Era otro el tema que tenía planeado abordar en esta, mi tercera columna para Al Poniente. El asunto del que estaba seguro ocuparía este espacio, es diametralmente opuesto al que desarrollaré en los párrafos subsiguientes. A modo de anexo, haré al final una breve alusión del descartado tema inicial.
Ya habiendo anunciado el presidente electo Gustavo Petro la designación de los ministros de Relaciones Exteriores y Hacienda -dos carteras consideradas de las más importantes en el gabinete presidencial- se dispuso a hacer el anuncio del tercero de sus coequiperos: la ministra de cultura, Patricia Ariza.
No recuerdo haber escuchado antes a ningún presidente colombiano hacer tan pronta designación, hecho que considero, sin esperanzas desmedidas, una buena señal, pues me permite presagiar la importancia que tendrá dicha cartera en la arquitectura estatal que pretende configurar el nuevo gobernante.
Ha hecho carrera, por desgracia, que dicho ministerio no reviste mayor trascendencia en el engranaje administrativo; incluso, para varios gobiernos, el presupuesto destinado para el funcionamiento del mismo es dinero dilapidado que no arroja «dividendos» económicos que nutran las arcas del Estado, pues los beneficios que reporta a un país la inversión en cultura no pueden cuantificarse como se hace habitualmente con las ganancias producto de la exportación de mercancías o bienes de consumo.
Es además una cartera que cuenta siempre con exiguos recursos «residuales», como bien lo expresó la inspiradora de estas líneas, por lo que no resulta atractiva para los partidos políticos que se suman a la coalición de gobierno y no estimula la rapiña burocrática, contrario a lo que ocurre con los ministerios de Hacienda, Defensa, Gobierno, Relaciones Exteriores, y otros más, que cuentan con robustos presupuestos y centenares de puestos para la repartija.
La designación de Patricia Ariza como ministra de cultura del gabinete del presidente Gustavo Petro ha generado al interior del sector artístico y cultural colombiano un alborozo sólo comparado con la victoria electoral del futuro primer mandatario.
Poeta, actriz, dramaturga, historiadora del arte y gestora cultural, Patricia Ariza es, sin duda, referente del arte y la cultura del país; merecido sitial que ha construido con denuedo y tesón por casi seis décadas de indeclinable y ardua labor.
Poeta valiente y temeraria, despojada de insulsa retórica y solapados eufemismos lingüísticos, voz que grita, que denuncia, que interpela, que sacude.
Poeta de las tablas, de la representación, de la mutación de piel, del texto hecho drama, de la palabra desgarrada que, como una queja, colma cada rincón de la caja negra en que sucede el rito.
Poeta artesana de añosas manos que paren el milagro, modelan prosaicos materiales, rudas texturas, indómitos volúmenes que en sus manos adquieren sublime belleza, la dimensión magna de la obra de arte.
Luchadora incansable por la paz, de esa utopía que desterrará para siempre la sangre y el horror que ha asolado los campos y ciudades de Colombia desde su torpe inicio como nación. Paz ésta que afirma, sin ambages, llegará de la mano de la educación, el arte, la cultura, el intelecto y demás expresiones nobles del espíritu humano.
Patricia Ariza es un artista nata, honesta, esencial; uno de esos seres para los que el arte es su aliento cotidiano, su hálito vital; uno de esos seres que son, en sí mismos, arte.
Es muy posible que el razonamiento para efectuar dicho nombramiento por parte del presidente Gustavo Petro, hombre sensible a las creaciones estéticas, al arte, a las letras, a la palabra, a las manifestaciones del espíritu creador, coincida con mis afirmaciones en torno al perfil que describo de la nueva ministra, y sea ese ponderado juicio el que lo haya conducido a la toma de tan acertada, pertinente y justa decisión; sumado a la destacada y fructífera labor como gestora cultural que ha liderado varias iniciativas tan importantes como el Festival de Teatro Alternativo FESTA y el Festival Mujeres en Escena; sin contar con la inmensa obra que de la mano del maestro Santiago García desarrolló en el Teatro La Candelaria, referente y faro del arte escénico colombiano.
A lo largo de esta repudiable y rastrera campaña presidencial logré percibir solvencia, mesura y aplomo en el candidato Gustavo Petro; atributos éstos de los que espero haga uso en su gestión a la cabeza del Estado y no cometa las torpezas y yerros que deslucieron su paso por la Alcaldía de Bogotá y que impidieron que lograra consolidar un equipo de trabajo cohesionado que perdurara en el tiempo, y que apuntalara el desarrollo de la difícil y compleja capital colombiana.
Si logra el presidente Petro conformar, como hasta ahora, un gabinete de ministros de estatura y prestancia, y despojado de su autosuficiencia hace que su equipo perdure y trabaje al unísono como el más eficiente engranaje, podrá Patricia Ariza, la celebrada nueva ministra de cultura, aportar su saber y sensibilidad al florecimiento del arte, el arraigo de la identidad, la preservación de la memoria y el robustecimiento de la cultura colombiana que propiciará las transformaciones sociales que reclama la ciudadanía deliberante, digna y aguerrida que creyó en el liderazgo de Gustavo Petro para orientar con acierto los cambios que demanda la Colombia de hoy.
BONUS TRACK
Lo que iba a ser una columna se redujo a este breve texto:
No pensé jamás escribir una letra o pronunciar un vocablo elogioso hacia el expresidente Álvaro Uribe Vélez; razones tengo de sobra, reforzadas al paso de los años, para profesar por el señor en mención una aversión que raya con el repudio; pero como reza el refrán «a todo señor todo honor», no caeré en mezquindades y aplaudiré la actitud «republicana» con la que reconoció la victoria electoral de Gustavo Petro -su acérrimo contradictor-, al que llamó, sin ambages, «presidente»; contrario a la actitud irrespetuosa, descortés y procaz del candidato de sus afectos, Federico Gutiérrez.
No sé si el señor Uribe tendrá un interés malsano con este y otros gestos loables que ha tenido hacia el nuevo presidente; lo que sí parece claro, en este caso, son las «buenas maneras» de las que ha hecho gala el expresidente; actitudes que denominó el periodista Daniel Coronell -reiterado denunciante suyo- como acciones de un «hombre de Estado».
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