Alquimia Textual

<Eudaimonia> y el alma que, a sí se acepta, se abraza.

Ejercicio de una respiración consiente, haces lo suficiente para estar segura de que habrá una más…

Embestida de pensamientos, que no se escapan en tus horas de sueño porque logras recordar los detalles distorsionados que aflora el inconsciente, cansada sientes que podrás encontrar en cualquier momento claridad, asimilar un concepto de fe en medio de perturbadores miedos que tus labios paralizan y rompen tu mirada sin más.

Ansia, absurdo conflicto por resguardarme en un poema que no sucumbe a la producción. Rescatar de lo superfluo, el mensaje del lamento hecho destino, sobre el que escribo este texto, como afán de señuelo para la conjugación trasformativa. Ceremonia de unidad, semblante armónico de una pasión, obstinada sensatez que trastoca al sufrimiento con la pluma.

Dicen que cada persona es un mundo, y este mundo es tan amplio, profundo como denso, cargado de información, parte de constelaciones gravitadas por la emoción y orbitadas en sentimientos.

Pretender el silencio, tu propio silencio, lanzarte al espacio sin nave ni planeta para un eventual regreso. Recuerdos y reflejos que ocultaste ahora son carga, soltar es darse cuenta, conducir hacia la calma siendo tú lo único cierto. Pesa tanto, decidir, pesará más: la amargura de callarse lo que desborda el pecho, hielo derretido, que la sed podría curar.

Tomar una hoja e intentar decirte a ti lo que no soportas pronunciar, llevas meses escapando de ideas que te muestran lo que del espejo no puedes captar; pusilánime, quieres quererte, exige menguar.

Padece las mentiras quien simplemente anhela poseer la verdad, pues en su insignificante apetencia apenas reconoce que es placebo aquella predeterminada y malograda posmoderna realidad. Legan buenos libros, los que superan con la voluntad del espíritu, ese pobre estímulo sensorial.

Publicar en un periódico cuyo principio permite la afrenta, casi ingenua, contra la restringida era que aborta el corazón. Tristes guerras, triste sin piedad del egoísmo anulador. Quizá de la soledad su opuesto sea el lenguaje y no presencias vacías impedidas de comunicación, atención sutil, marchita la planta cuando no la riega la prudencia de su cosechador. Verse a sí, con los ojos compasivos de un humilde lector.

Osar conocerse a sí mismo es conquistar la redención. La personalidad es una invención catastrófica, alguien que al observarse no se sabe impedido para vislumbrar la totalidad de su aspiración, limitación impuesta por una jerarquizada sociedad que rentabiliza la dominación. Laberinto psíquico y cultural, factores condicionantes que la inamovilidad de un orden procurará, lugar en el que el observador situará su inducida construcción mental.

Es entonces, en el abismo fronterizo de la búsqueda, que alguien descubrirá la diferencia que nutre de vitalidad la entrañada ilusión, añorar con infinita falta la otredad, la distancia que posibilita el ‘yo’. Dictamines del amor, la naturaleza funcional a sí misma, se reproduce para la conservación abrupta de su creación; el animal que su percepción amplía por la necesidad de comprensión. Poder que tiene la capacidad de brindar paz o la absoluta destrucción, sopesa la ternura y el desprecio de sí, como una proyección.

De maestros severos, conclusiones racionales, dar a luz causa dolor. Aceptar la inmensidad que habita en un ser capaz de todo y en su nada, afectar el curso alrededor. Tras el último pálpito, a los seres humanos, solo nos queda de la invención del tiempo, una narrativa que, al compartirse, engendra la civilizatoria conversación. Ahí, la fugacidad se extiende, nombrándose mito de una deidad con 70.000 años de evolución.

Mandato de consagración, servir es no perecer en la pequeñez del cuerpo que, en el más útil de los casos compondrá abono, sea cual sea la procedencia del deudor; la muerte como cruda acreencia genérica, oxímoron, libera y es retaliación. Nos quedan intermedios para imaginar, experimentar el verbo como hacedor, sonreírle a la metáfora diluida en religión, que cobra vida en nuestras manos: gesta la palabra, manifestación.

Revelación, <daimon> al secar la tinta, cesa el maravilloso caos de tu inspiración.

 

Los prólogos plasman un breve acercamiento sobre el autor, ¿hasta qué punto se elige ser contador de cosas? Voces retratadas, cantadas, pintadas, digitadas, programadas, censuradas… Deseos por la existencia misma, hablan.

Musas subliman al artista, y en su obra, el universo las reclama.

María Mercedes Frank

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