
El congresista Alfredo Mondragón no es precisamente un adalid de la ética y la transparencia. Su historial está plagado de episodios que, lejos de reflejar un compromiso con el bienestar de los ciudadanos, dejan en evidencia su oportunismo y su oscura relación con el poder. De él se presume desde tráfico de influencias hasta vínculos con el vandalismo, este personaje representa lo peor de la izquierda radical colombiana, esa que se escuda en discursos de justicia social mientras teje redes de corrupción y clientelismo.
Prontuario de un agitador disfrazado de congresista
Mondragón es un viejo conocido en los círculos más radicales del sindicalismo y la protesta callejera. Desde el año 2000, ha sido miembro del sindicato del SENA, siempre de la mano de su padrino político, el senador Wilson Arias, otro personaje con un historial poco decoroso. El historial de desmanes de Mondragón, quie dice ser licenciado de la calle es amplio: en 2016 participó en la toma de la Catedral de Cali con el pretexto de exigir más contratación en el SENA; en 2021 fue capturado por actos de vandalismo durante el Paro Nacional, y su captura terminó enredando a su mentor, Wilson Arias, quien intervino en el proceso y terminó siendo investigado por la Procuraduría.
Pero la historia no termina ahí. En los últimos años, Mondragón ha convertido su oficina en el Congreso en una agencia de colocaciones al servicio de su círculo cercano. Su prima llegó a tener hasta cuatro contratos simultáneos con el Gobierno Nacional, un caso que debería haber encendido todas las alarmas en los organismos de control. Además, en 2022 contrató a Anabel Arias Cuéllar, hija de Wilson Arias, con un salario que supera los 10 millones de pesos mensuales. Para completar la trama, Wilson Arias jamás declaró este vínculo en su declaración de conflicto de intereses.
Congresista por el vandalismo, no por el pueblo
La carrera de Mondragón no se forjó en la lucha democrática ni en el debate de ideas, sino en la calle, incitando la violencia y utilizando la protesta social como herramienta política. Su rol como promotor de las movilizaciones que sumieron a Cali en el caos en 2021 lo convirtió en un ícono del ala más radical del Pacto Histórico. Mientras miles de ciudadanos sufrían bloqueos, desabastecimiento y violencia, Mondragón y su grupo se beneficiaban políticamente del caos.
Su actitud pendenciera quedó en evidencia cuando increpó de manera violenta al senador Alirio Barrera en el Congreso, algo que ya había sucedido con Jota Pe Hernán y, más recientemente, con sus ataques de mal gusto hacia el periodista Néstor Morales, incluso refiriéndose de forma despectiva a su difunta madre. Un gesto que refleja la bajeza moral de un personaje que no conoce límites cuando se trata de atacar a sus opositores.
Un peligro para la democracia
Alfredo Mondragón es el reflejo del peor tipo de político: aquel que no llega al poder para servir, sino para servirse. Sus redes de tráfico de influencias, su historial de violencia y su desprecio por las instituciones son una advertencia de lo que ocurre cuando se le entrega poder a quienes ven en la política una extensión de la calle y la confrontación.
Colombia no puede seguir tolerando que personajes como este sigan usando el Congreso como su trinchera personal. La izquierda radical y su maquinaria de agitadores deben ser desenmascarados antes de que sea demasiado tarde.
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