Adenauer y la estrategia de la humildad. Petro y el síndrome del salvador

“Adenauer entendió que a veces la mejor forma de progresar es bajar la cabeza, asumir los errores y ponerse a trabajar. Dejó a un lado los discursos estridentes y proféticos e instó a su pueblo a pensar en ideas visionarias pero sin florituras retóricas”


El síndrome del salvador es diagnosticado a aquellas personas que toman una posición o se ponen en un rol en el que intentan rescatar a los demás, responsabilizándose de los problemas ajenos, pero olvidándose de su propio cuidado.

El presidente Petro inició su último discurso en la ONU hablando de Allende, Cuba y la enemistad de la dirigencia mundial con la vida. Propuso condonar la deuda de los países a cambio de acciones climáticas y de la guerra contra las drogas. Manifestó su deseo de que sus nietos puedan vivir lejos del apocalipsis y de los tiempos de la extinción, para que más bien los humanos cumplan su misión de expandir el virus de la vida por las estrellas del universo.

Frases mesiánicas, miradas por encima del hombro al saludar a otros dirigentes y propuestas para redimir a la humanidad, exportadas desde un país que está en guerra desde su fundación.

Petro pareciera padecer el síndrome del salvador y por eso en la misma semana en que pronunció este discurso en la ONU, aseguró que los Castro en Cuba “cuidaron que los niños tuvieran comida, salud y educación”. Todo esto, en lugar de atender el problema de migración ilegal que acontece en el Tapón del Darién.

No es nuestro momento de responsabilizarnos de los problemas ajenos, olvidándonos de nuestro propio cuidado (sin que esto signifique no asumir una posición en las políticas internacionales que nos correspondan). Pienso que a Colombia le urge otro tipo de dirigencia.

En la parte introductoria de Liderazgo, el último libro del famoso ex secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger (fallecido recientemente), este realiza una breve diferenciación sobre los dos tipos de liderazgo que suelen ejercer los jefes de Estado: el tipo estadista y el tipo profético.

Los líderes sensatos que encajan con la calificación de estadista reconocen cuándo las nuevas circunstancias exigen que se superen las instituciones y los valores existentes, pero entienden que, para que sus sociedades prosperen, tienen que asegurarse de que el cambio no exceda lo que estas pueden soportar.

De otro lado, los líderes proféticos – menciona Kissinger sin ánimo de criticarlos – invocan sus visiones trascendentes como prueba de su honradez y anhelan un lienzo blanco en el que imponer sus proyectos, adoptando como tarea principal la de borrar el pasado con sus tesoros y sus trampas.

Tras la introducción, Kissinger analiza la vida y la carrera política de seis destacados líderes del siglo XX. Uno de ellos es Konrad Adenauer, quien asumió la cancillería de Alemania Occidental en 1949, utilizando lo que el autor denomina como la “estrategia de la humildad” para poner de pie a un país que no solo cargaba con el peso de su pasado inmediato y con la complejidad de su historia, sino que además debía enfrentar un legado de resentimiento del resto de países. La desorientación de una sociedad golpeada por una larga secuencia de guerra, genocidio, derrota, partición, colapso económico y perdida de la integridad moral (¿nos suena de algo a los colombianos?).

La estrategia de Adenauer – cuyo estilo era la antítesis del carisma estridente de Hitler – se basó en aceptar la rendición incondicional ante los vencedores de la guerra, pero también haciendo un llamamiento a la igualdad entre ellos y Alemania. Aceptó la división indefinida de su país y al mismo tiempo promovió una política exterior en colaboración con las potencias extranjeras que en ese momento lo ocupaban.

Adenauer entendió que a veces la mejor forma de progresar es bajar la cabeza, asumir los errores y ponerse a trabajar. Dejó a un lado los discursos estridentes y proféticos e instó a su pueblo a pensar en ideas visionarias pero sin florituras retóricas. Por eso estaba convencido de que el embellecimiento oratorio solo podía distraer el entendimiento básico de los deberes de las naciones.

Petro, menos discursos para salvar el mundo y más atender nuestras propias falencias.


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Pablo Güete Álvarez

Abogado con énfasis en Derecho Comercial Internacional de la Pontificia Universidad Javeriana. Actualmente cursa un Master en Gobierno y Administración Pública en la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado como abogado litigante en firmas internacionales.

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