Resultaría instructivo el poder dilucidar algunas de las causas coyunturales del actual conflicto entre Israel y Palestina, especialmente en aquellas cuestiones poco tratadas que se anclan indiscutiblemente en el ámbito de lo sagrado. Precisamente por ello este constante estado de combate que vemos en la región puede traer consecuencias globales mayores a las actuales.
Una guerra religiosa es mucho más irracional que otra que sea por intereses únicamente geopolíticos, lo que representa un riesgo potencial a gran escala ante la imposibilidad de su pacífica solución. Muchos olvidan el factor religioso. Sostienen que los enfrentamientos en Medio Oriente son consecuencia directa, por citar un caso, del colonialismo europeo. Esto en parte es cierto, que, si lo pensamos bien, también encierra serios riesgos.
Recordemos por ejemplo a la fragmentada Alemania de principios de siglo XX, la caída del Segundo Reich y la crisis de la República de Weimar. Fueron producto de la descolonización que, a su vez, decantaron en las grandes Guerras Mundiales, dejando el terreno abonado para el surgimiento de un elemento tan siniestro como la ideología del nazismo, que acabó de algún modo en un tipo de “espiritualismo” asesino. De igual manera hoy, las teocracias totalitarias amenazan al Occidente libre con imponerse a través del terrorismo -lo que podríamos llamar en palabras de la periodista Oriana Fallaci una “contracruzada”- o de lo que se designa “el brazo armado del Alá”.
Lo dicho corresponde a una explicación con tintes profanos. Válida, y sin duda necesaria, pero hay otros componentes que a menudo se pasan por alto. Para iluminar estos acontecimientos actuales, en cierto modo, creo que es necesario remitirnos a sus mitos y tradiciones, a su credo de base registrados tanto en la Biblia hebrea como en el Corán y, a partir de ahí, intentar comprender muchos de los aspectos que en la actualidad continúan oscuros.
Hay indudablemente también en todo esto un contenido psicológico y arquetípico. Esto lo estudió muy bien Carl G. Jung. No podemos evitarlo. Me refiero a que muchas de las cosas que vemos en la presente guerra entre Israel y Hamas y que nos horrorizan por demás se encuentran arraigadas en los rincones más oscuros de la mente, sostenidas por andamios cerrados, nutridos por interpretaciones fanáticas de sus escrituras inspiradas que quedaron varadas en un salvajismo difícil de asumir para el mundo libre; ya que muchas de las monstruosidades -por no decir todas- se perpetran, no en el nombre de la perversión del crimen dentro de una sociedad contractual y que las hace punibles, sino, nada más ni nada menos, que en el nombre de Dios.
En el principio…
La guerra es parte del contenido tanto de la Biblia hebrea como del Corán. Yahvé es el “Dios de los ejércitos”. ¿Quién es el centro redentor de la historia? ¿Acaso el Supremo no tiene la potestad, tanto a dar la vida como a quitarla? ¿Quién tiene derecho a la Tierra Santa? ¿Quiénes la habitaron primero?
Hay que tener en cuenta, como ya he mencionado en otras notas anteriores, que la primera mención arqueológica de que los israelitas, o que un pueblo así denominado habitara la zona de Canaán, la encontramos recién a partir del siglo XII a. C. en la famosa inscripción egipcia conocida como la “Estela de Israel”. Actualmente puede verse en el museo egipcio de El Cairo. La misma fue hallada por Flinders Petrie en 1896. Allí la inscripción menciona el sometimiento de varios poblados, entre ellos, como dijimos, figura en signos jeroglíficos “Israel”. Lo que coincide temporalmente con la ocupación de Canaán bajo el mando de Josué.
Según el Génesis los cananeos fueron un pueblo descendiente de Cam después del diluvio (10: 8-12). Ahora bien, como habitantes originales fueron los primeros afectados. Según las fuentes paleotestamentarias los ejércitos hebreos realizaron un genocidio depredando a estos pueblos primitivos casi hasta exterminarlos. Cayeron cuidades como Jericó, Hai, Gabaón, Bet-Semes y Silo entre muchas otras.
Según el texto bíblico relata así la misión en el libro de Josué 6: 20, 21: “Apenas oyó el pueblo la trompeta, lanzó el grito de guerra y la muralla se derrumbó. El pueblo entró en la ciudad (…) siguiendo con la anatema se masacró a todo lo que vivía en la ciudad: hombres y mujeres, niños y viejos, incluso a los bueyes, corderos y burros”. Agrega en el capítulo 8: 24-27: “Israel acabó de masacrar a todos los habitantes de Hai, a los que perseguía en el campo o en el desierto: todos murieron a espada, hasta el último. Luego Israel se volvió contra Hai y pasó a cuchillo la ciudad. El total de los que cayeron ese día, hombres y mujeres, fue de doce mil (…). Entonces los israelitas tomaron posesión del ganado y del botín de la ciudad como Yahvé se lo había ordenado…”.
Lo que hay que destacar es que tal barbaridad estaba justificada en sus mitos etiológicos. Los hebreos se sentían con derecho sacramental sobre esas tierras. ¿Por qué? Según estas historias bíblicas Yahvé le prometió a Abraham el hebreo una tierra (el Levante) que sería su propiedad, su heredad divina. Génesis 12: 1, 2 dice: “Vete de tu país (…) al país que yo te mostraré y haré de ti una nación grande…”. Abraham moró como un nómade. Aunque lidió algunas escaramuzas, todavía no era la hora de juicio final de los cananeos. Según la misma Biblia los cananeos eran corruptos, practicaban orgías rituales y sacrificaban niños, cosa que no está del todo comprobado, pero cuya propaganda disculpó su devastación.
Conforme a Genesis 15: 15, 16 dice Dios a Abraham: “En cuanto a ti, irás a tus antepasados en paz; serás enterrado en buena vejez. Pero a la cuarta generación ellos volverán acá, porque todavía no ha quedado completo el error de los amorreos”. La “cuarta generación” era supuestamente la que llevaría a cabo la incursión definitiva y corresponde con la invasión mencionada bajo el mando de Josué. Yahvé había profetizado la destrucción de Canaán a su tiempo. Es decir, que el hebreo antiguo al matar estaba cumpliendo la orden de su Dios. Este mito evidentemente acreditó las aberrantes acciones militares de los semitas que probablemente migraron desde Egipto, gesta relatada en el libro de Éxodo.
Claro que desde una mirada histórica conceptual y desde la mentalidad del mundo antiguo tal matanza no era vista como una barbarie, como lo podríamos calificar nosotros hoy, sino como una lógica común de la guerra.
De hebreos, ismaelitas y de filisteos
Los filisteos (toponimia que se traduce tanto en hebreo, griego o latín como “palestina”) no eran ni un pueblo camita ni uno semita, es decir no eran un pueblo árabe, sino egeo, indoeuropeo. Descendiente de Jafet. Figuran en el Génesis, es decir para el siglo XX a. C. Aun cuando los historiadores piensan que la ocupación probablemente cretense no se dio hasta el siglo XII a. C.
Los árabes, un gentilicio aplicado para el siglo X a. C. aparentemente se refería a tribus nómadas asentadas mayormente en la zona de la actual Jordania, es decir, al Este del Jordán hasta el Golfo de Ákaba. Posiblemente se los designe en el Pentateuco como madianitas, mohabitas e ismaelitas. Recién fue Mahoma, el fundador del Islam, quien popularizó que ellos descienden de Ismael el primogénito de Abraham, cosa que avala el Corán en la sura 37 aleyas 101-105, pero no la Biblia, como tampoco en los datos arqueológicos; al menos de momento.
Los tres grandes sistemas monoteístas conocidos como “Religiones del libro”, me refiero al judaísmo, al cristianismo y al islamismo dicen descender del patriarca Abraham. De estas tres el cristianismo es el menos arraigado en la tierra prometida, ya que sus bases son latinas y griegas (su desarrollo histórico es mayormente euroasiático, aunque no debemos olvidar las crueles Cruzadas para recuperar Jerusalén con el aval del papa). No así el judaísmo que, aunque con sus múltiples diásporas y deportaciones siempre mantuvo una limitada población en el Levante, al igual que en el caso de los árabes, ya que ambos habitan la zona desde el siglo II d. C. de manera casi intermitente. Dicho de otra manera, los judíos nunca abandonaron del todo su tierra prometida, aunque las tribus árabes iban y venían. En otras palabras, la región estuvo bastante desolada por siglos sin que a nadie le importara demasiado, lo que demuestra que el mito moderno de la ocupación judía a Palestina nunca fue cierto.
Volvamos al mito. Según el Génesis Abraham tuvo dos hijos: uno natural, Ismael, y otro por gracias divina, Isaac. Por tal la descendencia del pueblo judío, aquella que tendría derecho a la tierra prometida, vendría de la línea de Isaac, el hijo dado por Dios. Aquí hay un mito curioso. Yahvé le pide a Abraham la vida en sacrificio de Isaac. Mientras este intenta cumplir con la orden lo lleva al monte Moría, el lugar que luego sería el fundamento del Templo construido por Salomón (Hoy la Mezquita de Al-Aqsa). Sobre una roca desconocida se llevaría a cabo la inmolación. Allí mismo Dios lo detiene mediante su ángel. Esto le valió el nombre de “Padre de la fe”.
Los judíos y los cristianos aceptan este relato. Empero, en el establecimiento del Islam Mahoma copiando este mito de los judíos lo revierte diciendo que es una mentira porque el legítimo heredero en realidad era Ismael, de quien, según él, provienen los árabes. Vale decir, que ellos, los musulmanes, dicen ser los elegidos y no los judíos. Causa hoy de disputa.
Conclusiones
La legitimación divina de la procedencia tanto de israelitas como de musulmanes es una cuestión de fe. Es parte de sus creencias, y como toda creencia es fijista, inamovible y prioritaria, a pesar de que en algún momento la ciencia descubra lo contrario nunca se modificará. Ya que Dios es más veraz que la sapiencia humana. Como se verá son dos posturas respetables, la del hombre de fe y la del hombre moderno racional que trata de probar todo por la experimentación.
En sus avatares históricos el pueblo judío habitó aquella Europa testigo del surgimiento de la era moderna, del liberalismo ilustrado y de la construcción teórica de una democracia. Sino pensemos en el Moisés Mendelssohn. Anteriormente, Baruj Spinoza, perteneciente a la comunidad, aunque expulsado de ella, fue quizás el primero que teorizó una democracia moderna. Asimismo, rescató el idioma bíblico y criticó los mitos del libro sagrado en una apertura interesante en su “Tratado Teológico Político”.
En cambio, el Islam es a todas luces medieval, que tuvo claramente un auge cultural postmahometano durante algún tiempo, pero que se quedó en ese territorio varado mayormente en esa mentalidad arcaica.
La religión en sí no acepta el cambio ni el progreso. Es cerrada. Dios creo todo lo que hay de modo perfecto y el hombre no posee autoridad para modificar nada. El avance político y tecnológico, para mal o para bien, se dio recién cuando los hombres abandonaron la espera en la providencia sobrenatural y decidieron hacer por sí mismos la historia.
Ante este panorama nos encontramos hoy, con un Estado de Israel fundado en la contemporaneidad con los valores occidentales, enclavado en medio de una zona cuyos habitantes musulmanes se quedaron en el pasado. No obstante eso, los seguidores de Alá se valen de las bondades del siglo XXI (y las desean) pero piensan como en el siglo V d. C. negándose a aceptar los cambios. Donde sus habitantes reclaman verdades míticas y se respaldan en una teocracia. Su fe es su modo de vida. Un libro presuntamente dictado por Dios es su constitución. Donde no hay derechos humanos sino decretos divinos. Esto explica muchas cosas.
Algunas porciones del Corán donde sostienen su lógica de guerrera podemos leerlas en la sura 3 aleya 157: “Combatid por Alá y sabed que Alá todo lo oye”; sura 4 aleya 189 dice “…si vuelven la espada cogedlos y matadlos dondequiera que los encontreís”; y la sura 8 aleya 39 anima: “No eran vosotros quienes les mataban, era Alá quien les mataba, cuando tirabas, no eras tú quien tiraba, era Alá quien tiraba, para hacerles experimentar a los creyentes un favor venido de él”.
El asunto como se observará es por demás muy complejo. Lo antedicho quizás nos ayude a entender un poco mejor todo lo que está pasando. De cómo piensan y cómo actúan. El asunto es en su fondo de creencias religiosas. Sin embargo, está enmascarado con cuestiones profanas que pesan tanto como las otras. Es sumamente importante para estos pueblos la manera de ver su soteriología en la historia y en la geografía como espacio donde lo sagrado se manifiesta y da a conocer su voluntad siendo necesario su intervención en ella.
En tanto, sin perder el pensamiento crítico, aún con todos sus laberintos, sigamos intentando discernir este complejo y terminal mundo que nos tocó en suerte.
Todas las columnas del autor en este enlace: Sergio Fuster
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