“Cum cogitatione et sine ira”.
(Con reflexión y sin ira)
(Aristóteles)
En la columna anterior de “Apuntes sobre la corrupción”, hablamos en general, desde lo filosófico y lo sociológico, también desde una crítica a la modernidad y el progreso, según sus pensadores clásicos, como Aristóteles, Maquiavelo y Ferguson.
En el siglo XVIII, inmediatamente después de Ferguson, aparecen las teorías liberales acerca de la corrupción.
Adam Smith, autor de La Riqueza de las Naciones, plantea que la corrupción es propia de las sociedades pre modernas, donde la expansión y el poder omnímodo del estado, aumenta los monopolios, los subsidios (las leyes de pobres), las regulaciones excesivas, los carteles, herramientas de control que favorecen la aparición de la corrupción; más extremo aun, la Escuela Austriaca de Economía, Jallek, en su libro “La tragedia de los Comunes”, nos dice que donde no hay límites claros entre los bienes propios y los bienes comunes, entre lo privado y lo público, las sociedades experimentan una tragedia, porque mientras en la propiedad privada se tienen incentivos para cuidar, sostener y acrecentar los bienes, donde hay bienes comunes no se tiene ningún cuidado para sostenerlos, incluso se sobrexplotan, sin que no haya nadie que fomente su permanencia utilitaria, por lo menos . Friedrich von Wieser y Gerdin, llegan a decir que, mientras en algunas partes del mundo los elefantes se extinguen, los animales domésticos no, ya que los elefantes son bienes comunes y los domésticos tienen propiedad.
Estimado lector, estos argumentos liberales acerca de la corrupción nos sirven para reflexionar acerca de los bienes que tenemos en común, de los espacios que “nos pertenecen a todos”, y qué, personalmente, hacemos para respetarlos, cuidarlos y sostenerlos en el tiempo, que hay de coherencia entre lo que decimos y hacemos en concreto:
Con el respeto que Usted me merece, “qué haría, si en el momento de salir de su casa y tener que despojarse de un envoltorio vacío, y tener las posibilidades de tirarlo en su jardín o en la calle, con seguridad que lo lanzaría a la calle, porque, el jardín es un espacio bien-propio, mientras que la calle es un espacio bien-común”. ¡Y lamentablemente, muchas veces no nos interesa preservarlo!
También, es válido preguntarse, por qué la mayoría de los ríos que cruzan una ciudad se transforman en basureros o verdaderas cloacas, y que no haya autoridad pública que se haga cargo de tal degradación. A saber, el río Ganges, el río sagrado de los hindúes, es el bien natural más contaminado de la tierra. ¡Y de que yo sepa es un bien común!
Como ya lo explicitamos, le hemos echado una mirada al fenómeno de la corrupción, determinando su significado aristotélico, su definición moderna, desde Maquiavelo a Ferguson, sus connotaciones filosóficas y sociológicas (ver parte I de Apuntes sobre la Corrupción); además, en las primeras líneas de este artículo, le hemos dado una vuelta a las teorías liberales o económicas acerca de la corrupción.
Ahora bien, aprovechando este espacio, retomaremos la teoría aristotélica, ya que, al día de hoy, sigue tan vigente como lo fuera en las repúblicas griegas de la antigüedad. Aristóteles, en La Política, plantea que “todos los hombres tienen pasiones, y estas ineludiblemente llevan a la corrupción”, sin embargo, existe en la sociedad algo que tiene inteligencia, y no tiene pasiones, ésta es, nada menos que la ley, por lo tanto, es necesario honrar y custodiar la ley. Aristóteles, para llegar a este razonamiento político e instalarlo en las polis, toma un concepto antropológico que ya venía estudiando antes, que el alma humana, está constituida de tres partes: una que tiene palabras e inteligencia (bases de la razón), la otra que no tiene palabras, pero es guiada por la palabra (bases de la voluntad) y la parte vegetativa que no tiene palabra ni inteligencia (origen de las pasiones del hombre). De tal modo que, al trasladar este concepto antropológico a la sociedad organizada, la parte que tiene palabras e inteligencia se llama ley, Aquella que no tiene palabras pero que es guiada por la palabra es la base de la moral y la parte que no tiene palabras ni es guiada por las palabras es la perfecta irracionalidad del género humano, demostrándose con pasión, ira, irreflexión, etc.; la ley es entonces la máxima expresión racional de una sociedad, como si la sociedad se anticipara a las pasiones, escribiendo a fuego las leyes que la gobernaran:
“Tenemos leyes para no dejarnos gobernar por las pasiones” (Aristóteles).
“Tenemos leyes para no tener príncipes” (Maquiavelo). Es decir, para no depender de ninguna persona, de ninguna voluntad o de ninguna subjetividad”.
En lo estrictamente jurídico, todos los abogados, jueces, los empleados públicos y políticos, debieran todos reconocer que la teoría y práctica de los preceptos aristotélicos, nos llaman a honrar y custodiar la ley; ¡pero cuidado!, no el interés material del que la custodia, sino lo que dice, explícitamente, el contenido de la ley; incluso, un juez debe fallar, prescindiendo del contenido de la ley, aunque no acepte o apruebe su contenido por convicción. Pues, se deberá fallar:
“Con reflexión y sin ira” (Aristóteles).
“Sin risa ni llanto” (Espinoza).
¡Este es el civismo heroico que debiera sustentar todos los afanes de los empleados públicos!
Comentar