Si se controla la gente se obtiene una nueva fuerza de trabajo obediente y dócil, que al final, es un activo rentable para los emporios industriales y farmacéuticos.
El mejor dispendio de medicinas esta es en la forma de cuidarse empezando por comer alimentos orgánicos y en cuidar el medio ambiente con campañas de reforestación.
Uno es el reflejo de lo que come, por lo que comer es un hecho y el resto es una consecuencia.
Nuestros cuerpos son nuestros jardines, nuestras voluntades son nuestros jardineros.
William Shakespeare
Está en vía de extinción el hombre que logra que sus palabras y pensamientos sean actos consecuentes. Parece que se ha olvidado la importancia de cultivar la tierra y la salud. Es como si a la salud se le hubiera asignado el mismo valor del dinero y solo se atiende cuando se pierde. Cuando cuidarse es un deber ya que si el cuerpo falla no hay un lugar confortable para existir. Asimismo, si no se cuida la naturaleza, no hay casa para habitar.
No obstante, conocí Albino Idarraga, un hombre coherente en sus palabras y actos. Para él, la soberanía alimentaria comienza en la huerta y en la cocina más que en el congreso, la farmacéutica y la industria de cultivos transgénicos.
Albino vive en la vereda el Cabuyal del municipio de Copacabana. Él, sin importar el problema que hay legalmente con las patentes de las semillas, cultiva la tierra y un modo de vida saludable. Pues, una salud plena es la forma más efectiva de esquivar a la enfermedad y dirigirse con lentitud al final inevitable: la muerte.
Albino y muchos agricultores han visto como los emporios económicos han generado la dependencia mundial del petróleo. Dependencia que empezó en 1870 cuando los Rockefeller crearon la primera compañía petrolera y se volvieron multimillonarios. Dieron pie a que otras familias, igual de poderosas, se asociaran e implementaran una educación para el empleo y peor aún “la gran revolución verde”. Esta revolución, que inició en las décadas de los sesenta y setenta, no era otra cosa que la implementación de grandes monocultivos basados en fertilizantes y pesticidas a base de petróleo. Revolución que aceleró el dominio de las semillas y el mercado por gigantescas empresas como la Cargill, Nestlé, Monsanto, Unilever y ConAgra. Cuyo valor combinado de sus ventas es mayor que el producto interno bruto de la gran mayoría de los países latinoamericanos.
Para que esto fuera un hecho estas empresas se basaron en tres estrategias. La primera: implementar la ingeniería genética como un método de control. La segunda: patentar las semillas y la vida para declarar la semilla como propiedad privada y llamar delincuentes a los campesinos o agricultores que conserven semillas. La tercera: buscar la aprobación de los tratados del libre comercio; como el que firmó Colombia con los Estados Unidos en el 2011 y las plazas de mercados se inundaron del maíz transgénico, estéril y de mala calidad. De esta manera, generar la dependencia de la humanidad porque quien controla el alimento controla la gente. Y si se controla la gente se obtiene una nueva fuerza de trabajo obediente y dócil, que al final, es un activo rentable para los emporios industriales y farmacéuticos.
El panorama es desconsolador. Sobre todo, desde que en Colombia El Congreso de la República expidió la ley 1518 de abril 23 de 2012, “Por medio del cual se aprueba el Convenio Internacional para la protección de las Obtenciones Vegetales, UPOV 91”. Cuando UPOV 91 es una norma que amplía el alcance de la propiedad intelectual de las semillas. Además, en el gobierno de Iván Duque se expidió el decreto 523 de 2020 donde se estableció temporalmente 0% del arancel para la importación del maíz amarillo duro, el sorgo, la soya y la torta de soya. Esta medida era para proveer, durante la pandemia, a los colombianos proteína animal. Para ello, había que garantizarle a la industria el acceso a materia prima barata. No obstante, para la Alianza por la Agrobiodiversidad —conformada por 19 organizaciones— este argumento fue una medida inconstitucional, innecesaria e inconveniente, que beneficiaba a los importadores y a la industria avícola, porcícola y piscícola. Sobre todo, a los Estados Unidos, que al alterarse el mercado de soya con China tenía una sobreproducción de alimentos.
Lo más alarmante de los cultivos transgénicos es la deforestación de los bosques tropicales. Según estudio publicado por Forest Trends el 88% de las tierras en América Latina dedicadas a la agricultura comercial o agronegocios fueron deforestadas de manera ilegal. En Colombia, por ejemplo, entre los años 2013 y 2019 se perdieron 1.8 millones de hectáreas de bosque con el fin impulsar la ganadería y el cultivo de transgénicos. Por algo, según cifras del Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), en el país, en el 2021, se sembraron más de 157.000 hectáreas de cultivos transgénicos, sobre todo de maíz, algodón y flores azules, con mayor actividad en los departamentos del Meta y Tolima, en el centro del país, Córdoba (Caribe) y Valle del Cauca (suroeste).
Ante la crisis mundial Albino cultiva y hace de los metros que habita un paraíso posible. Él sabe que el mejor dispendio de medicinas está es en la forma de cuidarse empezando por comer alimentos orgánicos y en cuidar el medio ambiente con campañas de reforestación.
La casa de Albino es un santuario donde tiene una empresa de bastidores con la que se jubiló hace años y una granja auto-sostenible en la que produce el 80% de su alimentación ya que cuenta con unas 20 variedades de semillas de maíz, 15 de frijol, 15 de tomate, 40 especies en árboles frutales y unas 20 especies aromáticas, medicinales y condimentarías.
La empresa ideal
Albino en 1982 empezó Zootecnia en la Universidad de Antioquia y terminó en el noventa. No ejerció la carrera porque no quería ser mayordomo de los grandes empresarios que manipulaban los cultivos con pesticidas y químicos. Por eso, envió una hoja de vida como simulacro para que su padre no lo presionara para conseguir laburo.
De muchacho consiguió un trabajo en unas canchas de tenis en Envigado recogiendo pelotas. Fue ascendiendo hasta que se convirtió en instructor. Al terminar la universidad continuó con las clases de tenis y viajaba a San Luis donde su padre tenía una finca. Aunque, en el 95, con el conflicto armado, decidió quedarse en Medellín. En ese entonces en San Luis había más de ocho grupos armados, entre ellos: las AUC del Magdalena Medio, las FARC, la Policía, el Ejército, los del ELN, el bloque Nutíbara.
En Medellín, en el 95, se asoció con un cuñado para hacer y vender bastidores. Después se dividieron y Albino retomó la idea, pero esta vez con la decisión de que esa era su oportunidad de conseguir lo que quería. Fue así que investigó sobre los bastidores porque sabía que debía hacer algo bueno, bonito, de calidad e innovador para que la empresa perdurara. Las primeras muestras le sirvieron para conseguir algunos clientes, que con el tiempo fueron aumentando. En el 2005 registró la marca “Lienzos” en Cámara y Comercio.
Logró posicionar su marca en una época en que la empresa era la única registrada con posibilidad de contratar con grandes clientes. Tuvo claro que solo iba a producir lo necesario, ni más ni menos. Lo importante, cree Albino, es tener tiempo para hacer lo que se quiere, lo que le mueve las fibras, otra máxima para permanecer vital y saludable. Por eso, ante las propuestas de ampliar sus pedidos se negó porque eso le implicaba aumentar la producción, cosa que repercutía en su tiempo libre. Tiempo que él empleó en los proyectos comunitarios como el programa Cabuyaliando que promueve procesos de formación artística y cultural en la vereda. Con parte del presupuesto del acueducto veredal (ACCO) creó este programa donde la gente de la misma vereda dicta talleres de teatro, literatura, pintura, tejido, matemáticas, ajedrez y chirimía. Proyecto que después de que Albino se retirara de la parte administrativa continuó a media máquina. “Con respecto a Cabuyaliando, en estos momentos lo está dirigiendo el acueducto. Y un tecnócrata canceló muchos programas. Opera a medias. Ingresé a la junta de acción comunal con el propósito de volver a levantar los programas de Cabuyaliando y muchos más. Esa utopía nos hace caminar”, dice Albino.
La casa de sueño
La imagen que tiene de pequeño es que su papá siempre tenía unos graneros que eran unos cajones muy grandes con varios cajones internos. Cuando levantaba las tapas encontraba variedades de semillas como frijol, maíz, papa… había alimento en abundancia. Si llegaba alguna visita se marchaba con semillas porque la tierra enseña a ser generoso. Empero, hacer eso ahora, piensa Albino, es como comercializar con narcóticos.
Albino tiene una nevera, en la cocina, llena de semillas. Al abrirla se encuentran bolsas y bolsitas marcadas con el nombre de la semilla y el tiempo de recolección. Y como su padre, ofrece las semillas a sus amigos o familiares.
En su casa hay vida por cada rincón y cada ser es importante. Las gallinas y las gansas aportan los huevos, los conejos la carne para las salchichas que se hacen en la misma finca, las naranjas son la base para el vino casero que se fermenta en unos galones, las plantas medicinales para tratarse ya que prefiere no ir al médico, la huerta provee de alimentos, los perros cuidan la casa y lo acompañan en su determinación de no traer hijos. Con Yolanda, su compañera de hace más de dos décadas y quien trabaja con él, cree con firmeza que los hijos no deben ser un accidente sino un deseo. Además, no se imaginaba a un hijo haciendo una fila en el Seguro Social y otras cosas terribles que pasan en un país sin garantías.
La Huerta casera
La huerta fue un proyecto que arrancó en el 2005 donde se buscaba que ninguno de los productos llevara agroquímicos o venenos que alteraran la semilla. Para los ciclos de siembra Albino utiliza el Calendario Lunar que le permite saber los días aptos para sembrar, abonar y recolectar. Luego, planea según las necesidades de consumo. De esta manera siempre tiene lechuga, papa, tomates, pepinos, maíz, frijol…
En las programaciones tiene en cuenta el semillero y el tiempo del trasplante. Si hizo una bandeja de plántulas determina que esa bandeja cabe en tantos metros cuadrados y por cada metro cuadrado necesita cierta cantidad de abono. El éxito en una finca orgánica es el abono y utiliza tres tipos: el humus (lombrices); compostaje y abono líquido, que puede ser de forma anaeróbica o aeróbica; y los fungicidas e insecticidas de extractos de plantas. Esta forma de trabajar la tierra, sin erosionar el suelo, le permite tener alimento todo el año y no afectarse por los precios de los fertilizantes industriales que encarecen los alimentos de la canasta familiar. Como lo plantea el boletín de precios de insumos número 4 de 2022, emitido por el Ministerio de Agricultura, donde se afirma que los insumos agropecuarios, como los fertilizantes, fueron afectados por el incremento de las materias primas a nivel internacional, el de los fletes por la crisis de los contenedores en el tiempo de pandemia, la depresión en la tasa de cambio y la guerra entre Ucrania y Rusia.
Para albino la huerta es una apuesta para una sana alimentación porque cree firmemente que uno es el reflejo de lo que come, por lo que comer, en sus palabras, es un hecho y el resto es una consecuencia. Él sabe que la semilla transgénica también llamada OGM (Organismo genéticamente modificado) es creada por ingeniería genética, donde mezclan bacterias y virus con plantas y animales que altera el orden natural. Como lo es la soya y el maíz que llegan al país en grandes cantidades. Según la Sociedad Colombiana de Agricultores (SAC), Colombia importa (la mayoría de Estados Unidos) 6.1 millones de toneladas de maíz; la soya llega de Argentina y Brasil. Pero estos cultivos también se implementan en Colombia. Los más conocidos con presencias de transgénicos son: el maíz, clavel azul, algodón, rosas azules y soya. Se implementaron con la promesa de beneficiar al agricultor al tener semillas resistentes a las plagas y a ciertos venenos que son usados para insectos y enfermedades. No obstante, esta promesa se cuestiona porque estos cultivos son una de las causas principales de la deforestación de bosques tropicales. Según el reporte Forest Trends, entre los años 2013 y 2019 se deforestaron 34 millones de hectáreas en América Latina. Además, estos cultivos son tóxicos y modifican los organismos. Así lo demuestra el estudio que hizo en el 2012 el científico Gilles-Eric Seralini y sus colegas, en la Universidad de Caen. Ellos descubrieron que ratas alimentadas —durante dos años— a base de maíz modificado genéticamente con los niveles permitidos por la legislación de los Estados Unidos, sufrieron tumores cancerígenos.
Sin embargo, Albino cultiva porque cree que mientras esté cerca de la tierra, la cuide, siga los ciclos de siembra, puede estar en pie. Tal vez, sospeche que la enfermedad pueda ser una venganza de la naturaleza al violar sus leyes. Pues, las semillas transgénicas nunca serían una manifestación espontánea del ciclo natural. Incluso, Albino dice jocosamente que, si le toca hacer sus trabajos en la clandestinidad, los hará porque si a un hombre le controlan el alimento se vuelve vulnerable y dependiente.
Albino, igual a un puñado de agricultores, lamentan que sea más fácil cambiarle al consumidor la religión que la dieta a base de productos ultraprocesados.
La voz suave y pausada de Albino retumba al proclamar que, si el agua y la tierra no pertenecen a los pequeños agricultores —los que cultivan sus propias semillas y buscan no alterar los nutrientes del suelo, optimizar los recursos y una interacción consciente con la naturaleza— todo esfuerzo por cambiar el sistema agrario será inútil. Sobre todo, ahora que los cultivos transgénicos y la ganadería aceleran la deforestación ilegal dejando a un lado, en la gaveta del olvido, acuerdos mundiales como el Foro de Bienes de Consumo, que en el 2010 acordó una deforestación neta cero para el año 2020 en cuatro sectores prioritarios: soya, aceite de palma, papel y celulosa y carne de res. El foro reunió a unos 400 ejecutivos de fábricas y proveedores de servicios en 70 países del mundo que, en el 2014 —cuando se firmó la Declaración de Nueva York sobre los Bosques— se comprometieron a reducir la deforestación. Sin embargo, este compromiso se incumplió y los cultivos transgénicos y la ganadería crecen de manera alarmante reduciendo los bosques primarios en todo el mundo. Mientras, un puñado de hombres, como albino, resisten desde sus huertas, con sus cultivos orgánicos.
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