Bolivar y la intervención humanitaria

Es cuando se actualiza y se hace urgente y de vital necesidad una intervención foránea, capaz de contrarrestar la invasión de la tiranía cubana, desalojar sus tropas invasoras, poner en vereda a las corruptas FAN, asumir el control del Estado, dar curso a un gobierno de transición y coadyuvar al restablecimiento del Estado de Derecho en nuestro país. La intervención humanitaria que reclamaba Bolívar vuelve a convertirse en recurso de alta política interna, legítima y necesaria. Debemos demandarla.

Antonio Sánchez García @sangarccs

Para eso sirvió el delirante esfuerzo de revivir a Bolívar: para echar los dos siglos transcurridos desde su muerte a la basura y regresar con las manos vacías al punto de partida. Y reclamar, como él lo hiciera, con inútil desesperanza, la intervención humanitaria de alguna nación europea, preferiblemente la Gran Bretaña, para que se hiciera cargo del estropicio e impedir se deshilacharan veinte años de sacrificios sin nombre, batallas desaforadas, crímenes inenarrables y guerras fratricidas saldadas con una república aérea, tres siglos de implantación colonial devastados, cientos de miles de cadáveres y una independencia vacía. Esa intervención de una potencia extranjera, sostenía el Libertador, serviría a lo menos para salvaguardar los ensangrentados despojos que dejara el delirio a su paso. Porque sólo la infinita ignorancia de que hacen gala quienes se sienten agraviados por la exigencia de nuestras mejores consciencias de invocar una intervención humanitaria puede justificar el desconocimiento de la última esperanza del agonizante prócer nuevamente denigrado: reclamar el auxilio de alguna monarquía europea para poner a resguardo el restante saldo positivo de veinte años de catástrofes.  Quitarles a los cubanos el país asaltado, invadido y saqueado gracias a la traición de las instituciones del Estado mafioso de la Venezuela chavista. Es misión del más legítimo y necesario patriotismo.

Es más: a Simón Bolívar no lo afligía el que vinieran a socorrernos, sino muy por el contrario, el que no vinieran ni mostraran el más mínimo interés por hacerlo, como se lo expresa a su amigo, el general J. J. Flores en la síntesis más dolorosa de su extraordinaria epopeya: «Vd. Sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1º) La América es ingobernable para nosotros, 2º) El que sirve una revolución ara en el mar. 3º) La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4º) Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5º) Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6º) Si fuera posible que una parte volviera al caos primitivo, éste sería el último período de la América.» Más preciso y premonitorio, imposible. Sobre esa montaña de ruinas de nuestro Angelus Novus campean las mafias narcoterroristas.

No se requiere de mayor perspicacia para constatar que Venezuela ha caído infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada de hampones sin Dios ni Ley, pasando luego a estos tiranuelos casi imperceptibles, sin patria ni nacionalidad, hijos de hampones, padres de hampones y hermanos de hampones, agrupados en mafias gansteriles de todos colores y razas. Y ya al borde del caos primitivo tan temido vuelven a ponerse al día los dos últimos proyectos del padre de la Patria: el llamado de auxilio a las potencias imperiales para que vinieran en nuestro socorro y el recurso a la dictadura. No la que ya nos desgobierna, más una satrapía gansteril apéndice de la tiranía cubana que una dictadura nacionalista y restauradora, como la que aspiraba a asumir el caraqueño como única forma de domeñar el caos. Las pruebas de que la dictadura y el recurso a una intervención extranjera fueron los últimos recursos de Simón Bolívar son abrumadoras.

Tan bajo habíamos caído bajo los disturbios de la Cosiata y el festín canibalesco de los caudillos, que en el colmo de su vileza pretendieran fusilarlo, que ni siquiera con el postrer recurso de una salvífica intervención europea podríamos contar: «Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos». Un grave problema que afectaba no sólo ni principalmente a Venezuela, sino a todas las ex colonias.  En 1829, consumido por la angustia ante el apocalipsis desatado en la América española por la ferocidad de las guerras civiles, le dirigió desde Quito un oficio al ministro del Exterior de Colombia «en el que otra vez recomienda que una gran potencia europea asuma la tutela protectora de las naciones recién emancipadas en Hispanoamérica para evitar que caigan definitivamente al foso de la anarquía. Allí solicita al ministro que explique al representante británico las ‘pocas esperanzas que hay de consolidar los nuevos gobiernos americanos y las probabilidades que hay de que se despedacen recíprocamente, sin un estado poderoso no interviene en sus diferencias o tome a la América bajo su protección’.»  (Citado por Aníbal Romero, en Venezuela, Historia y Política, pág.88.)

Que la grave crisis provocada y potenciada por la acción mancomunada del golpismo militarista venezolano y el castro comunismo cubano no encontraría los actores internos capaces de resolverla ni en uno ni en otro sentido, proveyendo a la parálisis y la degradación incontrolada de la situación venezolana lo supimos inmediatamente después de la muerte en La Habana del principal responsable de la catástrofe, en diciembre de 2012 y el nombramiento inmediato por Fidel Castro de su agente Nicolás Maduro como gobernador de facto de su satrapía en Tierra Firme. Las condiciones internacionales, como se demostró posteriormente en el Encuentro de Panamá de abril de 2015, – la presidencia de los Estados Unidos en manos de Barak Obama, el control del Departamento de Estado por Hillary Clinton y la escogencia de Jorge Alejandro Bergoglio al frente del Vaticano, una ficha de la izquierda peronista argentina favorable a los intereses de la tiranía cubana en la región -, fortalecían el statu quo y daban por hecho la posesión de Venezuela por Cuba como un dato inmodificable de la nueva organización geoestratégica de la región. La visita de Estado de Barak Obama a Raúl Castro vino a reafirmar su dominio sobre Venezuela. Así lo reconocía el analista argentino Héctor Schamis en un artículo en El País, con quien coincidíamos en reconocer que el ajedrez político de Venezuela se jugaba fuera de sus fronteras y de ser dirimido, lo sería con la participación de agentes externos. En otras palabras: Venezuela había escapado de las manos de los venezolanos. Así lo escribimos el 11 de marzo de 2015: «Héctor Schamis, un perspicaz y avisado columnista de El País, de Madrid, lo dijo en una de sus últimas columnas refiriéndose a los factores definitorios de la gravísima crisis venezolana: ella no se dirimirá en Caracas ni sus factores esenciales son los que aparentemente se enfrentan sobre el terreno.» Dada la conformación del Estado mafioso y la injerencia determinante de grandes carteles globales que saquean conjuntamente con nuestras fuerzas armadas y la burocracia gansteril venecubana nuestro petróleo, trafican cocaína desde nuestro país usando nuestro territorio como base de expansión y nos roban nuestras riquezas minerales, Venezuela dejó hace ya mucho tiempo de pertenecernos a los venezolanos.

Nada ha cambiado desde entonces. La oposición venezolana se ha enredado en sus graves contradicciones internas, prisionera de una monstruosa ceguera política y una falta absoluta de patriotismo, se halla dividida sin remedio, su sector más tradicional se ha rendido por fin decidiendo colaborar abiertamente con la dictadura mientras la satrapía, así respaldada, demuestra no estar dispuesta a ceder bajo ninguna circunstancia. A pesar de encontrarse absolutamente aislada internacionalmente y tener que vérselas con un gobierno vecino dispuesto a jugarse por su desalojo. Es cuando se actualiza y se hace urgente y de vital necesidad una intervención foránea, capaz de anular la invasión de la tiranía cubana, desalojar a sus tropas invasoras, asumir el control del Estado, dar curso a un gobierno de transición y coadyuvar al restablecimiento del Estado de Derecho en nuestro país. La intervención humanitaria que reclamaba Bolívar vuelve a convertirse en una jugada político militar perfectamente legítima y necesaria. Debemos demandarla.

Antonio Sánchez Garcia

Historiador y Filósofo de la Universidad de Chile y la Universidad Libre de Berlín Occidental. Docente en Chile, Venezuela y Alemania. Investigador del Max Planck Institut en Starnberg, Alemania