Crecí en un ambiente intelectual. En mi casa había bibliotecas repletas de todo tipo de libros, muchos de ellos heredados de mis abuelos.
A los 16 años vi a mi hermano Eduardo devorando un libro que parecía interminable y que había descubierto en una de estas bibliotecas. Le pregunté qué lo mantenía tan absorto. Solo mencionó a una mujer fuerte y brillante que operaba un tren y algo relacionado con una huelga. Tal vez fue la parte de “la mujer fuerte y brillante que operaba un tren” lo que despertó mi interés; meses después, me encontré buscando desesperadamente ese libro en una de las estanterías. Ni siquiera sabía el nombre, solamente que debía buscar un libro muy ancho y con un título que tuviera algo que ver con la breve descripción que él me había dado. En español, el libro se titula La Rebelión de Atlas, y la edición que tenía en mis manos debe haber sido una de las primeras traducidas al español. Recuerdo que cuando me vio con este libro, mi madre me preguntó si su largo no me asustaba. Respondí: “Si es bueno, cuanto más largo, mejor”.
Fue amor a primera lectura. Pasé el mes siguiente esperando salir del colegio para ir a casa y leer. Desaparecí de la faz de la tierra durante varios fines de semana. Si tuviera que describir con una palabra lo que me generó leer Atlas en ese momento, diría que sentí el sonido de un “clic”, como si las piezas de un rompecabezas súper complejo empezaran a encajar. ¡Emocionante! Ese fue el comienzo de un camino que continuó con el resto de las novelas y libros de no ficción y que me permitió descubrir e integrar la filosofía que me guiaría a lo largo de mi vida.
Durante años leí y releí los libros de Rand y promoví sus ideas en cada oportunidad que tuve. Pero hace unos seis años ocurrieron dos cosas que vale la pena mencionar. Agustina Vergara Cid, quien en ese momento dirigía un Club Objetivista en la ciudad de Córdoba (Argentina) me invitó a iniciar otro Club en Buenos Aires, donde antes yo vivía. En ese momento estaba escribiendo columnas sobre temas éticos y políticos en un periódico latinoamericano, y me di cuenta de que si quería ofrecer argumentos más sólidos, tenía que buscarlos en un terreno más profundo. Luego sucedió lo segundo: Ed Thompson me recomendó que me registrara en el Objectivist Academic Center (OAC). Después de seis años intensos, puedo decir que el programa fue una experiencia inspiradora y exactamente lo que yo necesitaba.
Conectando los puntos
Recuerdo las palabras de Steve Jobs a los graduados de Stanford: “No puedes conectar los puntos mirando hacia adelante; solo puedes conectarlos mirando hacia atrás. Así que debes confiar en que los puntos se conectarán de alguna manera en tu futuro”.
En junio de 2018 asistí a la Summer Objectivist Conference (OCON) en Newport (California). La última noche, después del evento de clausura, conocí a Tal Tsfany por primera vez. Me presenté e inmediatamente me preguntó si conocía a alguien que quisiera promover formalmente las ideas de Rand en América Latina, a lo que respondí sin dudar: “Yo”.
Desde ese instante, trabajamos para crear lo que hoy es el nuevo Ayn Rand Center Latin America, un proyecto lanzado en 2019 y del cual soy responsable de liderar.
Por momentos, no puedo dejar de sorprenderme de cómo resultó todo. Pero luego me detengo, miro hacia atrás y veo los puntos conectados. Todas las decisiones que tomé en mi vida me llevaron de manera irrevocable a esta nueva y emocionante aventura.
Los latinoamericanos necesitamos a Rand ¡Desesperadamente!
Viví casi toda mi vida en Argentina. La realidad cultural de Argentina es muy similar a la de los demás países de América Latina. Toda la región tiene dos denominadores comunes: una fuerte tradición religiosa y una sólida educación en la filosofía franco-alemana –ambas, perpetuadas por familias de “renombre”–, con escuelas y universidades cuyos contenidos están dictados por el Estado. El altruismo y el colectivismo son casi parte del ADN de los latinoamericanos y, hasta ahora, nadie ha cuestionado seriamente estos conceptos.
Sufrimos crisis políticas y económicas permanentes y culpamos al político o al economista de turno, y luego votamos nuevamente las mismas ideas que nos llevaron a la crisis anterior, sin identificar la causa real. Pocos latinoamericanos nos hemos dado cuenta de que son nuestras ideas filosóficas lo que necesitamos chequear.
Debemos deshacernos de todas las suposiciones que hemos aceptado sin cuestionar y comenzar a construir nuestras vidas a partir de un conjunto de ideas completamente diferente. Debemos aprender que mi vida me pertenece a mí y no a ningún grupo, que debemos pensar por nosotros mismos y no repetir a ciegas que somos capaces y dignos de tener una vida floreciente, sin culpa y sin víctimas. El cinismo de los latinoamericanos proviene de la idea de que estamos predeterminados a fallar y sufrir, y que las relaciones son un juego de suma cero. El desafío es descubrir qué ideas nos permitirán cambiar nuestro “sense of life” y nuestro rumbo personal y político.
El Ayn Rand Center Latin America tiene como objetivo promover este enorme y necesario cambio. Su objetivo es inspirar la idea de que el tipo de vida que deseamos se puede lograr y, en palabras de la misma Rand: “El mundo que deseabas puede ser alcanzado, existe, es real, es posible, es tuyo”.
La primera versión de esta columna apareció en nuestro portal aliado El Bastión.
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