Advertencia

El mundo ideal ha de ser el del Principito. O el del principio (cuando era el verbo, y el verbo era Dios…), no se sabe con claridad. Fuera de eso, todo lo demás son universos vacíos. Quizá, y escasamente, lo único que habite en ellos sea el espíritu etéreo del egocentrismo. Por eso la insistencia del Principito en que por mucho que uno se preocupe por agrandar su vanidad, a fin de cuentas, en ella misma, siempre estará solo.

Solos: así vinimos al mundo, así nos encontramos en meditación y así mismo nos iremos. ¿Para dónde?, no se sabe con claridad, pero de que nos vamos, nos vamos; porque sí es claro que lo único seguro en la vida es la muerte. O al menos en esta.

Se puede decir que la decadencia –mal llamada independencia o democracia- de los valores que ha sucedido a la par del desarrollo industrial de los últimos dos siglos es la causante de tanta negligencia e indiferencia social. A la gente le duele, pero es así. “Primero yo, segundo yo, y lo que sobre para mí”, esta es la norma, y por esta norma defendemos, con o sin razón, las posiciones más radicales que se nos vengan a la mente.

Puede que no sea indiferencia, tal vez solo sea un refinamiento absurdo. La gente ‘dedito parado’ no se quiere juntar con la gente ‘de a pie’. Tampoco el rico se preocupa, de corazón, por ayudar al pobre. Y peor aún, los jóvenes ya no reconocen los años marcados en la

frente de un abuelo. Todo es un préstamo con intereses; yo doy esperando recibir más a cambio. Solo que la anterior afirmación tiene un corolario: sino recibo más, tendré que echar en cara lo que di. Como dirían muchos ancianos sentados en su taburete viendo pasar la vida “por eso es que este mundo no avanza”.

Literalmente, nos hemos vuelto unos malparidos. No tenemos sentido de pertenencia humano; nos convertimos en mero instinto animal, y ahora somos guiados por la pasión más que por la razón.

La inocencia de la infancia, que se llevan los años de adolescencia, es algo que inconscientemente nunca se recuperará, tal vez consciente, pero aun así es difícil. La inocencia es sinónimo de pureza, de verdad y de felicidad. Todo lo demás es una perversión de la integridad del ser humano. Madurar, naturalmente, es empezar a ser infeliz por alejarse de lo que se busca y se tenía: paz y tranquilidad.

La felicidad es abstracta, y eso es lo que entienden los niños que visualizan universos mágicos en un simple cajón de arena. La felicidad es material, y es lo que entienden los adultos que visualizan sueños materializados, mas no idealizados. Entonces, la felicidad es abstracta como el refinamiento del adulto y la imaginación del niño, más no material como los juguetes de ambos.

El mundo no necesita de afectos sino de sentimientos. No necesita hinchas ni fans, requiere de verdaderos activistas. El bullicio y la masa, como el humo y la polución, son grises; la indecisión por el blanco o el negro ha vuelto a la gente frívola.

El individuo ha reafirmado su posición individualista en el mundo. El problema es que ha olvidado su conexión con el todo. No se puede ignorar el hecho de que somos un microcosmo (punto) parte del macrocosmo (línea), y que cada acción y pensamiento que tengamos influirá en el todo. Es el efecto mariposa, no tanto que si los chinos saltan al mismo tiempo la tierra tiemble, sino más bien que si se ponen de acuerdo para hacerlo, solo con eso bastará para que se produzca un tsunami.

La lógica de la acción y la reacción se ha reemplazado por la teoría; y así mismo, la ley del karma y el dharma ya no se considera porque la ciencia, con sus postulados y teoremas, ha dicho que el caos es inevitable. Pero al parecer lo único inevitable es la muerte, que se excluye de cualquier posibilidad de ser relativa. Como dice la canción “del amor nadie se salva, y eso es así”, solo que en este caso sería “de la muerte nadie se salva, y eso es así”.

Este mundo le pertenece a los ciegos, a aquellos que aprendieron a ver hacia adentro, más no la nada o la oscuridad (como argumenta un ignorante al cerrar los ojos). El problema es que los ególatras pretenden adueñarse de él y volverlo más caótico. El que quiera ser feliz que sea feliz. El que no, que se afane y mate en vano buscando objetos para serlo.

Bastante razón tiene el aforismo griego del “Nosce te ipsum”. Hombre, conócete a ti mismo y conocerás al universo y a sus dioses. Y óigase bien, al universo y a sus dioses, no al mundo y sus vanidades.

La necedad nos gusta tanto que por eso no usamos la palabra regularmente. El lenguaje, y todo su esmero, buscan perfumar la mierda y el verdadero sentido de las palabras, o más bien, de los significados. Así viene siendo desde que al culear se le nombró ‘hacer el amor’. En cierto modo, donde todo se vale, nada cambiará. Así es el lenguaje, según se nombre, así será.

Alguien puede pasar la vida inadvertido por andar inmerso en los aconteceres cotidianos; de hecho por eso dicen que la vida es eso que pasa mientras miras por la ventana. El que no sigue consejos no llega a viejo porque ni siquiera se detiene a escucharlos; es el sofisma de distracción de la eterna juventud. Y a lo mejor, de la eterna ignorancia.