La pandemia se ha llevado las principales portadas, la mayoría de las noticias han estado enfocadas en ello. Sin embargo, aún no se ha hablado mucho sobre la inmunización de la biopolítica, sus prácticas y retos. Es entonces que dar una noción como categoría no es fácil de suscribir, siempre y cuando parta de la relación entre la vida y la política, la cual podríamos sintetizar. Referirnos al régimen de biopolítica supone de la relación histórica y la evolución de la vida misma. Según Roberto Esposito “La relación entre vida y política es una relación histórica, la política ha permitido la constitución de la vida humana, dicha relación fue indirecta hasta el siglo XVIII, en la cual se tenían unos límites, lo cuales una vez rotos hicieron una cultura íntima y compleja”. Es decir, en aquel “periodo griego” la vida y política eran independientes, la vida estaba confinada al hogar y al mantenimiento de la vida natural. Un hecho que Walter Benjamín denominaba la vida vegetativa.
En consecuencia, a la evolución de la vida humana, a las formas de administrar las políticas y ver la vida, llegó el dichoso paradigma de la modernidad. Una transformación en el que después de las guerras civiles, la política ya no se ocupaba de la administración de la cosa pública. Ahora se ocupa de la constitución de la vida biológica frente a conflictos presentes, tales como: Estado de guerra, estado de naturaleza. Allí el estado asegura la satisfacción de ciertos bienes materiales.
Fue como con el paso del tiempo, percibimos que eso que antes permanecía por fuera del logos de la política empieza a constituir el léxico político, la simple supervivencia se superpone a la vida política. Vidas dignas e indignas de protección. De esta forma, las consecuencias dan un cambio fundamental en el gobierno, ciertos asuntos que eran desconocidos por la política empiezan a construir la misma, como el caso sanitario. Es en esta transición que la población deja de ser un objeto de consumo y empieza a percibirse como un bien preciado. Y es esto, lo que nos hace creer en que se ejecutan las acciones con el fin de hacer el bien, permitiendo que la gobernabilidad de la vida permita abrir las cuestiones colectivas, las estructuras hospitalarias, trabajar por el cuidado y la prevención de ciertas enfermedades epidémicas.
La comunidad implica una donación compartida y la inmunidad impide la sustracción de la segmentación de las obligaciones no comunes
Actualmente escuchamos una retórica importante, discursos de objetos de guerra sin cuartel a partir de políticos, inmunólogos, periodistas. Escuchamos: “Estamos en contra de un enemigo silencioso”. Y esto nos deja ver como la pandemia se encuentra en una situación de parálisis. Y es entonces, que son cuestionados por algunos políticos los pensamientos médicos. Se pierde el concepto de biopolítica moderna. Surgen después de ello, esa construcción de alianzas desde la salud para que en los territorios se vaya constituyendo la humanidad de la biopolítica en la pandemia.
En conclusión, las decisiones en el mundo y en la política se han esclavizado, las opiniones no están siendo tenidos en cuenta, los llamados para que las cosas cambien y funcionen de forma distinta no han tenido eco.
Quizá una solución está en que las intervenciones o conocimientos técnicos, incluidos los relativos a dispositivos médicos, deban tratarse como bienes públicos mundiales a fin que puedan ser utilizados por múltiples productores para fabricar y distribuir los productos con calidad y la cantidad necesaria.
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