Como lo he repetido muchas veces quizás, este tema me devuelve sin falta a Álvaro Gómez Hurtado, quien le planteó al país un “Acuerdo sobre lo fundamental” y, en señal de coherencia, presidió la Constituyente que derivó en la Carta del 91, con su adversario histórico, el Partido Liberal, y un miembro del grupo guerrillero que tres años atrás lo había secuestrado.
Han pasado tres décadas y otro miembro de esa guerrilla, reinsertada con indulto en 1990, ocupa el solio de Bolívar y pone sobre la mesa, nuevamente, el tema del Acuerdo Nacional; lo había hecho en campaña, cuando era inevitable desligarlo de los cálculos electorales, como hoy se podría pensar que se trate de ganar gobernabilidad.
Como sea, el país necesita, hoy más que nunca, un Gran Acuerdo Nacional, algo que no solamente se está hablando en la Casa de Nariño.
¿Por qué se necesita ese gran acuerdo entre los colombianos?
Primero, porque llevamos más de ¡dos siglos! Con una violencia que ha aplazado, no unas reformas u otras, sino la consolidación de la nación próspera para todos que deberíamos ser. En guerra todo el siglo XIX; con una guerra comenzó el XX, marcado por las violencias política, guerrillera, marimbera, paramilitar, cocalera; todas hoy, en pleno siglo XXI, condensadas en la violencia narcoterrorista.
Segundo, porque el país, hoy como nunca, está amenazado desde sus cimientos -su democracia-, por la violencia y el poder corruptor del narcotráfico.
Tercero, porque el país ha estado siempre fragmentado -por eso las guerras- y hoy lo sigue estando, entre izquierdas y derechas; entre la falsa narrativa de amigos y enemigos de la paz; entre pobres y ricos, entre la Colombia rural y la urbana.
Y finalmente, porque este escenario, que no es de coyuntura, sino estructural, ha hecho que el país pierda la fe, que no crea en el gobierno, el Congreso, los partidos y la clase política; en ¡la justicia! ni en los órganos de control. Y con la fe, también ha perdido lo último que se pierde: la esperanza.
El para qué de un Acuerdo Nacional es de Perogrullo: Para recuperar la esperanza; ¿en qué?: en la paz, que no es solo el final de la violencia, sino lo que viene después: el progreso y el bienestar para todos, algo en lo vale la pena estar “esperanzado”.
¿Cómo alcanzar un Acuerdo Nacional? Si es verdaderamente nacional, con una gran participación; y… ¿cómo concitarla? Aquí es donde los grandes líderes políticos, en el Gobierno y su coalición, en la oposición o en la neutralidad, o “pelarán el cobre”, o podrán sacar a la luz los kilates de su grandeza.
Un Acuerdo Nacional no puede ser un “concilio” a puerta cerrada entre políticos, pero esa necesaria “paz política”, que obliga a abandonar el agravio y la estigmatización, es condición para un acuerdo al que se sumen empresarios, sindicatos, políticos, iglesias, la Academia, los jóvenes, el país entero… Un acuerdo deseable… Ojalá así fuera.
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