A Lina
Atrás se quedaron los zapatos con que dimos nuestros primeros pasos. Los crayones con que rayamos las paredes de nuestra casa, la bicicleta de la que nos caímos tantas veces mientras aprendíamos a manejarla y la pelota vieja que pateamos en una cancha de arena.
Atrás también se quedaron las noches en que nuestra habitación se convertía en un bosque mientras nos leían un cuento antes de dormir, o los domingos de agosto en los que elevábamos una cometa y jalábamos la cuerda para que no se chocara con una nube.
La profesora que nos enseñó a leer y soñar, los amigos de cuadra con los que jugábamos al escondite, el amigo que nos vio llorar por primera vez o esa persona a la que le dimos nuestro primer beso. Todos ellos también se quedaron atrás.
Las veces que nos dejaron esperando en un café, bajo cualquier excusa: “se me presentó un inconveniente de última hora”, “no tenía dinero para ir”, “me dio un dolor de cabeza horrible”. Los gritos coléricos e injustificados de un jefe, las discusiones antes del almuerzo, los mensajes en visto y ese incómodo silencio que los acompaña. Todo eso, amigo, está atrás.
Y podemos pasarnos el resto del día haciendo una lista de todo lo que se ha quedado atrás: las despedidas en un aeropuerto, los tropezones en plena calle o los diálogos a punta de monosílabos.
Pero adelante está el mar. También las montañas, los guayacanes amarillos, los amaneceres en Santa Elena y las noches en Bogotá. Adelante hay tantas ciudades de este mundo por conocer: Buenos Aires, Caracas, Lima, São Paulo o Santiago de Chile. Barcelona, Berlín, Londres, París, Praga y Roma. Tokio, Seúl, Tel Aviv… ¡Hay tantas!
Adelante están las canciones de George Harrison, Nina Simone, Miguel Bosé, Caetano Veloso, Jorge Drexler, Kevin Johansen, Natalia Lafourcade, Jeff Bucley, Bob Dylan, Simon and Garfunkel, Marianne Faiithfull, Claudia Gómez, Felisa y tantos más.
También están los poemas de José Manuel Arango, Emily Dickinson, Ezra Pound, Raúl Gómez Jattin, Wislawa Szymborska, y Juan Gelman; los cuentos de Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Nadine Gordimer, Ernest Hemingway o Roberto Bolaño; las pinturas de Picasso, Matisse, Van Gogh, Chagall, Obregón, Monet y Rauschenberg; o las películas de Herzog, Almódovar, Lynch y Wenders. Mejor dicho, adelante está la vida hecha obra de arte para vivirla y sacudirse con ella.
Los buenos pocos amigos, como los llamó un día Andrés Caicedo, también están adelante, con sus filosos chistes e invitaciones a bailar un sábado a las 10:00 p.m. También hay familiares cercanos, conocidos entrañables o gente que nos regala una sonrisa sin afán. De no ser por ellos, este mundo sería tan aburrido como escuchar por radio una partida de ajedrez.
Adelante hay amores, pasajeros y eternos. Algunos nos dan el universo, otros nos obsequian un abrazo. Unos vienen y se van, los demás vuelven y se quedan en el corazón, en la cabeza y en las manos. No importa del color que sean, porque a la final nos harán sentir como esa brisa que refresca el rostro un domingo por la tarde.
Además de ellos, adelante hay abrazos en la cocina, estrechones de mano en un bar o acaloradas conversaciones por teléfono. En fin, adelante está la vida, con sus subidas y caídas, pero ahí está.