Apuntes históricos sobre la Pasión

“…ver de qué manera el pensamiento simbólico sobrecrece al conocimiento vulgar y genera una esfera de explicación de la vida, el Universo y la muerte que acompaña no sólo a las religiones, sino también al arte, al misticismo y, desde ya y a buena hora, satisface a las hambres espirituales de todas las personas.”


No nos deben asustar los símbolos. Más deberíamos precavernos de quienes abusan de este miedo o inquietud que en algunos surge para sacar algún provecho: el poder del símbolo es más grande de lo que solemos creer. Pero tampoco debemos creer que podemos, con el símbolo reemplazar las verdades históricas, sean éstas lo que fueran, sin olvidar que la historia -así como los recuerdos- no son el pasado en sentido estricto, sino argumentos que siempre se dan en presente, mientras se vive y se piensan. Una fe religiosa -que es una gran usina de símbolos- debe mantenerse ajena a los datos de la ciencia y aún a los de la historia. Haciendo esta salvedad, podemos ponernos a analizar algunos de los datos históricos que acompañan ciertos puntos importantes que conciernen a la Pasión cristiana.

Los romanos solían crucificar al reo incluyendo además de la procesión y exposición del prisionero, como exhibición de poder, la prueba material del delito. En el caso de Jesucristo, el delito era abstracto: el declararse rey frente a un representante del César, y es por eso que no es del todo extraño que, luego de la flagelación legal, se lo crucificara portando una corona de rey, en este caso de los judíos. Tal corona difícilmente haya sido una corona de tallos de plantas espinosas. Ante esto, se debe recordar un detalle no poco importante: no se permitía el menor arbusto en la zona del vivac, por un tema elemental de seguridad, además de sanitario, y sobre todo, de imagen de severidad que se le debía al conquistado. Así, la higiene de todos los campamentos militares romanos era sumamente estricta. De hecho, lo era aún para los vivacs de campaña, montados de apuro a la luz de las antorchas, con soldados eliminando hierbas y arbustos con sus espadas de estilo griego. ¿Cómo sería menos la remoción de plantas en un lugar como la ciudadela Antonia, donde residían seis centurias de veteranos y un tribuno de las cohortes que, para colmo, tenía rango de cónsul y era jefe de armas de Jerusalén? Además, la zona por donde se movían los soldados ya estaba literalmente tapizada de mármol blanco, que había sido aplicado durante la gestión de Herodes el Grande. ¿De dónde hubieran podido salir estas plantas salvajes y espinosas? Mucho menos sentido tiene, como algunos argumentaron, que se mandara a buscarlas lejos del lugar para hacerle una broma a un reo (en rigor, para los romanos, el Cristo era un reo más de los muchos que había para ejecutar en ese día), siendo que estaba estrictamente prohibido no sólo aplicar castigos “extras” -por fuera del castigo oficial- sino también mofarse de un condenado a muerte (la Summa Supplicia) por respeto a los propios dioses romanos. Han querido ver, sin embargo, un simulacro de la coronación del ‘rey Saturno’ o ‘fiesta sacea’, de origen mesopotámico, pero es más dudoso todavía porque esta festividad se solía celebrar en el solsticio de invierno y no en el equinoccio de primavera. Nada de esto se ve como factible. La burla, por su parte, era, lo decimos una vez más, imposible porque el derecho romano, en ese sentido, era absoluto en la mente de las autoridades militares: no había lugar para fantasías, caprichos en la aplicación de penas o burlas ya que absolutamente todo estaba previsto y catalogado. Es cierto, por otra parte, que el reo debía por ley, ser vestido de ropas ignominiosas (la vestimenta ‘infamante’) para presentarse ante los jueces. El objetivo se supone que era compasivo: debía despertar compasión mediante la estrategia de no influir en los jueces exhibiendo ropa de calidad superior (esa costumbre, diremos como dato al pasar, fue suprimida por Vitelio en el 69 d.C.). A estas ropas se  le sumaban dos cintas en la cabeza: la ‘velamenta’, blanca como presunción de inocencia y la roja, o ‘infula’, como presunción de culpabilidad, lo que vuelve más difícil de creer que se le haya puesto la corona de espinas, por lo menos durante el juicio, que hubiera interferido con la exposición de las cintas estipuladas legalmente. Es más probable, en todo caso, y por lo dicho más arriba, que se le haya puesto la corona de rey de los judíos, que no era la original de oro -ya confiscada y enviada al emperador Tiberio en Roma-, sino de una aleación de cobre y estaño que era más liviana y barata y que lucía como el oro. En cuanto a la corona (repetimos: símbolo material de un delito abstracto) era un cintillo que se ajustaba a la cabeza y del que salían los ‘siete rayos de David’, que eran unos triángulos alargados con las puntas hacia fuera, cada una de las cuales simbolizaba a un arcángel y su planeta regente en el zodíaco hebreo: Miguel (Sol); Gabriel (la Luna); Anael (Venus); Rafael (Mercurio); Zaquiel (Júpiter); Orifiel (Saturno) y Samael (Marte), y que también simbolizan los siete zefiroth menores de la Kabalah judía. Para tener una mejor idea de su aspecto, baste recordar la corona de la Estatua de La Libertad de Nueva York que representa, en verdad, aquella lejana corona del Rey de los Judíos. Buen momento para sacar ciertas conclusiones acerca de la influencia de los puritanos, que introdujeron los primeros capitales judíos en territorio americano tras el desembarco en el “Mayflower” (y que llevó a reemplazar el nombre del asentamiento fortificado de New Amsterdam a New York, siendo que de York en Inglaterra, fueron llegando los contingentes de judíos adinerados).
No obstante, hay otra versión de este hecho: las palabras usadas en griego en los Evangelios canónicos es ‘akanthon’ (en Mateo y en Juan) y ‘akanthinon’ (en el de Marcos), mientras que el de Lucas ignora el asunto. Muchos creen ver en esos términos no la palabra ‘espina’ (aplicada, se creía originalmente, a la planta Rhamus spinae-christi, con pinchos de unos ocho centímetros de largo) sino al nombre del ‘acanto’ (Accanthus mollis) que es la planta de hojas ornamentales presentes en el capitel griego del estilo corintio. Otros creen ver el término ‘kanastron’ que significaría algo así como ‘canasto’. Muchos se preguntan: ¿será que le pusieron una cesta en la cabeza a modo de corona? Esto sí es más probable.

Como sea, se considera que gran parte de las burlas denunciadas en los textos bíblicos hayan sido proferidas en el sitio mismo de la ejecución, primero porque bajo la ley militar, y según dijimos, estaba estrictamente prohibido burlarse o fomentar la burla contra los reos; segundo, porque en tal sitio de ejecución (en este caso, el Monte de la Calavera) la ley romana sólo imperaba en materia de robo de cadáveres, de sus partes o bienes con los que hubieren sido ejecutados y que los soldados no tomaron, aunque estaban legalmente autorizados a llevarse esos bienes si así lo querían. Uno de los delitos más frecuentes en los lugares de ejecución, aparte del robo de cadáveres o sus pedazos, era el robo de coágulos de sangre. Esta clase de hurtos era muy perseguida por los romanos porque se sabe que muchos judíos practicaban algo así como “magia negra”. La severidad al considerar este delito era tal que, indefectiblemente, llevaba a la pena de muerte. Las ejecuciones eran llevadas a cabo por magistrados y lictores, cuando se trataba de ciudadanos libres o por los triunviros y el carnifex en el caso de ciudadanos no libres. Para las ejecuciones públicas, se convocaba a la gente usando un cuerno. Una vez conducido el acusado al lugar concreto, el magistrado, vestido de luto (con la toga del revés) daba la orden de ejecución.

Se dice también en las escrituras que a Cristo lo enterraron en una tumba particular, para lo cual existen dudas bien fundadas, desde el punto de vista puramente histórico. Escribía Tácito que, según la ley del Imperio, “los condenados a muerte, además de la confiscación de sus bienes, eran privados de sepultura”. En este sentido el cuerpo de Cristo en tanto que muerto por sedicioso, debía ser arrojado a la “fossa infamia”: mero osario público a cielo abierto cerca de Jerusalén (el de Roma, por ejemplo, era el osario Esquilino, origen de la mayoría de los olores nauseabundos de los que se quejaba Nerón). Tal sitio, en la antigua Jerusalén, era decididamente horrible: allí eran arrojados los condenados a muerte… y no necesariamente muertos, sino que, para adelantar el proceso antes de la puesta del sol, se arrojaban los que todavía estaban agonizantes. Al tormento se dice que se le sumaba la quebradura de las pantorrillas (las tibias del simbolismo masónico, en cruz, tras la calavera), presuntamente como una medida piadosa, para que el cuerpo se desplomara en la cruz y el reo muriera al fin asfixiado por su propio peso. No obstante, muchas cruces contaban con el ‘pallium’, una especie de palito para que el ajusticiado se pudiera sentar sobre su perineo y pudiera seguir respirando, prolongando de esa manera, su agonía. A favor de otras razones, se aduce que la quebradura de las tibias se daba si iba a ser arrojado a la fossa infamia todavía vivo -porque tenían, quizás, mucha gente que ajusticiar en ese día y no daban abasto-. De esta forma, con las piernas rotas, el ajusticiado no podría escaparse del lugar ni ser ayudado por amigos o parientes a fugarse de la fosa común. Para asegurar tal fin, ponían guardias especiales que custodiaban el sitio: cuando de los moribundos “se dejaban de oír sus lamentos”, simplemente los guardias se retiraban, muchas veces de noche.

Por último, Cristo no habría llevado la cruz completa, sino sólo el travesaño o crucero. Por empezar, la cruz completa era demasiado grande y pesada para un hombre. Los postes, en realidad, esperaban ya clavados en el sitio de ejecución. Es de notar, por otra parte, que el término griego utilizado desde antiguo fue, en realidad, staurós (σταυρός) que quiere decir “madero” y no “cruz”. En este sentido, se sabe que las cruces y maderos eran utilizados con el mismo fin. La palabra staurós procede del verbo ἵστημι  (histēmi “erguirse, estar de pie”), que a su vez viene del indoeuropeo stao, “tallo” o “retoño”; misma raíz de la que vienen el alemán “stock”, el inglés “stand” y el castellano “estaca”, de significados semejantes entre sí, y de obvia posición vertical. Esto parece indicar que el Cristo hubiera sido torturado, clavándolo en un madero habiendo llevado él mismo la contraparte transversal para formar, recién en el sitio de la ejecución, la cruz.

Es en estas situaciones donde se pueden apreciar los severos problemas que acarrean las pobres y, muchas veces, traducciones “interesadas” de los antiguos copistas. Cada traducción y hasta cada interpretación, y en especial, en la época de la consolidación de la primera Iglesia Católica (cuando todavía no tenía ese nombre), tenían un sentido religioso seria y peligrosamente comprometido con duras cuestiones sociales y políticas totalmente ajenas a los simbolismos religiosos. Se puede entender mejor este tema señalando que, como suele suceder, un objeto puede renovarse y seguir conservando el nombre antiguo, como en el caso del staurós griego. Es significativo que desde antiguo la técnica del empalamiento (clavar en un palo) era de uso difundido (como entre persas, fenicios, griegos y hebreos), pero se señala que entre los romanos de la época crística, al antiguo staurós (i.e. palo) ya le habían agregado el madero horizontal para clavar los brazos (hubo otra cruz o staurós -en su significado moderno- que contenía dos palos transversales: para las manos y los pies, aunque si las ejecuciones eran muchas para un día, se podía crucificar sobre cualquier objeto, como árboles con ciertas formas útiles a tal fin, etc.), de modo que aunque en griego seguía teniendo el nombre de “palo”, ya era una cruz. Recordemos, de paso, la clasificación de las cruces que hiciera después Justo Lipsio en el s. XVI: Crux Simplex, que era el palo sin travesaño; la Commisa con el travesaño apoyado en el palo vertical (como la letra griega Tau o la Tav hebrea) y la Crux Summisa con el palo vertical emergiendo por sobre el horizontal. La más rápida, según los antropólogos, y obviamente, era la crucifixión en la Simplex, por lo que se considera que en el caso de la crucifixión masiva del s. I aC. de los seis mil rebeldes derrotados de Espartaco, incluido él mismo, fue por medio del uso de la Simplex.

Por último, diremos que la “Vía Dolorosa” -con sus caídas y demás elementos- no figura en ningún Evangelio, ni canónico ni apócrifo: es una suerte de invención posterior hecha por exegetas católicos… Algo muy útil desde ya, si se entiende que la venta de indulgencias se solía hacer cuando se representaba el ritual del ‘Vía Crucis’, así como también la venta de reliquias…

Nadie quiere desacreditar ninguna argumentación religiosa a partir de este breve recuento de datos. La creencia está, o debería estar, fuera de toda discusión. La presente es la consideración antropológica e histórica de una serie de elementos nombrados en los textos religiosos. Sus significados simbólicos, por otra parte, han ido infiltrándose entre los elementos históricos a lo largo del tiempo a partir de intereses religiosos o de otro tipo (lo que para los creyentes no tiene la menor importancia), y no dejan de ser elementos de interés para ver de qué manera el pensamiento simbólico sobrecrece al conocimiento vulgar y genera una esfera de explicación de la vida, el Universo y la muerte que acompaña no sólo a las religiones, sino también al arte, al misticismo y, desde ya y a buena hora, satisface a las hambres espirituales de todas las personas.

Horacio Ramírez

Poeta, artista plástico, ensayista, crítico de cine, dedicado al estudio de la Simbología Universal, mitología y religiones comparadas. Formado en el ámbito científico de la Ecología fue derivando hacia el arte, la investigación en teoría poética, literatura japonesa, filosofías religiosas occidentales y orientales.

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