A mi padre quien le escribía en los libros que le obsequiaba a mi madre: “recuerda que lectura es un atributo de la personalidad”.
Leer es un acto de rebelión, es un acto de resistencia. Leer es develar la intransigencia de la autoridad y su manipulación sobre el inadvertido, el somnoliento, el aletargado. Leer es desobediencia. Leer provoca cuerpos y mentes insurrectas con la capacidad de trasmutar tejidos operados desde la normalización de la cotidianidad.
Quien lee es arrojado a un océano de dudas, de localizaciones inexploradas, de sentencias apócrifas, de lugares no comunes e introspecciones inesperadas. Leer es entender nuestra faceta distópica del avanzar en la desesperación de la ingenuidad. Leer es morir a tiempo. Es encontrar la justificación congruente entre el desastre conformista del acto de respirar, con salir a las calles y arrojarse al mundo.
Lee el inconforme, lee el disruptor, lee quien es osado y desconfía de las tenues noches sin brisa, de los silencios perpetuos, de las palabras sin doble sentido, de las caricias sin morbo. Lee quien no calmó su llanto al haber nacido. Lee quien la imaginación se le desborda, quien disfruta de las situaciones límite, quien anhela sin recelo al dolor, quien posee en libertad.
Lee quien muere cada noche y renace con el goce de las mañanas. Lee el nostálgico, el que hace catarsis sin la insolvencia del destino. Lee el sensible ante la miseria de la existencia, ante lo sublime del amor, ante la arrogancia del jerarca. Leen los idealistas sin esperanza.
Leen los disidentes, los inescrupulosos, los lucidos. Leen los que cuestionan su posición cómoda ante la historia, los que reflexionan sobre las certidumbres, los que luchan incansablemente por la enajenación producida en los albores de su nacimiento. Lee quien es capaz de conquistar riesgos sin temor a la pérdida, quien enaltece su presencia a través de aptitudes desgarradoras con la ortodoxia, con los dogmas mezquinos que invisibilizan los placeres, con la integridad hipócrita de quienes se sostienen en un altar.
Lee quien no tiene miedo a perecer y soporta la realidad impuesta por quien ostenta el poder. Lee quien se pelea con su infortunio, quien acepta el devenir en medio de la costumbre. Lee quien saborea la sensación del olvido y el servilismo de la soledad, donde las miradas ajenas son permisivas ante la irresponsabilidad de quien camina de la mano de un libro.
Quien te invite a leer es un sedicioso despiadado, sin saberlo te instiga a sublevarte contra las doctrinas costumbristas que han regido tu ficción y que te han impedido concebir las múltiples circunstancias que se fundan por fuera de tu habitación. Busca un compañero o compañera a quien el deseo incesante de leer se le aprecie en su capacidad de extrañeza ante la regulación de la vida, encuentra en él o ella, la posibilidad de cohesión para incitar al cambio que la creación merece, sonrían en conjunto y transiten sin turbación al horizonte establecido que nos han incrustado sin consentimiento y sin temor a lo imperfecto, conviértanse en lo que creyeron impropio, en lo indeseado, sean la satisfacción de quienes no se atreven a soñar. Y si en algún momento sus destinos se separan recuerden las lecturas realizadas o las bibliotecas construidas.
Síguele la corriente a quien te invite a leer, porque siempre se regocija por las conmociones suscitadas después de probar los mecanismos de cambio, liberados en medio de las letras y auspiciados por la buena compañía. Lee para que percibas la belleza de la agonía y el dolor que se proclama día a día con certeza al atropello.
Leen los que tiemblan ante una vieja fotografía familiar, una carta hecha con una hoja de cuaderno, una canción dedicada en los años de infancia, un recuerdo de un beso en la infinitud de la inocencia. Leen quienes perciben los pequeños detalles en un trascurrir de segundos. Leen quienes se deleitan en los laberintos de una biblioteca, quienes se detienen en las calles trascurridas sin importar la coacción de un reloj, quienes prefieren los albores de una tienda vieja de libros con dedicaciones ilegibles.
Leen quienes se aventuran a viajar sin un tique de transporte, quienes confiesan sus manías sin prejuicio a ser juzgados, quienes recopilan frases y las ordenan en su mente, quienes fracasan sin arrepentimiento a los tribunales manifiestos. Lee el que no tiene miedo a los conjuros que pueden provenir de una buena lectura y que terminan por cambio el destino de tu vida.
¡Lee! porque eso incomoda a quienes te desean sin la beatitud del cambio, sin el sentimiento de exaltación de construir con base en tus fantasías atípicas de lector neófito o experto en letras.
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