Cuando Estados Unidos se independizó se pensó en nombrar a Washington rey y él se negó. Terminaron optando por una democracia con un rey temporal y limitado por los otros poderes: El Presidente. América Latina siguió la misma línea porque pasar de una legitimidad tradicional a una racional o constitucional era pedirle demasiado a unos pueblos analfabetas, y se optó por la legitimidad carismática. Y aquí estamos.
Eso significa que en nuestros sistemas no parlamentarios el presidente no es ningún pintado en la pared. No se le puede echar un buen día como hicieron con Rajoy hace poco y con mucha facilidad, sino solo dando grandes y peligrosos rodeos, como se hizo con Dilma. Eso es una bondad, da gobernabilidad y estabilidad, pero también presenta unas sombras.
La principal sombra es que en los sistemas presidencialistas como el presidente no sea del mismo partido de una bancada mayoritaria en el congreso, y, aun así, en general está muy limitado para hacer aprobar leyes que respalden su mandato. De ahí surgió la famosa “mermelada”, que la perfeccionó Menem, pero se la cobraron a De la Rua en Argentina, y la que destruyó a Lula y a Dilma, que se empalagosinaron con ella sin haberla tampoco inventado. La mejor “mermelada” en Colombia, todos los saben, se hace en los desayunos en la casa de Nariño.
Pero Duque dijo claramente en su discurso de triunfo que no pactó nada para ser elegido, ni lo pactará para gobernar. Pero todos sabemos que su sola bancada no aprueba leyes y que las bancadas conservadoras, de Cambio Radical, liberales y hasta la suya propia funcionan con la gasolina del Dot ut Des, latinajo que significa doy para que des, traducida en colombiano al popular CVY (Como Voy Yo).
Lo interesante aquí es que a la bancada opositora no creemos que le guste mucho ni la mermelada ni la mantequilla, y tienen, a pesar de su gran desunión, un frente social y político listo para ser llamado a la protesta. Mejor dicho, el presidente no solo debe negociar con las bancadas que lo apoyan, sino también con la de oposición, por pequeña que sea, más aún con la vigencia en su momento del por fin esperado Estatuto de Oposición.
Así las cosas, el presidente si es un Rey, pero sobre todo es el rey de la negociación y ese será su gran arte o fracasará. Debe negociar con su propio partido y el mismo Uribe para que le den oxígeno y autonomía relativa primero. Luego deberá hacerlo con la vicepresidenta que tenía su propia agenda y puede que quiera por ejemplo insistir en la paz con el ELN. Con Ordoñez no tanto, pero algo, y mucho con los radicales a nivel individual de su partido, que le pueden dañar la fiesta como cuando se reparte todo el trago al principio en una reunión de vecinos y terminan echando al dueño de la casa.
Luego, ya armado con libertad y un tarrito de mermelada, juiciosamente dará cucharaditas medidas a los liberales, conservadores y demás para que le permitan cierta autonomía también y no le toque negociar de nuevo cada proyecto de ley. Y así, ya intocable, podrá sentarse a la mesa más dura, la de la oposición de izquierda, la que adivino yo como un triunvirato y no liderada por Petro únicamente.
De ese modo, el presidente podrá gobernar sin traicionar a sus votantes y a su partido, y la izquierda derrotada en segunda vuelta logrará algunas conquistas importantes en paz, educación, salud y campo, que la legitimarán para ser gobierno más adelante. Se que suena muy optimista y que esta línea de negociaciones se empantanará en cada una de sus etapas seguramente. Pero 18 millones de personas y los que creen en la democracia aun sin votar, esperamos sinceramente que por esta vez los políticos den la talla y hagan bien la tarea. Los de izquierda y los de derecha, porque, como quedó comprobado en la segunda vuelta, en el fondo el centro ya no existe en Colombia en la que era el rey. Y confieso que yo me consideraba perteneciente al mismo.