un benefactor de su pueblo en tiempos de paz. Su  legado trascendió los confines del Imperio y de la historia misma, siendo un referente obligado para entender la naturaleza humana y la naturaleza del poder.

César Augusto Betancourt Restrepo

Soy profesional en Comunicación y Relaciones Corporativas, Máster en Comunicación Política y Empresarial. Defensor del sentido común, activista político y ciclista amateur enamorado de Medellín.

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