Algunas estadísticas no mienten

Hace poco la revista Dinero publicó un artículo titulado “Jóvenes califican a la corrupción como el mayor flagelo del país” donde se evidencia que el 56% de los jóvenes considera que la corrupción es el peor problema que tiene el país, a esto le sigue la educación y otros factores importantes. ¿Nos equivocamos los jóvenes al tener esta percepción?

Partamos diciendo que Colombia es un país rico en recursos naturales, con una diversidad étnica y cultural amplia y con unos gobernantes que por cierto no reflejan el lado alegre, bello y radiante del país, sino el lado oscuro, vergonzoso y decepcionante. Gracias a nuestros gobernantes, no solo los recientes, sino los que han venido en una línea privilegiada por familias durante años —los mismos con las mismas—, los colombianos hemos vivido en lo que podría ser un retraso económico y social, quizá dos factores que han vuelto evidente y cuestionable nuestra realidad hasta el punto que en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) logramos subir del puesto 11 al 8 entre los países más desiguales del mundo.

La desigualdad en Colombia está dada, principalmente, en un término que este año ha logrado por fin salir a flote y tomar fuerza tras décadas de estar oculto bajo la manta de la desinformación que algunos medios decidieron construir con base en los argumentos de muchos políticos que enfocaban su atención en un solo problema, problema que a la final resultó siendo una mal llevada consecuencia del verdadero problema el cual nunca llegó a mencionarse años atrás.

La corrupción ha sido en sí la práctica más vil que existe en Colombia, hasta el punto en el que el cinismo de quien la práctica resulta siendo la razón de agradecimiento de un pueblo al que se le ha impuesto la desinformación como único argumento.

Tristemente, según la ONG Transparencia Internacional, basada en el Índice de Percepción de la Corrupción (CPI), Colombia ocupa el puesto N° 90 de 176 países analizados, con una calificación de 37 puntos sobre 100, siendo 100 el menor grado de corrupción.

Basándonos en ese dato y sumando los escándalos de corrupción más grandes del país como lo son el desfalco y los sobrecostos de la Refinería de Cartagena (Reficar); los millonarios subsidios del programa Agro Ingreso Seguro (AIS) a personajes públicos del país; el desvío de recursos públicos destinados a la salud en el caso de Saludcoop y el más reciente de todos: los sobornos de Odebrecht a varios funcionarios públicos del Gobierno actual y del anterior para dar así vía libre a millonarios contratos como en el caso de la construcción del tramo de la Ruta del Sol y el préstamo de 120 mil millones de pesos que realizó el Banco Agrario a Navelena, empresa filial del grupo Odebrecht; podemos ver que Colombia ha padecido la peor epidemia de todas, aquella que beneficia a unos pocos con lo que por derecho es de todos, aquella que limita la inversión en programas sociales que permitan y garanticen la calidad de vida de los colombianos y aquella epidemia que restringe el desarrollo y que permite el abandono de sectores importantes para Colombia.

La inversión es primordial para el progreso, pero no hay inversión si la corrupción se concibe como costumbre y se acepta con indiferencia. Los jóvenes no nos equivocamos al decir que la corrupción es el peor problema que tiene el país, pues nos ha ido carcomiendo como sociedad, lentamente, agotando y limitando los recursos públicos y el bienestar de quienes aún creemos ciegamente en una mejor Colombia.

El desafío de combatir la corrupción no es solo de nosotros los jóvenes, sino es de todos los colombianos. De nosotros depende el futuro que queremos dejar a las nuevas generaciones y si de algo estoy seguro es que algunas estadísticas no mienten, más cuando se habla de desigualdad y corrupción.

 

Gustavo Malagón

Ibaguereño. Administrador de empresas; Especialista en evaluación y desarrollo de proyectos de inversión, columnista