Así nos ven, así nos vemos

Con la violencia olvidamos quienes somos

(Mary Mccarthy)

Los colombianos no somos naturalmente violentos, solo que hemos asumido la violencia de forma pertinaz, indiferente y sosegada, como si el hecho de que no hubiéramos sido invitados a la fiesta de sangre[1] que se ha vivido en el país por más de 50 años, nos permitiera permanecer silentes e impávidos ante la crueldad desatada por distintos actores.

Bajo esta perspectiva, emerge diáfana la posición de la Corte Suprema de Justicia al sostener que la delincuencia no hubiese logrado sus metas, o cuando menos no con los sanguinarios y devastadores resultados, de no haber contado con el silencio cobarde o pagado, la ayuda obligada, comprada o producto de la simpatía, de integrantes del conglomerado social, como algunos policías, algunos militares, algunos servidores públicos de los niveles local, municipal, departamental o nacional, algunos jueces, algunos legisladores, algunos comerciantes, algunos ganaderos, en fin, algunos ciudadanos[2].

Si bien es cierto que el Estado ha actuado de manera deficiente, desatendiendo sus obligaciones más básicas (seguridad, salud, educación), no lo es menos, que los asociados hemos olvidado ejercer el control social, el cual hubiere tenido resultados contundentes, pero contrario a ello, el miedo, la complacencia, o incluso el interés obnubilado, nos han llevado a aceptar a los violentos, sin reprocharlos, sin excluirlos, sin señalarlos.

Y es que, fueron varios los comportamientos que asumimos frente a los delincuentes, siendo el más reprochable aquel en el que ciudadanos se sirvieron del actuar delictivo, como notoriamente ocurrió con ganaderos y empresarios bananeros, quienes patrocinaron voluntariamente a las asociaciones de seguridad y vigilancia privada, conocidas como Convivir, que fueron brazos armados de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), sirviendo de báculo al crecimiento del conflicto armado, llevando a la consolidación del proyecto paramilitar en las regiones (como notoriamente ocurrió en el Urabá antioqueño y en el departamento de Córdoba), que tuvo funestas consecuencias, todas ellas en detrimento de la población civil.

Otros que aceptaron a los delincuentes como sus benefactores, enalteciendo a capos caídos, que fungieron como bandoleros dadivosos al suplir la inasistencia Estatal, convirtiéndolos en héroes pese a su actuar criminal. De otro lado, estamos quienes guardamos un mutismo indolente, recriminando más las acciones estatales que las delincuenciales, eludiendo la condena social que nos corresponde dictar.

Los colombianos somos guerreros y campesinos, con la violencia lo hemos olvidado, un fenómeno que por su intensidad ha sido calificado de inédito en el mundo, apenas comparable con lo que aconteció en Sudán y en Suráfrica con el apartheid[3], décadas de violencia, guerrillas, paramilitares, narcotraficantes, bandas criminales, grupos armados ilegales que han perpetrado las más aberrantes conductas, masacres, secuestros, homicidios, toda una escuela de sicarios y psicópatas, mochacabezas, desquiciados que arruinaron, especialmente, el desarrollo rural del país y finiquitaron las vidas y proyectos socioeconómicos de millones de habitantes.

No en vano, Estanislao Zuleta[4] advierte: hay que decir que, además de los factores directos de la violencia tantas veces estudiados —el narcotráfico, los grupos subversivos, los grupos paramilitares, el derrumbe de una ética ciudadana y el desprecio de la vida humana— los partidos políticos tienen su cuota de responsabilidad en esta dificultad de construir y de llevar adelante un gran propósito nacional. Es mejor confesar que han dado desde hace años un triste espectáculo, cómo dejar de mencionar el periodo que hoy se conoce como “La Violencia” ese periodo en el que se vivió una guerra bipartidista, liberales y conservadores, se gestó en la década de los 50, un país dividido en dos, rojos y azules, tomó impulso con el asesinato de Gaitán “El Bogotazo” y se vivieron las más aberrantes atrocidades, técnicas de muerte y tortura espeluznantes, entre las más trastornadas, figuran las que se conocieron como “picar para tamal” o la “corbata colombiana”.

Nos ven como violentos y entre nosotros así nos vemos, sigue y sigue y nada cambia, por eso use el título de la miniserie de Netflix, “Así Nos Ven” que cuenta la historia de “Los cinco del Central Park” una de las grandes injusticias judiciales estadounidense, que tuvo origen en un actuar ilegitimo de la policía, racista, que ocurrió hace más de 30 años y que a la fecha sigue y se repite, lo vimos hace tan solo unos días con George Floyd.

Lo mismo pasa acá, diferentes prácticas, pero la misma sociedad descompuesta, perturbada, cíclico, matan a una enfermera, a un domiciliario, por robar una bicicleta, un celular, desprecio total por la vida y la dignidad humana, hay una pandemia de feminicidios[5], el día de la madre es el más violento del año, violan a una niña de 13 años entre 7 soldados.

Entonces, detengámonos y pensemos ¿qué es lo que pasa?, ¿son hechos aislados?, ¿son algunos individuos irracionales?, ¿es culpa del Estado o de la sociedad?; debemos insistir en que no es un asunto individual, no es un fracaso de un solo estamento, somos todos responsables, Bakunin definió el Estado como un inmenso cementerio en el que se entierran los intereses individuales, por ende los fracasos son vividos colectivamente; la atención inadecuada de los conflictos produce resentimiento y frustración, pero no es un asunto imputable solamente a una rama del poder público, no, nos concierne a todos, el conflicto siempre estará presente y es nuestro deber saberlo administrar.

Llegados a este punto, resulta menester destacarlo, consideramos, que la educación es el nicho en el que anida la solución, pues permite desplegar posibilidades para escapar de la estrechez en la que nos encontramos imbuidos; siguiendo a Savater, la educación capacita a los seres humanos para intervenir en la vida política de un país, por lo que emerge con vigor que debe ser el fundamento prístino del cambio, de la transición en la que nos encontramos, no solo para pasar de un escenario violento a uno de paz, sino a uno en el que la justicia y la libertad sean un binomio indivisible.

Aprender de las condiciones propias y particulares del país, a vivir en la diferencia y en el respeto del otro como diferente, a vivir con los conflictos sin la sombra de la guerra y la violencia[6], ya que la violencia no es natural al hombre, lo existencial y connatural a la condición humana, es el conflicto, educarnos, nos conducirá a conocer razones claras para comprender por qué debemos comportarnos de determinada manera ante una situación y no de otra[7], logrando que no nos vean y dejarnos de ver como violentos y así alcanzar el orden y la estabilidad social anheladas.

 

[1] Para conocer lo demencial que ha sido la violencia padecida en Colombia basta con leer el reportaje de la revista SEMANA “Fiesta de Sangre”, en: https://www.semana.com/nacion/articulo/fiesta-sangre/94863-3 que narra cómo en El Salado fueron asesinadas 66 personas, entre hombres mujeres y niños. SEMANA reconstruye cómo se planeó y ejecutó la peor masacre cometida por los paramilitares. Por Marta Ruiz.

[2] Corte Suprema de Justicia. Sala de Casación Penal. M.P. José Luis Barceló Camacho. Sentencia del veinticuatro (24) de octubre de 2016, págs. 30 y 31.  SP15267-2016. Radicación No. 46.075

[3] Prólogo escrito por Juan Camilo Restrepo Salazar para el libro “Guerrero y Campesinos” de Alejandro Reyes Posada.

[4] Zuleta, E. (2009). Colombia: Violencia, democracia y derechos humanos. Medellín: Hombre Nuevo Editores.

[5]Pandemia de feminicidios en Colombia” por Catalina Ruiz Navarro.  https://www.elespectador.com/opinion/pandemia-de-feminicidios-en-colombia/

[6] Vivir en el conflicto: reconocimiento de nuestras prácticas políticas a partir de Hobbes y Schmitt. Cardona-Restrepo, P., Santamaría Velasco, F

[7] Tal como lo propone el texto “Conflicto y paz en Colombia. Análisis y perspectivas”. Cardona-Restrepo, P., Santamaría Velasco, F., Muñoz Sánchez, O.

Raúl Andrés Rivera Ríos

Abogado, especialista en Derecho Privado de la Universidad Pontifica Bolivariana, candidato a Magister en Derecho de esta misma universidad. Actualmente se desempeña como abogado asesor de la Sala Civil Especializada en Restitución de Tierras del Tribunal Superior de Antioquia. Correo electrónico: [email protected].

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