Luchamos, ahorramos, pedimos préstamos, nos postulamos por becas para irnos al extranjero, a plasmar sueños e imaginarios allá; donde nos juramos ser los más colombianos, lloramos con el himno, anhelamos unos frijolitos con chicharrón, pero no nos interesa volver.
Queremos conocer esa Grecia y Roma de donde viene la civilización, la riqueza desmedida de Dubai, y los atardeceres de Paris. Y como no, si en los colegio y demás espacios para la educación, se enfocan largas temporadas en enseñar lo que pasa en Asia, Europa, un tanto de África y si alcanza el semestre algo de América, un poquito de Colombia y cero de Antioquia.
Dicen que los colombianos somos los más felices del mundo porque sonreímos a extraños, damos la mano a desconocidos y mostramos con orgullo nuestras fiestas a todas las personas que vienen de afuera. Pero también demostramos infelicidad maldiciendo el país por doquier, y creyéndonos ejemplos de rectitud y moralidad, mientras tiramos una piedra y escondemos ahí mismito la mano.
Colombia a muchos, nos ha acostado con la barriga llena, junto con la posibilidad de luchar por ser, hacer y tener. Pero al mismo tiempo existen historias de tantas lágrimas, dolor y sangre, que si fuera mi caso solo despotricaría y me hubiera “ABIERTO” hace rato de esta nación.
Muchos dicen que los colombianos repetimos y repetimos la misma historia y bla bla bla. Pero como no, SI NO LA CONOCEMOS. A los niños no les interesa leer un libro
que trate sobre la inmensa variedad de flora y fauna que existe el país, los jóvenes anhelamos irnos a conocer playas extranjeras, y los más mayores dicen amar este país, pero se les olvidó transmitir ese sentido de pertenencia a las generaciones venideras.
El aspecto que nos une a todos es que nos encanta señalar, dictar sentencias y sentarnos a rascarnos la barriga, esperando que otros solucionen o sigan destruyendo. Nos volvimos víctimas sin realmente serlo, nos dejamos convencer por paisajes extranjeros sin ni siquiera conocer NUESTRO TERRITORIO. Somos amantes de lo ajeno, porque mientras Juan Valdez va muriendo, no vemos la hora de ver el nacimiento de Starbucks.
Nos dedicamos ha asombramos por el exterior, y no vemos todo lo interesante que ahi en nuestro país, y lo mucho por hacer
El sentimiento de pertenencia por el país debe nacer nosotros mismos, de la experiencia de cada uno en y con Colombia. No es un valor que se debe inculcar a los demás, ni una tradición que hay que hacer el deber de pasar automáticamente de generación en generación.