Decía Ortega y Gasset (…) que es estéril el esfuerzo de tratar de sacar a un estúpido de su estupidez. Y esto es lógico, si se piensa que el órgano encargado de comprender su propia situación es justamente el que se ve afectado por esa misma estupidez…
Hay dos clases de estupidez: la individual y la social.
Una persona puede ser muy inteligente, pero ser a la vez socialmente un estúpido. La diferencia reside en que el estúpido individual es así como nació o se volvió por razones fisiológicas y merece todo nuestro apoyo, tolerancia y comprensión. Pero el estúpido social tiene una génesis diferente: se trata de una persona inteligente que cayó en una trampa ideológica. Ciertos aspectos de la realidad se le vuelven -en virtud de este «agujero negro» de ideas en el que la persona se ha instalado- una verdad de carácter místico y hasta de perfil religioso, que reclama una devoción implacable y una prohibición de pensar fuera de ciertos esquemas y consignas, generalmente muy simples. Simpleza que da comodidad… Y muchas veces estamos tentados a pensar que lo cómodo es siempre lo verdadero. Ejemplos de esa comodidad sobreabundan: no sólo está en las consignas simples y fáciles de memorizar e interiorizar -de la cual un inteligente podría llegar a sospechar, pero no un estúpido social-, sino que la comodidad también puede provenir de creer que esas consignas representan alguna clase de verdad, del tipo de que los ricos son malos y los pobres son buenos, que una raza es superior a otra, etc… Esto es: nos vamos sintiendo cómodos en repetir los mismos circuitos neuronales y todos sabemos que el cerebro, espontáneamente, busca seguir una y otra vez los caminos que alguna vez recorrió y que le resultaron cómodos… y que a cada vuelta del pensamiento necesita de más convicción ideológica para poder sentir el mismo placer intelectual del comienzo (aunque éste implique la violencia). Esto es lo que se llama adicción. Éstas pueden ser inofensivas, como el ver una y otra vez episodios de una serie que nos gustó, pero otras pueden ser nocivas como verdaderas drogas y, finalmente, cuando la inquietud intelectual encuentra un camino simple de seguir y que irradia a escala social -apoyándose en el rebaño- se convierte en la única vía moral de una comunidad, ya sea por seguir ese camino como por rechazarlo, generando facciones irreconciliables que sólo sirven para desviar esfuerzos y malgastar energías sociales.
Estos caminos son siempre obvios, construido con clichés de bases muchas veces pseudocientíficas, y que comienzan a sedar al espíritu desprevenido. Y los clichés vuelven y vuelven acomodándose cada vez más en su sitio… fogoneado con discursos, algunos libros, videos y cierto conjunto de ideas que giran sobre lo mismo, llegando siempre a la misma conclusión de la que se había partido (de hecho, nunca fueron pensadas para alejarse del punto inicial)… y entonces el cerebro se queda instalado en ese circuito cerrado de ideas donde se siente tranquilo, o sea: “instalado” en la verdad… Ya sosegado el espíritu, como dije y paradójicamente, si tiene que agredir o hasta matar para mantener la vigencia del circuito de ideas dentro de su aparato psíquico individual y colectivo, lo hará. De hecho, el herido, el insultado, el escupido o hasta el muerto tirado en la vía pública tras una revuelta, será la evidencia para el estúpido social de que se estaba en lo cierto, ya que de no ser así, “el enemigo de la verdad instalada/revelada” no estaría herido, insultado, escupido o muerto. Porque si lo que yo sostengo es la verdad ¿qué cosa es el que piensa diferente a mi? Pues no es siquiera un ser humano: es un enemigo de la Verdad; es una Mentira que habla; es un no-humano o, peor aún, un anti-humano ¿Y qué se le hace al enemigo de la Verdad? Pues hay que eliminarlo de alguna forma: deshumanizarlo (en la Argentina se lo llama “gorila”) o reducirlo a la desaparición por el crimen o el exilio… siempre al refugio de algún impulso patriótico y hasta a veces -como en los casos de eugenesia- bajo estrictos principios morales.
A ciertas sociedades latinoamericanas les nació un verdadero tumor de estupidez social que es, necesariamente, cada vez más grande porque se potencia a sí mismo y que rápidamente hace metástasis en todo el tejido de las relaciones sociales, afectando a devotos y enemigos (de hecho, generando enemigos a gente que no quería ser enemiga de nadie)… Y es un tumor al que no hay que menospreciar porque se acelera -tal como lo explica la cibernética de sistemas- en un proceso de autopromoción conocido como retroalimentación o feed back positivo. No obstante, esta aceleración lleva, a la vez, a un acentuación que no tiene horizonte visible más allá de la inmovilidad final: alguna clase de desastre. La misma teoría de sistemas enseña que esto es siempre así, que todo feed back positivo (toda salida de control) forma parte de un feed back negativo más amplio que forzosamente lo reencausa hacia una nueva forma de orden… orden que pertenece a esa verdad siempre cambiante que el estúpido social es incapaz de tolerar. Pero esta nueva estabilidad se logra tras pagar un muy caro precio.
Volviendo puntualmente al afectado -el estúpido social- puede escuchar grabaciones y ver videos de sus referentes robando o contando el dinero de los robos y ver que conducen a toda una Nación al abismo del terrorismo más abyecto -pactando, por ejemplo, con países que viven de exportar terrorismo-, pero la simplificación a la que se sometió su sistema de ideas le impiden, sistemáticamente, percibir eso: el estúpido social -que, como dijimos, personalmente puede ser muy preparado- se enceguece… uno no puede menos que recordar el libro de Christian Jelen “La ceguera voluntaria”, que trata acerca de cómo el socialismo francés del ‘17 no vio el carácter totalitario bolchevique que era “policial, terrorista, asesino, guerrero, enemigo de todas las libertades, reaccionario y avasallador”- y se interroga sobre “las razones que tuvieron los socialistas franceses para impulsar ese proceso de ocultamiento, deformación y mitificación” de algo que destruiría su libertad social y que, a la postre, acabaría con su libertad individual, monopolizando su capacidad más elemental de razonamiento (i.e. volviéndolo un estúpido social). Es que el estúpido social no puede ver el desastre manifiesto de un modo crítico, sino que, ciegamente lo defienden, justifican y hasta olvidan.
Decía Ortega y Gasset, en este mismo sentido, que es estéril el esfuerzo de tratar de sacar a un estúpido de su estupidez. Y esto es lógico, si se piensa que el órgano encargado de comprender su propia situación es justamente el que se ve afectado por esa misma estupidez…
La estupidez social abarca el sistema planetario de ideas que giran alrededor de un pozo sin fondo a donde van a parar todas las ideas e intentos de razonamiento. Sus argumentaciones devienen de devorar un aparato de conceptos congelado sobre sí mismo, ciego a la evolución del mundo y, por ende, echado a perder… y esto porque están atados a lo “verdadero”, y lo “verdadero” no puede cambiar ya que, de lo contrario, dejaría de serlo. Y así quedan ellos: atados a estructuras sociales de poder como único argumento a través del cual pueden canalizar esta voluntad de verdad.
¿Es buena la verdad? ¡Claro que es buena!, el problema es que es un “desiderátum”, un deseo, una utopía (y como toda utopía, moviliza pero no lleva a ningún lado), un algo que no es alcanzable: es el camino que se expande mientras caemos en el abismo… porque lo ciertamente verdadero siempre es flexible, mudable y nunca es igual a sí mismo: lo verdadero a escala humana vive la paradoja de tener que cambiar en forma constante para poder permanecer siempre estable. Nada llega a ser “verdadero” si no está cambiando y siendo otra cosa en ese mismo instante en que uno lo percibe… pero esa es una perspectiva de pensamiento que no puede germinar en la mente del estúpido social, quien llegó para quedarse acomodado en su mundillo estático y extático de “verdad” y simplicidad. Hay que entender que la paradoja esencial de la estupidez social es que los grandes promotores del contexto psicosocial no son estúpidos ni individual ni socialmente hablando. Son perversos. Su “movilidad” no es el libre fluir de la realidad: no ven al mundo con libertad de movimientos, sino con la especulación sinuosa de la serpiente. No son inteligentes, sino que apenas son astutos… y la astucia es otra forma de la estupidez que suele ser muy festejada por los incautos…
La democracia es una buena defensa contra este tipo de disfunción y frustración políticas, pero no es suficiente. A veces es necesario tocar fondo… pero siempre es fundamental que se cuide la estructura republicana… Aunque también queda la alternativa de pedirle a Dios, cada uno desde su propia fe, ya que las naciones del mundo son también un reflejo del Plan de Dios para con los Hombres…
[…] consideraba la estupidez no solo como un problema cognitivo, sino como un problema ético. Según el filósofo español, una persona estúpida es aquella que no se esfuerza por entender y mejorar su situación. Así, […]