La fina lata del cuchillo
se deslizaba por mi pecho;
acaricia mis tejidos
hasta rozar el pálpito
de mi sufrimiento.
Me refresca, fría, aún roja
a gotas cae en la ya humedecida alfombra.
Brota la felicidad
en el escurridizo tiempo
que se agota,
retirar el puñal,
soy libre de estar tan rota.
–
Dejo esta carta
tras mi triunfo,
he partido con la sombra,
sabrán como testigos
de la exhumación del hombre
frente a su Dios,
que ya no podrá someterle
ahora.
Cofradía de ánimas redentoras.
Aquelarre,
aquí la muerte hecha paz
al final siempre se atesora.
–
Nada que me contenga,
me disuelvo con la aurora,
quizá ya nunca vuelva
con mi llanto,
el olvido me perdona.
Desgarrado mi esfuerzo con las musas,
en su adiós
asimilo la derrota;
exhorto a las letras que condensan
sentimientos que no serán,
fui yo
en otrora.
–
Sin vuelta,
desangra mi alma,
apagada y sola.
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